Cuando Jesús inició su ministerio público, Palestina era un pequeño territorio oriental sometido al Imperio Romano. Roma nombraba los gobernadores, dictaba las leyes, establecía los tribunales y cobraba los tributos. La clase dirigente judía estaba escindida en dos bandos, los saduceos y los fariseos, que mantenían concepciones políticas y religiosas enfrentadas. Los saduceos, descendientes de Sadoc, sacerdote del Templo de Jerusalén en tiempos de Salomón, se cuidaban del culto y los sacrificios y, en el plano político, procuraban abrir vías de entendimiento y colaboración con la potencia ocupante. Los fariseos, los grandes mentores religiosos del pueblo, se atenían al cumplimiento escrupuloso de los preceptos de la ley mosaica y se dedicaban al estudio y la interpretación de las Escrituras. Tenía también importancia la corriente espiritual de los esenios, cultivadores de la vida ascética en sus apartados monasterios. Observaban con rigor los ritos y los preceptos sobre la pureza y rechazaban el sacerdocio de Jerusalén. Gozaba asimismo de gran simpatía entre la población el movimiento nacionalista y violento de los zelotas.
A este heterogéneo y en parte contradictorio auditorio dirigió Jesús su mensaje, y entre todos sus componentes encontró seguidores: fariseos, miembros del alto tribunal del Sanedrín, pescadores, las clases humildes, ricos y funcionarios del Imperio, mujeres cercanas a la corte real, y en fin, hombres y mujeres santos y también pecadores.
Jesús de Nazaret
En la historia de la humanidad no existe un personaje que haya inspirado tanto amor y tantas polémicas. Si por él murieron muchos, otros tantos por él mataron. ¿Dios y hombre? ¿Quién fue Jesús de Nazaret?
La tesis propugnada por algunos racionalistas radicales en el siglo XIX, negando la existencia de Jesús de Nazaret y afirmando que se trataba de un personaje mitológico, es hoy día unánimemente rechazada por los investigadores. La existencia real de Jesús de Nazaret es aceptada por toda la crítica histórica. Menciona a Jesús, con declarada simpatía, el historiador judío Flavio Josefo, quien hacia el año 95 le describía como "varón sabio" que contó con numerosos seguidores y a quien Pilato condenó a morir en la cruz. Más conciso, pero sin duda auténtico, es otro texto del mismo autor, en el que habla de Santiago el Menor, "hermano de Jesús, el llamado Cristo".
El historiador Suetonio alude a "un tal Khrestos" (fácil corrupción de Khristos, Cristo), ejecutado bajo el reinado de Tiberio por orden de Poncio Pilato. Tácito menciona a algunos "cristianos, así llamados por ser seguidores de Cristo, condenado a muerte por Poncio Pilato". Plinio el Joven, en una carta a Trajano, informa sobre "cristianos que cantan himnos a Cristo como a un dios".
Biografía de Jesús según los Evangelios
Fuera de estas breves alusiones, la únicas fuentes escritas de que se dispone sobre la vida y las actividades de Jesús son los Evangelios y algunas cartas de Pablo. Las noticias cronológicamente más antiguas son las aportadas por las dos cartas de Pablo a los cristianos de Tesalónica, hacia el año 50, y el Evangelio de Marcos, escrito hacia el 65 pero con documentación extraída probablemente del hoy perdido evangelio arameo de Mateo, redactado hacia el año 50, es decir, apenas 20 años después de los acontecimientos narrados.
Debe advertirse que los evangelistas no pretendieron escribir una biografía de Jesús en el sentido de la historiografía moderna. Los evangelios configuran un género literario particular en el que los datos biográficos no son invenciones, pero tampoco son expuestos siguiendo una rigurosa secuencia histórica, sino que están ordenados y agrupados con la mirada puesta en su principal objetivo, transmitir el mensaje de Jesús. Por ello, la exactitud cronológica de los episodios o sus circunstancias geográficas pasa a un segundo plano.
Con esta aclaración, el dato más seguro acerca de la biografía de Jesús es la fecha de su muerte, que puede situarse, con bastante probabilidad, en el viernes 7 de abril del año 30. Admitiendo como hipótesis más probable que su actividad pública se extendió a lo largo de 2 o 3 años, como dice el Evangelio de Juan (y no de un año tan sólo, como se deduce de los Evangelios sinópticos), Jesús habría iniciado su ministerio hacia el año 27 o el 28. Siempre según estos cálculos, y de la mano de la información de Lucas de que cuando Jesús comenzó su actividad pública "tenía unos 30 años", puede fijarse su nacimiento entre los años 7 y 4 antes de nuestra era, bajo el reinado de Herodes el Grande en Palestina, durante el imperio de Augusto. Los "Evangelios de la infancia" hablan de su nacimiento en Belén de Judá y de su niñez y juventud en Nazaret de Galilea.
Su doctrina, sus curaciones de enfermos, expulsiones de malos espíritus y otros prodigios despertaron la admiración del pueblo, que le seguía a todas partes, pero también la suspicaz curiosidad y, al cabo de poco, la abierta hostilidad de los dirigentes políticos y religiosos. Algunas de sus enseñanzas eran inadmisibles para la ortodoxia judía. Aunque Jesús nunca se aplicó el título de Mesías, su afirmación de que era mayor que Abraham era blasfema para la mentalidad hebrea, y el sanedrín le condenó a muerte. Dado que sólo las autoridades romanas tenían competencia para pronunciar y ejecutar sentencias capitales, los sacerdotes le llevaron ante el gobernador de Roma, Poncio Pilato, pero cambiando el contenido de la acusación. Las autoridades civiles se habrían desentendido, con seguridad, en un proceso de carácter religioso. Por tanto, la denuncia acusaba a Jesús de alborotar al pueblo, proclamarse "rey de los judíos", es decir, de rebelarse contra el emperador y, además, de prohibir pagar tributos al César. Eran delitos de alta traición. El gobernador le condenó a morir en la cruz.
El perfil humano de Jesús
La figura de Jesús ha sido contemplada en el curso de la historia desde numerosas y, a menudo, contradictorias perspectivas que le presentan unas veces como un hombre manso y piadoso, que se somete a los designios de Dios y soporta sin quejas los sufrimientos, y otras como un gran profeta, como taumaturgo dotado de poderes curativos preternaturales o como un revolucionario radical que proclama la subversión del orden establecido para liberar a los hombres de las cadenas de la esclavitud económica y social. Una lectura atenta de los Evangelios descubre en su conducta -y en su prolongación en las parábolas- una personalidad riquísima y compleja, con una inabarcable gama de matices.
Es patente, ya desde el primer momento, su inequívoca inclinación hacia los pobres, los niños, los desamparados, los pecadores, las capas más humildes y despreciadas de la sociedad. Es muy compasivo y parece incapaz de negarse a socorrer a quienes acuden a él en busca de ayuda. Se conmueve cuando piensa en que la muchedumbre que le sigue carece de alimentos o en la suerte de sus discípulos cuando él muera, ya que se quedarán desvalidos y desorientados como ovejas sin pastor. No tiene ningún apego a los bienes materiales. "Las zorras tienen madrigueras y las aves nidos, pero yo no tengo donde reclinar la cabeza." Sin embargo, no ofrece la imagen de rigor y austeridad de Juan Bautista. Se comporta como una persona sociable, acepta la invitación a una boda en Caná, come en compañía de publicanos y pecadores, pero también se sienta a la mesa de fariseos de buena posición, o del acaudalado Zaqueo, hasta el punto de ser acusado de llevar una vida regalada; tiene un elevado sentido de la amistad; llora con desconsuelo la muerte de Lázaro, y al traidor Judas le dirige una reproche dolorido: "Amigo, ¿con un beso me entregas?".
Es notable la sensación de seguridad que se desprende de sus actos. Despertaba la admiración del pueblo porque enseñaba con autoridad, y no como los escribas. Se enfrentó con ánimo firme y sereno a los poderes militares, políticos y religiosos. No vaciló en presentar su propia doctrina no sólo contra las tradiciones y las enseñanzas de los doctores y maestros, sino también contra los preceptos de la ley mosaica. Vivió también instantes de turbación, que le llevaron a suplicar a Dios en Getsemaní que le ahorrara el suplicio de la muerte. Pero a continuación recobra el autodominio y acepta con serenidad su destino. Es en las horas de agonía en la cruz donde se revela el insondable abismo de sus vivencias definitivas, desde el angustiado lamento: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", hasta la entrega final confiada: "En tus manos pongo mi espíritu. Y dicho esto, murió".
El Nuevo Testamento y los apócrifos
Jesús impartió sus enseñanzas por medio de la palabra hablada y también de manera oral transmitieron su mensaje los discípulos. Es probable que como segundo paso, tal vez unos diez años después de la desaparición del Maestro, surgieran colecciones de sus sentencias y parábolas más memorables. Estas "memorias" de los testigos presenciales, bastante numerosas según el testimonio del prólogo del Evangelio de Lucas, han sido la base de la consignación escrita de un "Evangelio de Mateo", originariamente redactado en hebreo (o arameo), hacia el año 50, y hoy perdido. Tal vez de este Evangelio se hicieron varias traducciones griegas (también hoy perdidas) que, junto con algunos otros datos y tradiciones no escritas aportadas por los testigos de la primera obra, sirvieron para la redacción de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Se les llama "Evangelios sinópticos" porque tienen muchas secciones parecidas de modo que, puestos en tres columnas, pueden apreciarse claramente sus coincidencias y divergencias. Este proceso de consignación escrita, que garantizaba la conservación para el futuro de la doctrina, era también, a la vez, un proceso de eliminación. En efecto, de toda aquella enorme masa de información sobre las cosas que hizo Jesús, sólo han llegado hasta nosotros las consignadas en los escritos canónicos. El resto se ha perdido.
Los libros canónicos
El primero de los evangelios, por orden cronológico, es el Marcos, el más breve, espontáneo y colorista de los tres. Puede situarse su fecha de redacción final hacia el año 64. El Evangelio de Mateo, en griego, debió ser redactado antes del año 70, ya que ignora la destrucción de Jerusalén por Tito. Sus destinatarios son judíos. Por eso, su genealogía de Jesús se remonta sólo hasta Abraham. El Evangelio de Lucas exhibe un buen estilo literario. No es posterior al año 80 y está dirigido a los gentiles: su genealogía de Jesús alcanza hasta el primer hombre, Adán. La fecha de redacción del Evangelio de Juan puede fijarse en torno a los años 96-98. Aunque es el más tardío de los cuatro, sorprende por la mayor exactitud en muchas de sus informaciones cronológicas y topográficas. Es el que presenta un carácter semita más acusado.
Las "cartas" configuran el segundo grupo de escritos neotestamentarios. En el sentido moderno de carta, es decir, la misiva que una persona concreta envía a otra sobre asuntos privados, en el Nuevo Testamento sólo hay una: la de Pablo a su amigo Filemón. Las restantes son más bien exposiciones doctrinales a las que sus autores han dado forma epistolar, dirigida a unos destinatarios concretos mencionados al principio y al final del escrito.
Las cartas representan más de una tercera parte de todo el Nuevo Testamento. Se distribuyen en dos grupos: cartas paulinas y cartas católicas. Las primeras, así llamadas por haber sido dictadas por el apóstol Pablo, o atribuidas a él, forman un conjunto doctrinal que ha ejercido una influencia determinante en los conceptos del cristianismo. Se llaman "cartas católicas" los documentos que mencionan el nombre del autor, pero no el de los destinatarios. Son escritos dirigidos a toda la cristiandad, es decir, de alcance universal, católico.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles se inscribe en un género literario muy cultivado durante el helenismo. Pueden citarse a este propósito los Hechos de Alejandro y los Hechos de Aníbal. Escrito con toda seguridad por Lucas, autor del Evangelio de su nombre, narra, en el mejor estilo griego de todo el Nuevo Testamento, la historia de las primeras comunidades cristianas y la expansión universal del mensaje cristiano, con particular dedicación a las actividades de Pablo.
Cierra la lista de los libros sagrados del Nuevo Testamento el Apocalipsis de Juan. Pretende describir, a través de revelaciones divinas, las cosas arcanas del pasado, el presente y el futuro. El lenguaje presenta elevadas dosis de simbolismos que dificultan la comprensión del texto.
Los escritos apócrifos del Nuevo Testamento
"Apócrifo" significa literalmente "oculto", destinado sólo a los iniciados. Fueron muchas las obras de este género escritas entre los siglos II-I a.C. y I d.C. Sus autores intentaban dar peso y autoridad a sus doctrinas atribuyéndoselas a personajes célebres de la Antigüedad (Adán, Henoc, Abraham, Jacob, David, Elías, Isaías, Job) o del Nuevo Testamento (Jesús, María, los apóstoles).
Es abundante el material de escritos apócrifos neotestamentarios que ha llegado hasta nosotros. Merecen especial atención, por la influencia doctrinal que ejercieron, los Hechos de Andrés, el Evangelio de los ebionitas, el Evangelio de los egipcios, el Evangelio de Felipe, los Hechos de Felipe, el Evangelio de los hebreos, el Evangelio de Marción, el Evangelio de los nazarenos, los Hechos de Pablo y Tecla, las Cartas de Pablo y Séneca, el Apocalipsis de Pedro, el Evangelio de Pedro, los Hechos de Pedro (con el conocido episodio de "Quo vadis", el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio de Tomás, todos ellos del siglo II. Se remontan al siglo III los Hechos de Tomás y al siglo IV, La asunción de María y el Evangelio de la infancia de Tomás.
Pasión, resurrección y ascensión de Jesucristo
La fe cristiana
"Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, por Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la Tierra, las visibles y las invisibles. [...] Existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia" (Carta a los colosenses 1,15-17).
El elemento específico de la fe cristiana no consiste en aceptar como verdaderos los enunciados teológicos elaborados a lo largo del tiempo mediante deducciones lógicas, basadas principalmente en las categorías de la filosofía griega, y promulgados como "dogmas" por los papas o los concilios.
El contenido esencial de la fe no es una doctrina, un catecismo, sino una persona. Ser cristiano significa creer en Jesucristo, en lo que es, en lo que significa. No existe, por tanto, en contra de las tesis defendidas por numerosos partidarios de la "teología liberal" o el modernismo, una dicotomía o incluso una contradicción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe, entre lo que Jesús predica y el Cristo predicado por la Iglesia.
Los primeros anunciadores de la buena nueva extraían su mensaje de los hechos, las enseñanzas y los milagros de Jesús de Nazaret, cuya existencia habían compartido.
Pero transmitían este mensaje desde una perspectiva suprahistórica, la de la resurrección, es decir, desde una comprensión de fe que proyectaba una luz interior nueva sobre los acontecimientos externos de la biografía del Jesús terreno.
La pasión y muerte de Jesús
Las enseñanzas de Jesús habían despertado desde muy pronto primero la extrañeza y luego la abierta oposición de los grupos dominantes de la comunidad judía, los saduceos y los fariseos. Los duros enfrentamientos verbales de Jesús con ellos tuvieron un desenlace desastroso a primera vista. Jesús fue condenado a morir en la cruz y sus partidarios -los que habían depositado en él todas sus esperanzas, los que habían creído que sería él quien traería la salvación de Israel (Lucas 24,21)- huyeron despavoridos en todas las direcciones.
La noticia de la resurrección
La noticia, en aquellas primeras horas de la mañana del domingo, de que Jesús había resucitado provocó una conmoción profunda y una radical transformación anímica en sus seguidores. Si Dios le ha resucitado, es que está con él, testifica a su favor, confirma que su mensaje es verdadero. De ahí la insistencia de los cuatro evangelistas y de los primeros escritos del apóstol Pablo en la realidad histórica de la resurrección, los relatos pormenorizados, la profusión de detalles con que narran los encuentros de los discípulos con Jesús resucitado, el encantador episodio de Lucas sobre la conversación de los dos discípulos, camino de Emaús, con un "desconocido", o la viva descripción de la obstinada incredulidad de Tomás aportada por el cuarto evangelista.
La resurrección es el inconmovible fundamento sobre el que se levanta la estructura de la fe cristiana. Pues, como dice el apóstol Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también vuesta fe... ¡Pero Cristo ha resucitado!". Desde este excepcional acontecimiento volvían ahora los discípulos a repensar cuanto habían vivido con Jesús, meditaban bajo esta nueva luz sus enseñanzas. "Entonces comprendieron lo que Jesús había querido decir..."
Ahora comprendían que la pasión y muerte de Jesús no era el fin catastrófico de todas las esperanzas depositadas en él, sino que advertían que "era necesario que Cristo padeciera y muriera", porque esta pasión y muerte son la expiación de los pecados de los hombres. Jesús es el Redentor. Su sangre derramada es el sello del establecimiento de la nueva alianza, que sustituye a la antigua y señala el inicio de una nueva época en las relaciones de Dios con los hombres. Jesús es el Mesías, el ungido esperado durante siglos que viene a liberar a Israel no de la tiranía de los poderes terrenos (en su circunstancia histórica concreta del poder de los romanos), sino de la esclavitud del pecado para que, purificados, puedan acercarse de nuevo, como hijos confiados, a Dios. Jesús es el Kyrios, es el Señor, el Principio, el Primogénito entre los muertos para ser el primero en todo.
La ascensión a los cielos es la confirmación de que vuelve al Padre, de donde salió, y la prueba de que vive, en la eternidad, junto al trono de Dios.
Sobre este conjunto de ideas, extraídas de la vida y resurrección, formuladas en los primeros momentos con las categorías mentales del Antiguo Testamento y luego lentamente desarrolladas mediante reflexiones conceptuales guiadas por la fe, se construyen las enseñanzas de la Iglesia sobre su fundador, Jesús de Nazaret.
El pléroma
Para los cristianos, la fe en la resurrección del "Señor" y el seguimiento de sus enseñanzas conducen al pléroma, la plenitud, la perfección total que alcanzarán todos los seres de la creación cuando, al final de los tiempos, lleguen a la consumación definitiva. Para los cristianos, el pléroma es Jesús mismo, en quien están centradas todas las fuerzas divinas y desde quien se derraman al resto de la humanidad.
Expansión del cristianismo primitivo
A lo largo de la segunda mitad del primer siglo de nuestra era acontece, en el seno del Imperio romano, lo que nos es permitido llamar "revolución cristiana". Sucede a partir del foco de Jerusalén, pero no sería explicable sin tener en cuenta las comunidades judías que, desde la cuarta diáspora, se encontraban diseminadas por todo el imperio.
Entre los años 25 y 30
Bajo el emperador romano Tiberio, había aparecido a orillas del Jordán un último profeta, Juan Bautista, que predicaba la inminente llegada del Mesías. Su trágica desaparición coincidió con las primeras predicaciones de Jesús, que a su vez también fue recibido como profeta. Jesús también fue ajusticiado y, según sus seguidores, resucitó al tercer día de su muerte en la cruz.
En invierno de 36 ó 37
Ya existe una comunidad de seguidores de Jesús (considerados como sectarios por el judaísmo oficial), presidida por Pedro, heredero de Jesús. Uno de los seguidores, llamado Esteban, es ajusticiado públicamente. Una parte de la comunidad huye de Jerusalén.
El judío, y a la vez ciudadano romano, Saulo de Tarso, mientras se encuentra persiguiendo celosamente a esos seguidores huidos cerca de Damasco, se convierte, se une a ellos y pasa a ser su principal ideólogo. Cambia su nombre, latinizándolo, por el de Pablo, y empieza a ser perseguido él también. Hacia el año 39, Pablo huye de Damasco y se presenta ante la comunidad de Jerusalén. Viajero incansable, se desplaza después a Siria y la Cilicia y hacia el año 43 llega a Antioquía. En el mismo año 43, Agripa I, una especie de virrey del emperador para la región mediterránea oriental, ordena la decapitación de otro de los primeros discípulos, Santiago ("el Menor".
En los años 45-49
Pablo realiza su primer viaje de anuncio del evangelio de Jesús entre los judíos dispersos por el imperio. En el año 49 se celebra la primera asamblea general de los cristianos en Jerusalén.
Entre 50 y 52
Pablo realiza su segundo viaje apostólico y escribe las dos cartas a los cristianos de Tesalónica. En la ya provincia romana de Judea, entre tanto, los ánimos se van encendiendo; Agripa murió en 44 y ahora un mero procurador, Antonio Félix, debe hacer frente a la resistencia armada contra Roma por parte de los judíos.
Entre 54 y 58
Pablo desarrolla un tercer viaje de predicación, con una estacia de dos años en Éfeso, y regresa a Jerusalén. Incansable en su actividad intelectual, escribe a los cristianos de Corinto, Galacia, Filipo de Macedonia y Roma. En Jerusalén es arrestado y llevado a Cesarea, donde permanece preso durante dos años. Desde la cárcel escribe a los colosenses.
En 60
Pablo, preso, apela al César utilizando el privilegio que le otorga su condición de ciudadano romano. Entre 60 y 61 es llevado a Roma y aquí permanece otros dos años bajo arresto domiciliario. Dos años que aprovecha para escribir de nuevo a los colosenses, a los efesios, a Filemón y a los hebreos en general. Se le atribuyen también las cartas enviadas a Timoteo y Tito, aunque es posible que éstas daten de fechas bastante posteriores (años 80 a 100) y se deban a otro autor.
En julio de 64
Acontece un gran incendio en la Roma de Nerón y se desata la persecución contra los seguidores de Jesús, que ahora ya reciben el nombre de cristianos. Pedro, el heredero de Jesús, está también en Roma. Pedro y Pablo son ajusticiados en Roma hacia los años 64 a 67. Pedro clavado en una cruz como los esclavos judíos, y Pablo decapitado como los ciudadanos romanos.
En 67
Vespasiano reconquista Galilea, ocupa el litoral marítimo y el valle del Jordán y somete a los judíos; los que pueden escapar, se hacen fuertes en Jerusalén.
En 70
Tito conquista Jerusalén y destruye e incendia el templo. Judea pasa a ser gobernada militarmente por un legado.
El cristianismo, entre tanto, se ha difundido por todo el imperio, primero en las comunidades hebreas dispersas y a partir de aquí en núcleos que acogen a fieles de cualquier procedencia, desde Alejandría a las Galias y desde Hispania hasta la región del Ponto.
Los apóstoles de Jesucristo
La fe cristiana: Testigos y enviados de Jesús
Tomando la palabra, Pedro dijo: "Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué recompensa recibiremos?". Jesús les contestó: "Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mateo 19,28).
Los Evangelios narran que Jesús eligió de entre sus seguidores a "doce", a los que introdujo en el círculo más íntimo de su vida, les hizo partícipes directos de sus enseñanzas y les confió la tarea de transmitir sus enseñanzas a todas las naciones de la tierra. Éste es el significado de la palabra apóstol: enviado, mensajero, portador autorizado de un mensaje, de acuerdo con el principio rabínico: "El enviado de una persona es como esa persona".
Los elegidos fueron: el pescador Simón, a quien más adelante Jesús le añadió el nombre de "Cefas" (Piedra, Pedro); su hermano, y también pescador, Andrés; los también pescadores Santiago (el Mayor) y su hermano Juan, hijos del Zebedeo, cuyo carácter impetuoso les valió que Jesús les calificara de Boanerges (hijos del trueno); Felipe de Betsaida, hombre al parecer bien relacionado con los paganos, pues un grupo de éstos solicitaron su intervención para conseguir una entrevista con el Maestro; Bartolomé (a quien a veces se identifica con Natanael); el recaudador de impuestos Mateo, hijo de Alfeo, también llamado Leví, probablemente originario de Cafarnaúm, autor al parecer de una colección de sentencias de Jesús en arameo (o hebreo) hoy perdidas; Tomás, llamado Dídimo (gemelo), célebre por su obstinada negativa a creer en la resurrección de Jesús; Santiago (el Menor), tal vez oriundo de Nazaret, a quien el Evangelio de Marcos llama "hermano del Señor" y que desempeñó en Jerusalén una importante labor mediadora entre los cristianos judaizantes y los helenistas; Pablo le menciona como "una de las columnas" de la comunidad jerosolimitana; se le atribuye la carta transmitida bajo su nombre; Santiago, hijo de Alfeo, a menudo erróneamente identificado con Santiago el Menor; Judas Tadeo; Simón el Zelota, así llamado por haber pertenecido a este grupo de nacionalistas militantes; finalmente, Judas Iscariote, el que traicionó a Jesús. A ellos debe añadirse Matías, elegido por "los once" para sustituir al traidor Judas.
Son escasos los datos seguros de las biografías de cada uno de ellos. El primero en morir fue Judas Iscariote. Arrepentido de su traición y desdeñosamente tratado por los sacerdotes, tomó la desesperada decisión de ahorcarse en las afueras de Jerusalén, en el "campo del alfarero" o "campo de la sangre". El siguiente fue Santiago el Mayor, ejecutado entre los años 41 y 44 por orden de Herodes Agripa. Simón Pedro ejerció su ministerio en Jerusalén, Antioquía, Asia Menor y Roma, donde murió crucificado, durante la persecución de Nerón, hacia el año 64 o 67. Figuran bajo su nombre dos cartas católicas, si bien la segunda es con seguridad pseudoepigráfica. Juan formó parte del grupo más íntimo de Jesús. Según una leyenda no comprobada, después del concilio de Jerusalén se trasladó a Éfeso con María. Esta misma leyenda le presenta desterrado por Domiciano a la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis. Se le atribuye también el Evangelio de su nombre y tres cartas. Se ignora la fecha y el lugar de su muerte. Los datos sobre las actividades y el género de martirio de los restantes apóstoles proceden de leyendas y escritos tardíos de escaso rigor histórico.
Pablo constituye un caso excepcional. No formó parte de "los doce" pero él reclamó enérgicamente para sí este título. Nacido en Tarso de Cilicia, ciudadano romano por derecho de nacimiento y educado en el rigor del fariseísmo, tras su conversión llevó a cabo una enorme labor evangelizadora por toda la cuenca mediterránea. Escribió numerosas cartas que son la verdadera urdimbre de gran parte de la vida espiritual del cristianismo. Pudo afirmar con razón que "había trabajado más que ningún otro apóstol". Murió decapitado en Roma, hacia el año 64 o 67. La liturgia ha unido indisolublemente el nombre de este "apóstol de los gentiles" al de Pedro, "apóstol de los judíos".
El ministerio apostólico
La tarea principal de los apóstoles fue la oración y el anuncio de la "buena nueva" (del evangelio), es decir, la proclamación fiel del mensaje de Jesús. Los escritos sagrados les presentan como un grupo colegiado ("los doce", en el que se asigna a Pedro un papel especial: "Tú eres Pedro (piedra) y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mateo 16,19). "He rogado por ti [Pedro] para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lucas 22,32).
Como oyentes y testigos directos de la doctrina de Jesús, se constituyen en garantes de su transmisión auténtica. Se saben asimismo revestidos de una especial autoridad en cuanto que han sido enviados por Jesús del mismo modo que Jesús ha sido enviado por el Padre. Han recibido el Espíritu Santo y el poder de "atar y desatar", de perdonar los pecados. Es esta conciencia de la autoridad recibida de Jesús la que les permite remitir a las comunidades de Antioquía, Siria y Cilicia las graves decisiones tomadas en el concilio de Jerusalén con esta solemne introducción: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros..." (Hechos de los Apóstoles 15,28).
Para poder cumplir el mandato de anunciar la buena nueva a todas las naciones de la tierra "hasta el fin de los tiempos", eligieron sucesores a quienes confiaron, con igual autoridad, la prosecución del ministerio de la palabra. En ellos se inicia, pues, la sucesión apostólica. La cadena ininterrumpida de sus sucesores se convierte en criterio de la verdadera doctrina. A ellos ha de volver incesantemente su mirada la Iglesia para cerciorarse de que no se producen desviaciones doctrinales. La Iglesia es apostólica porque se mantiene fiel a la tradición recibida de los apóstoles (tradición apostólica).
El cristianismo en su entorno político
Jesús de Nazaret (hacia 4 a.C.-hacia 33 d.C.)
Fundador de una corriente mesiánica en la Palestina del siglo I y figura central del cristianismo.
Sus discípulos le consideraron el Mesías (Cristós en griego), el salvador enviado por Dios.
Los evangelios conservan el testimonio de sus estrechas relaciones con Juan, llamado el Bautista. Ambos se mostraron cercanos al movimiento de los esenios.
Su movimiento fue juzgado potencialmente subversivo y fue tratado como rebelde y condenado a la crucifixión.
Murió sin dejar obra escrita.
Sus discípulos fundaron la Iglesia cristiana, comunidad de los seguidores de Cristo.
Tiberio (42 a.C.-37 d.C.)
Emperador romano entre los años 14 y 37 de nuestra era, durante su mandato se desarrolló la actividad de Jesús de Nazaret.
Era hijo de Lidia e hijastro del emperador Augusto, a quien sucedió.
Profundamente conservador por naturaleza, continuó la política de Agusto y se limitó a consolidar las conquistas de él.
A pesar de la eficacia de su administración y política exterior, en política interior su reinado fue un desastre saturado de sospechas de asesinatos y abusos; implantó su sede en la isla de Capri, desde la que instauró un régimen de terror.
Poncio Pilato
Procurador romano en Judea de quien se conservan pocos documentos que prueben fehacientemente su existencia real (a finales del siglo XX se descubrió en Alejandría, sepultada en el mar, una inscripción con su nombre).
Aparentemente estuvo en su cargo entre los años 26 y 36, siendo Tibero emperador de Roma, quien le mantuvo en su cargo a pesar de haber provocado las iras de los judíos por haberse apropiado del tesoro del templo.
Según los evangelios, juzgó y condenó a Jesús de Nazaret.
Habiendo caído finalmente en desgracia, fue enviado a Roma.
Aparece muy tarde en numerosas y pintorescas leyendas de los apócrifos cristianos.
Cayo Aurelio Valerio Diocleciano (245-316)
Emperador romano. Nacido en una humilde familia de Dalmacia, ascendió en el escalafón del ejército hasta llegar a ser el mayor de los emperadores militares del siglo III. Abdicó en 305.
Se conserva en la memoria de los cristianos como el más encarnizado perseguidor de los seguidores de Jesús.
Constantino I el Grande (hacia 285-337)
Emperador romano. Gracias a sus victorias sobre Majencio en Roma y sobre Licinio, emperador de Oriente, se conviritió en emperador único en 324.
Al creer que su victoria sobre Majencio (en 312) había sido obra del Dios cristiano, promovió por primera vez el cristianismo en el Imperio. Sin embargo, los investigadores creen que su conversión solo se debio a razones políticas.
Estableció su capital en Constantinopla, en una enclave estratégico de Bizancio, y por tanto la ciudad fue cristiana desde su fundación.
Después de su muerte, el Imperio Romano fue de nuevo dividido entre sus hijos.
Dámaso I, Papa (muerto en 384)
Español de origen, fue elegido en un tiempo de enfrentamiento entre los cristianos, de modo que recurrió al emperador Teodosio para hacer valer sus derechos. El cisma se resolvió por la intervención del emperador.
Encargó a su secretario, san Jerónimo, la revisión de la antigua traducción latina de la Biblia.
El cristianismo primitivo
El impulso de un espíritu comunitario
"Todos los creyentes lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y sus bienes y lo repartían entre todos, según las necesidades de cada uno" (Hechos de los Apóstoles 2,44-45).
Tras haber presenciado la ascensión de Jesús al cielo desde un monte de Galilea, el pequeño grupo de discípulos -unos 120 en total según los Hechos de los Apóstoles- se volvió a Jerusalén, a la espera de los acontecimientos, según las últimas instrucciones del Señor. Debieron ser días idílicos de intenso gozo y exaltación para aquella comunidad, embebida en el recuerdo de Jesús resucitado. Libres de preocupaciones materiales, se dedicaban a la oración, tal vez con la esperanza puesta en el cumplimiento a corto plazo ("antes de que pase esta generación" de la nueva venida -en gloria- de Jesús.
La efusión del Espíritu el día de Pentecostés fue la señal de partida de la actividad evangelizadora de los apóstoles. En su primer discurso, Pedro logró la conversión de 3 000 personas. Y en el segundo, tras la curación milagrosa de un tullido en el templo, se les unieron, contando sólo los hombres, otros 5 000.
Este movimiento masivo de conversiones, unido al enorme prestigio de que los seguidores de Jesús gozaban a los ojos del pueblo, alarmó a las autoridades religiosas judías. En un primer momento, tras una reunión de urgencia, les prohibieron hablar más a nadie "en este nombre". Al verse desobedecidos, pasaron de las amenazas a los hechos y ordenaron flagelar a Pedro y Juan. Pero fue un devastador discurso del diácono Esteban, asegurando que veía a Jesús a la diestra de Dios, el que colmó la paciencia de los judíos. Lapidaron a Esteban y desencadenaron la primera gran persecución contra los cristianos. Fue también el principio de la evangelización a gran escala por toda la ecumene. Cuando los perseguidos, en su mayor parte helenistas (de hecho los apóstoles se quedaron en Jerusalén), retornaron a sus lugares de origen, llevaron a todas partes la noticia de Jesús.
Evolución interna de la comunidad de Jerusalén
Varios indicios señalan que los discípulos fueron tomando conciencia lentamente de la significación trascendental de la persona y el mensaje de Jesús. Reconocían, por supuesto, que era el Mesías esperado, el Hijo de Dios, el Señor. Pero, al parecer, entendían su actividad como la prolongación, el punto culminante de la religión judía. Seguían yendo al templo, como el resto de sus compatriotas, para hacer sus oraciones y consideraban obligatorio el cumplimiento de la ley de Moisés, incluidos los preceptos sobre alimentos lícitos y prohibidos. Echaron en cara a Pedro que hubiera entrado en la casa de un pagano, el centurión Cornelio, porque constituía una impureza legal. Hubo incluso un grupo muy influyente, el de los "judaizantes", que intentaron imponer a todos los convertidos al cristianismo, incluidos los procedentes del paganismo, el rito de la circuncisión para su integración en la comunidad. Fue el apóstol Pablo, un helenista, quien advirtió el enorme peligro de vaciamiento de la realidad de Jesús que esta actitud entrañaba, ya que si la salvación viene como consecuencia del cumplimiento de la ley, de nada habría servido la muerte de Jesús. Jesús no sería el Redentor. De ahí la enérgica afirmación paulina: "La justificación no viene por las obras de la ley, sino por la fe en Jesús". El cristianismo no es una prolongación ni un perfeccionamiento del judaísmo. Es su superación radical.
Carisma y ministerio
El creciente número de conversiones hizo necesario un primer intento de organización. Los apóstoles decidieron descargar el peso de las necesidades materiales de la comunidad (el "servicio de las mesas", es decir, la atención y el cuidado de los pobres) en algunos hombres elegidos, a los que impusieron las manos, confiriéndoles con este gesto autoridad y legitimidad para el desempeño de sus funciones. Ellos, por su parte, liberados de estas tareas, podían dedicarse a la oración y el "servicio de la palabra", es decir, al anuncio del mensaje de Jesús.
Además de estos servidores de las mesas, los Hechos mencionan, como miembros con autoridad en la comunidad, a los "presbíteros", que toman parte, al lado de los apóstoles, en las decisiones del concilio de Jerusalén (Hechos 15,5).
Junto a los apóstoles, diáconos y presbíteros con autoridad para tomar decisiones doctrinales, figuran también en la comunidad jerosolimitana los "profetas" (Hechos 15,32). De donde se sigue que, desde el primer momento, en las comunidades cristianas coexistían pacíficamente el ministerio y el carisma.
La comunidad de Jerusalén tuvo una existencia corta y accidentada. Surgieron fricciones entre los hebreos y los griegos; estos últimos se quejaban del trato de favor dispensado a las viudas de los primeros. La situación económica se deterioró y se hizo necesario organizar colectas en las restantes comunidades para acudir en su ayuda. En el año 70 la comunidad cristiana se trasladó a Pella, al otro lado del Jordán.
La nueva terminología cristiana
La persona de Jesús y sus palabras, su misión redentora aportaban realidades hasta entonces desconocidas para las que era necesario forjar nuevos términos o dotar de nuevo contenido los antiguos. Otro tanto exigían las nuevas tareas a las que se enfrentaban las comunidades cristianas.
Abba: Fórmula de plegaria empleada por Jesús. Es un diminutivo del arameo ab (padre), propio del lenguaje infantil, equivalente a "papá". No figura en el Antiguo Testamento ni en la literatura judía posterior. Refleja una relación singular de Jesús con Dios, su Padre. A imitación de Jesús, también sus seguidores pueden, por inspiración del Espíritu Santo, formular esta misma invocación.
Alfa y Omega: Son la primera y última letras del alfabeto griego. La expresión se utiliza para indicar totalidad, una realidad que abarca el principio y el fin. Se aplica a Dios y a Jesús porque son "el primero y el último", el principio y fin de todas las cosas.
Alianza: En el Antiguo Testamento indica la relación especial de Dios con Israel, materializada en un pacto entre Yahvé y el pueblo hebreo en el monte Sinaí, en virtud del cual Israel adora exclusivamente a Yahvé y Él le ama y protege como a su pueblo predilecto. No es un pacto entre iguales. Es Dios quien asume siempre la iniciativa. En el cristianismo, aquella relación especial de la alianza antigua es sustituida por una "alianza nueva y eterna" entre Dios y la humanidad, nacida en virtud de la sangre de Cristo.
Anciano: El término no se refiere a la edad de las personas, sino a su posición social o su autoridad. Originariamente, los ancianos eran los jefes de familia o clan que, juntos, formaban una especie de consejo de una tribu o de una población. En las monarquías y en las culturas urbanas su función equivalía a la de consejeros o concejales. En el Nuevo Testamento figuran al lado de los apóstoles, deliberan y toman decisiones con ellos. Véase también Presbítero.
Anticristo: Los orígenes de este concepto se remontan a las ideologías dualistas que admiten la existencia de un principio del bien y otro del mal, en constante pugna, que librarán, al final de los tiempos, una batalla decisiva. El Anticristo es el gran adversario de Cristo que, en la etapa última de la historia, desarrollará una actividad funesta contra los cristianos. Algunos comentaristas creen que se trata de un personaje concreto, dotado de poderes sobrehumanos, que actuará bajo inspiración diabólica. Otros lo interpretan como el conjunto de doctrinas y sistemas contrarios a las enseñanzas del cristianismo.
Apóstol: Vocablo griego que significa "enviado". Es el nombre que, según Lucas, dio Jesús a los doce que eligió, de entre sus discípulos, para ser testigos y proclamadores de su vida, muerte y resurrección. Los Hechos de los Apóstoles aplican esta denominación exclusivamente a los doce. Más tarde, con este término se designaba un círculo más amplio de anunciadores del evangelio.
Carisma: El carisma es un don gratuito, sobrenatural, que el Espíritu concede a unas determinadas personas para el bien de la comunidad. Los hay de varias clases: singular capacidad didáctica, fe destacada, don de curaciones, de milagros, de profecía, de discernimiento de espíritus, de lenguas. En las primeras comunidades cristianas fueron tan abundantes que se ha hablado de una Iglesia carismática contrapuesta a la ministerial. Sin embargo, el mismo Pablo advierte: "Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu, diversidad de ministerios, pero un mismo Señor" (1 Corintios 12,4-5).
Conversión: La conversión es el tema central de la predicación de Juan Bautista y la primera exhortación que formula Jesús a sus oyentes según el Evangelio de Marcos. Implica dos ideas: la de cambio de conducta, invirtiendo la dirección errónea por la que se avanzaba para, dando media vuelta, caminar por el sendero recto; y la de cambio de mentalidad, abandono de las ideas equivocadas que se profesaban para abrir la mente al pensamiento correcto.
Cordero: Juan Bautista llamó a Jesús "cordero de Dios". Según muchos exegetas, la expresión alude al cordero que era sacrificado y comido en familia por los judíos en la fiesta de Pascua. En apoyo a esta interpretación puede aducirse la sentencia de Pablo: "Ha sido inmolado Cristo, nuestro cordero pascual" (1 Corintios 5,7).
Diácono: Término griego que significa servidor. La primera vez que aparece en el Nuevo Testamento se refiere a los siete "servidores de las mesas" elegidos por los apóstoles. La expresión debe entenderse en sentido amplio, es decir, como personas puestas al frente de las necesidades materiales y las obras de caridad prestadas por la comunidad. De hecho, sus funciones incluían también el servicio de la palabra (por ejemplo, el discurso apologético del diácono Esteban o la labor evangelizadora del diácono Felipe). Por tanto, en aquella decisión apostólica podría verse el origen de la institución del diaconado actual.
Eucaristía: El significado literal de este término griego es "acción de gracias". Designa las comidas que celebraban los cristianos en memoria de la última cena de Jesús con sus discípulos. Los relatos y ritos que las acompañaban tendían a subrayar la idea de que Jesús sigue estando presente entre los suyos.
Evangelio: En sus orígenes, este vocablo griego se refería a la recompensa (las albricias) que se daba a los mensajeros portadores de felices noticias. Más tarde pasó a designar la noticia misma, por ejemplo, la coronación de un soberano. En el primitivo cristianismo se refería a la noticia de la venida de Dios en la persona de Jesús y a los cuatro libros (de Mateo, Marcos, Lucas y Juan) que la consignan por escrito. Hoy se admite que ninguno de estos libros se debe a la pluma de un testigo ocular, sino que son el resultado de diversas tradiciones orales y escritas, de recorrido muy complejo, con diferencias de unas a otras según las diversas comunidades, recopiladas, en su estadio actual, desde distintas perspectivas, para varios auditorios y con diversas finalidades. Se explicarían así tanto las coincidencias entre ellos (en definitiva, se refieren a un mismo acontecimiento) como las diferencias.
Iglesia: Voz procedente del latín ecclesia, que a su vez vierte el concepto griego de ekklesia y éste el hebreo de qahal. Su significado básico es convocatoria de una asamblea y, en sentido pasivo, la asamblea convocada. En el primitivo cristianismo designaba las comunidades locales y, en una segunda etapa, el conjunto de todas ellas, es decir, la Iglesia universal.
Hijo de Dios: El concepto de "hijos de dioses" era frecuente en las antiguas religiones orientales. También en la mitología griega abundaban los héroes, semidioses y dioses nacidos de otros dioses o de la unión de dioses con seres humanos. Hubo soberanos, entre ellos los emperadores de Roma, que se hacían venerar como hijos de un dios. En los Evangelios sinópticos Jesús nunca se califica a sí mismo como "Hijo de Dios", pero sí en el Evangelio de Juan. Después de la resurrección, la primitiva comunidad cristiana asumió que Jesús era el Hijo de Dios en sentido propio, es decir, que es igual a Dios y actúa como tal.
Hijo del hombre: En arameo, la expresión equivale a miembro de la raza humana, ser humano. Pablo aplica el concepto a Cristo como el hombre celestial, salvador, contrapuesto al hombre (Adán) terreno, pecador. "Por un hombre (Adán) entró el pecado en el mundo y por un hombre (Cristo) vino la salvación." En los Evangelios, la idea de que Jesús es hombre implica dos aspectos: es el hombre (Siervo) doliente de que habla Isaías y es también el Hijo del hombre glorioso que viene en las nubes.
Justificación: Dios es justo y hace llegar su justicia hasta los hombres justificándolos, en el sentido de que, después de que éstos se habían hecho pecadores, injustos, les otorga una gracia justificante que, admitida por ellos, les hace justos, los libera del pecado. La justificación es el modo como el hombre admite, se apropia, hace suya esta gracia que le torna justo. Para el judaísmo, sobre todo en la vertiente legalista cultivada por los fariseos, el hombre la conseguía mediante las obras de la Ley. Para los cristianos, y en particular para Pablo, el hombre hace suya esta justicia y se justifica por medio de la fe en Jesucristo. De esta fe fluyen a continuación, como lógica consecuencia, obras justas.
Logos: Término griego que encierra muchos significados: palabra, razón, discurso, tratado. En la filosofía helenística es el elemento racional y racionalizador del cosmos. Penetra todo el universo, le da vida, movimiento y orden. En el judaísmo helenístico es el vínculo universal, el primogénito de Dios, la más antigua de las criaturas, el demiurgo, el instrumento del que Dios se sirve para llevar a cabo la creación. En el neoplatonismo es la primera emanación de Dios. En el prólogo del Evangelio de Juan, el Logos es eterno, como Dios, es la Palabra de Dios. Para muchos autores, este Logos joánico no tiene origen helenístico, sino semita. Véase Palabra.
Maran atha: Expresión aramea que significa "nuestro Señor ha venido". También puede leerse marana tha, "¡Señor nuestro, ven!". En la primera hipótesis, su contexto se sitúa en la liturgia eucarística ("nuestro Señor ha venido y está aquí con nosotros". En la segunda, se inscribe en la espera de la venida de Jesús.
Mesías: Término arameo que significa "ungido". En la historia antigua, entre los ritos y solemnidades con que los grandes personajes (soberanos, vasallos de elevado rango, sacerdotes...) accedían a su cargo o dignidad figuraba la unción con aceite. En la literatura paleotestamentaria, la expresión Mesías de Dios se refiere siempre, a partir del s. I a.C., a un futuro salvador. El Nuevo Testamento utiliza casi siempre su equivalente griego, Cristo.
Obispo: Del griego epískopos, "inspector", "vigilante". Un texto de los Hechos de los Apóstoles lo entiende en el sentido de personas que se mantienen "vigilantes" para pastorear a la Iglesia del Señor. En la literatura neotestamentaria no se definen con claridad ni su estado ni sus funciones. Puede admitirse que en los primeros momentos las comunidades cristianas estuvieran regidas por un consejo de ancianos (véase Presbítero) y que en una segunda etapa (hacia el 61-63, fecha probable de la redacción de la primera Carta a Timoteo y la Carta a Tito) hubiera ya uno solo como dirigente de cada comunidad. En los últimos años del siglo I o en los primeros años del siglo II estaba ya generalizado el establecimiento de un obispo al frente y como responsable de cada una de las iglesias locales.
Palabra: Para la mentalidad semita, la palabra no es la simple expresión fonética de una cosa o de una idea, sino que se identifica con la realidad significada. Una vez pronunciada es irrevocable. Las bendiciones y maldiciones, tras ser formuladas, permanecen por siempre. Las palabras encierran un poder mágico. La Palabra de Dios tiene el mismo poder que Dios. Dios crea con una palabra. En el Nuevo Testamento, Cristo es la Palabra de Dios. Véase Logos.
Paráclito: En el griego profano significa defensor de una causa y también intercesor. En el Nuevo Testamento, y en particular en los escritos joánicos, equivale a abogado o testigo de la defensa ante un tribunal. No es un término específico del Espíritu Santo, porque también Jesús es paráclito, pues actúa como abogado de sus discípulos ante el Padre. El Espíritu Santo es "otro paráclito".
Parusía: Vocablo griego que significa "presencia" en el sentido de que alguien viene y está, por tanto, presente. En la literatura profana se aplica a la visita y presencia de príncipes, reyes o emperadores en una ciudad e implica, por ello, un evento festivo, solemnizado con un prolijo ritual. En el Nuevo Testamento alude a la venida de Jesús en gloria y majestad al final de los tiempos.
Presbítero: Voz griega que significa "anciano". De los textos que incluyen este término en el Nuevo Testamento se desprende que los presbíteros desempeñaron una función especial en las primitivas comunidades cristianas. Según los Hechos, actúan al lado de los apóstoles. En la Carta de Santiago, son los encargados de la unción de los enfermos. No se sabe con certeza si estos presbíteros tenían el rango de obispos. Véase Anciano, Obispo.
Sóter: Salvador. La figura de un salvador que acudirá en socorro de la humanidad o de una parte de ella (de los adeptos, los iniciados) estuvo muy difundida en el espacio religioso de la Edad Antigua. Del ámbito religioso pasó al político y en muchos países, entre ellos el Imperio Romano, los soberanos reclamaron este título. Para los cristianos hay un solo Salvador, un solo nombre en el que poder ser salvados, el de Jesús, que ha llevado a cabo la salvación de todo el género humano con el derramamiento de su sangre.
Las Iglesias cristianas
Las tres Iglesias cristianas (católica, ortodoxa y protestante) y sus ramas menores (copta de Egipto, nestoriana o caldea, siro-malabar o "cristianos de Santo Tomás", maronita, jacobita y armenia) constituyen el fenómeno religioso de mayor difusión geográfica y social de la Edad Contemporánea. Durante los primeros 1 500 años de su historia, y tras la desaparición, a consecuencia de las invasiones islámicas, de las florecientes comunidades cristianas de Oriente Medio y África Septentrional, estuvieron prácticamente reducidas al ámbito europeo. Pero a partir del siglo XVI, y al compás de los descubrimientos y la colonización, primero de España y Portugal y, más adelante, de Holanda, Gran Bretaña y Francia, católicos y protestantes iniciaron una vertiginosa expansión que ha desembocado en su sólido establecimiento en los cinco continentes. Las Iglesias cristianas están presentes y ejercen su influencia tanto en los países más ricos y avanzados del planeta como en los más pobres y atrasados, y cuentan entre sus filas con seguidores de todos los estratos económicos y de todos los niveles culturales.
Cada una de las tres grandes confesiones ha tenido su particular trayecto y está marcada por unos rasgos peculiares que las distinguen entre sí.
Los grandes cismas de Oriente
El cisma -o separación- de las Iglesias de Oriente y Occidente es una de las mayores catástrofes que se han abatido sobre la cristiandad. En su génesis y consumación intervinieron numerosos factores, no sólo de índole religiosa, sino también política. La unión de las Iglesias es la mayor causa pendiente del cristianismo actual.
El proceso que culmina con la separación y la mutua excomunión de las Iglesias de Oriente y Occidente es la cristalización de una larga serie de controversias de índole doctrinal y litúrgica, en la que no faltaron las ambiciones personales y rivalidades políticas, alimentadas por el cesaropapismo de los emperadores de Oriente y por algunas decisiones tomadas por los obispos de Roma, no en su calidad de papas, sino como soberanos de los Estados Pontificios. A todo ello se ha de sumar la declarada animadversión entre los griegos y los latinos.
En un intento de simplificar la sucesión de los acontecimientos, muchas veces confusos, podrían señalarse los siguientes factores:
El primado del patriarcado de Constantinopla
El canon 3 del concilio I de Constantinopla (381) reclamaba para la sede episcopal de esta ciudad el primado de honor, después del obispo de Roma, aduciendo que Constantinopla era la nueva Roma, pues a ella se había trasladado la capitalidad del Imperio Romano. Los papas no admitieron nunca esta pretensión, en la que se producía una desviación de gravísimas consecuencias desde la fundamentación dogmática a la argumentación política. Roma no ostentaba el primado en la Iglesia por ser la capital del Imperio, sino por haber sido la sede episcopal del apóstol Pedro. Constantinopla no había sido sede de ningún apóstol y, en este sentido, gozaban de mejor posición Jerusalén, Antioquía y Alejandría.
La iconoclastia
El primer enfrentamiento doctrinal, de matiz litúrgico, se produjo a propósito de la licitud del culto a las imágenes (iconos) de Cristo, María y los santos. En esta controversia se entremezclaban aspectos psicológicos, culturales y políticos. La sensibilidad y la mentalidad semita (judíos, sirios y musulmanes) no admiten representaciones sensibles de realidades trascendentes ni reproducciones muertas de seres vivos. El emperador León III (717-741), primer desencadenante de la iconoclastia, era de origen sirio. Por otra parte, el imperio bizantino sentía en sus fronteras la constante amenaza del poder emergente islámico. El culto a las imágenes, prohibido en el islam, podía constituir un motivo -o un pretexto- para enfrentamientos armados en los que Bizancio tenía muy poco que ganar. Por lo que respecta al aspecto estrictamente religioso, al decreto imperial (730) que obligaba a destruir las imágenes, respondió el sínodo de Roma (731), bajo Gregorio III, con la amenaza de excomunión contra quienes obedecieran aquella orden. La réplica oriental fue dura: el sínodo de Constantinopla (754) declaró que el culto a las imágenes es idolatría. En el concilio II de Nicea (758), los padres conciliares proclamaron la licitud de la veneración de las imágenes. Las aguas parecían calmarse, pero sólo en la superficie.
La controversia del Filioque
Mayor densidad dogmática entrañaba la controversia del Filioque. El credo niceno-constantinopolitano había declarado que el Espíritu Santo procede del Padre. El concilio III de Toledo (589) añadió la frase Filioque ("y del Hijo". El añadido, admitido sin dificultad por la mayoría de las Iglesias occidentales, fue incorporado al símbolo de la fe a lo largo de los siglos VII y VIII. Focio (867) lo rechazó como herético, afirmando que el Espíritu Santo procede únicamente del Padre.
El cisma de Focio
Focio, secretario de Estado y hombre de vastísima cultura, fue elegido patriarca de Constantinopla en controvertidas circunstancias. Fueron muchos los que rechazaron la legitimidad de su nombramiento y el papa Nicolás I le declaró privado de toda dignidad eclesiástica. Focio replicó de forma fulminante. Lanzó gravísimas acusaciones contra las costumbres y las doctrinas de los latinos (entre ellas la cuestión del Filioque) y en un sínodo (867) tomó la inaudita decisión de excomulgar al Papa como hereje. Jugaba a su favor el clima antilatino de la corte, avivado por la decisión del papa Nicolás I de mantener bajo la jurisdicción de Roma el territorio de Bulgaria, que había sido evangelizado por misioneros griegos de rito bizantino. De todas formas, aquel mismo año, coincidiendo con la entronización de un nuevo soberano, Focio fue depuesto y se restableció la comunión con Occidente.
La escisión definitiva con Miguel Cerulario
El patriarca Miguel Cerulario, hombre dotado de una férrea voluntad, se propuso hacer realidad la vieja aspiración de elevar la sede bizantina a patriarcado de Oriente, en pie de igualdad con el Papa, patriarca romano de Occidente. Para conseguir su propósito desencadenó una ofensiva en la que se acumulaban diversas acusaciones contra los latinos, como que comulgaban con pan ácimo, suprimían los aleluyas en Cuaresma o permitían que los sacerdotes se rasuraran la barba. La respuesta latina no fue menos virulenta. Tachaban, por ejemplo, de adulterio el matrimonio de los sacerdotes orientales. Los legados del Papa enviados a Constantinopla fueron vejados por Cerulario, que llegó a prohibirles celebrar la misa. En aquel ambiente de crispación, los legados depositaron en el altar de Santa Sofía, en presencia del clero y del pueblo, una bula de excomunión (16 de julio de 1054) contra el patriarca de Constantinopla. Pocos días más tarde, el 24 de julio, un edicto sinodal constantinopolitano excomulgaba a los latinos. Se había consumado la ruptura. El saqueo de Constantinopla por los cruzados francos (1202) ahondó aún más el foso entre Oriente y Occidente. Dada la tensa hostilidad mutua, fueron efímeros los resultados de los intentos de unión llevados a cabo en el concilio de Lyon (1274) y de Ferrara-Florencia (1439), más debidos a la angustiosa situación de Constantinopla frente al poder musulmán y a su desesperada necesidad de la ayuda militar del Occidente cristiano que a un verdadero deseo de comunión religiosa.
La Iglesia cristiana, una historia de dogmas y divisiones
49
Primer concilio en Jerusalén, bajo la presidencia de Pedro
Siglo IV
Cisma bizantino o de Oriente, generado en apariencia por cuestiones dogmáticas, pero en realidad por las rivalidades políticas entre las capitales de Constantinopla y Roma, y las antipatías entre griegos y latinos
Concilio de Nicea (año 325). Se acepta el Credo, también llamado Símbolo de los apóstoles
Concilio de Constantinopla (año 381), convocado por Dámaso I para combatir las numerosas herejías que seguían proliferando en Oriente
1215
Concilio de Letrán. Contra la herejía de los albigenses
1274
Concilio de Lión: se intentó la reunificación de las Iglesias romana y griega
1378-1417
Gran cisma de Occidente. División en el seno de la Iglesia cristiana romana con motivo de la elección de Urbano VI como Papa
1414
Concilio de Constanza: para poner término al cisma de Occidente
Siglo XVI
Cisma protestante
Concilio de Trento (1545-1563), contra la Reforma impulsada por el protestantismo
1869-1870
Concilio Vaticano I; contra el modernismo; definió la infalibilidad del Papa
1965-1968
Concilio Vaticano II, para la puesta al día del papel de la Iglesia católica en el mundo contemporáneo.
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