jueves, 25 de diciembre de 2008

Encontré éstos discursos del maestro!

Andando surfeando en la web me encontré con éstos discursos del maestro Krishnamurti. Disfrútenlos muchachos!!




Libertad del condicionamiento


"Por mucho progreso que podamos haber logrado en este mundo, por mucho que podamos habernos internado en los cielos, visitado la Luna, Venus y demás, las vidas de la mayoría de nosotros siguen siendo muy vacías, superficiales, exteriores. Y es mucho más difícil penetrar en lo interno; no hay técnica para ello, no hay profesor que lo enseñe, no hay laboratorio donde uno puede aprender a viajar internamente. No hay maestro que pueda guiarnos y --por favor, créanme-- no hay autoridad de ninguna clase que pueda ayudarnos a investigar esta completa entidad llamada mente. Ustedes tienen que hacerlo enteramente por sí mismos, sin depender de nada. Y como la civilización moderna se está volviendo cada vez más compleja, y más y más exterior, más dedicada al progreso, hay una tendencia en todos nosotros a vivir todavía más superficialmente, ¿no es así?

Asistimos a más conciertos, leemos libros más ingeniosos, vamos sin cesar al cine, nos reunimos para discutir intelectualmente, nos investigamos a nosotros mismos psicológicamente con la ayuda del analista, etc. O, a causa de que vivimos vidas tan superficiales, nos volvemos hacia las iglesias y llenamos nuestras mentes con sus dogmas, tanto racionales como irracionales, con creencias que son casi absurdas, o escapamos hacia alguna forma de misticismo. En otras palabras, al darnos cuenta de que nuestra vida es superficial, casi todos escapamos de ella. Comprometemos nuestras mentes en filosofías especulativas o en lo que llamamos meditación, contemplación, la cual es una forma de autohipnosis; o, somos del todo intelectuales, creamos un mundo del pensamiento en el cual vivimos satisfechos, intelectualmente contentos.

Viendo todo este proceso, me parece que el problema no es qué debemos hacer o cómo debemos vivir o qué acción inmediata debemos emprender cuando nos enfrentamos con la guerra, con las catástrofes que hoy tienen lugar en el mundo, sino que el problema es, más bien, cómo investigar la libertad. Porque sin libertad no hay creación. Por libertad no entiendo libertad para hacer lo que les plazca: para subir a un automóvil y lanzarse zumbando por la carretera, o para pensar lo que se les antoje, o para que se comprometan con alguna actividad particular. Entiendo que tales formas de libertad no son libertad en absoluto. ¿Pero existe una libertad de la mente? Como la mayoría de nosotros no vive en estado creativo, pienso que es imperativo para cualquier persona reflexiva y seria, investigar muy profunda e intensamente esta cuestión.

Si observan, verán que el margen de libertad se está volviendo muy, muy restringido; desde el punto de vista político, religioso y tecnológico, nuestras mentes están siendo moldeadas y nuestra vida cotidiana contribuye a rebajar esa condición de libertad. Cuando más civilizados nos volvemos, menos libertad hay. No sé si han notado cómo la civilización nos está convirtiendo en técnicos; y una mente estructurada alrededor de una técnica, no es una mente libre. Una mente moldeada por una iglesia, por dogmas, por la religión organizada, no es una mente libre. Si nos observamos a nosotros mismos, pronto se vuelve obvio que nuestras mentes están abrumadas por el conocimiento, ¡conocemos tanto! Nuestras mentes están atadas por las creencias y los dogmas que las religiones organizadas de todo el mundo les han impuesto. Nuestra educación es mayormente un proceso de adquirir más técnica a fin de ganarnos mejor la vida, y todo alrededor de nosotros está moldeando nuestras mentes, nos dirigen y controlan todas las formas posibles de influencia. Y así, el margen de libertad se estrecha más y más. Está el peso terrible de la respetabilidad, la aceptación de la opinión pública, están nuestros propios temores, nuestras ansiedades. Si uno se da cuenta de todas estas cosas, ve que están disminuyendo el grado de libertad. Y esto es, quizá, lo que podríamos discutir y comprender: ¿Cómo puede uno liberar a la mente y, no obstante, vivir en este mundo con todas sus técnicas, sus conocimientos y experiencias? Pienso que éste es el problema, la cuestión central, no sólo en este país, sino en la India, en Europa y en todo el mundo. No somos creativos, nos estamos volviendo mecánicos. Por creatividad no quiero decir escribir meramente un poema o pintar un cuadro o inventar algo nuevo. Esas son sólo capacidades de una mente talentosa. Me refiero a un estado que en sí mismo es creación.

Pero examinaremos eso cuando comprendamos la cuestión central: que nuestras mentes se están volviendo más y más condicionadas, que el margen de libertad se está estrechando cada vez más. O bien somos norteamericanos, con toda la cualidad nacionalista y emocional que hay detrás de la bandera, o somos rusos, indios, esto o aquello. Estamos separados por fronteras, por dogmas, por maneras conflictivas de pensar, por diferentes categorías de pensamiento religioso organizado; estamos separados política, religiosa, económica y culturalmente. Y si examinan todo este proceso que tiene lugar a nuestro alrededor, verán que como seres humanos importamos muy poco; somos casi nada en absoluto.

Tenemos muchos problemas, tanto individual como colectivamente. En lo individual, quizá seamos capaces de resolver algunos de ellos, y colectivamente haremos lo que podamos. Pero todos estos problemas no son, por cierto, la cuestión principal. Me parece que lo principal es liberar a la mente, y uno no podrá liberar a la mente, o la mente no podrá liberarse, hasta que se comprenda a sí misma. Por lo tanto, el conocimiento propio es esencial: conocernos a nosotros mismos. Eso requiere cierta cualidad de percepción alerta; porque, uno no se conoce a sí mismo, no hay base para razonar, para pensar. Pero el conocer y el conocimiento son dos cosas diferentes. El conocer es un proceso constante, mientras que el conocimiento es siempre estático.

No sé si ese punto está claro; si no lo está, tal vez pueda aclararlo a medida que avancemos. Pero lo que quiero hacer ahora es señalar meramente ciertas cuestiones y más tarde podremos investigarlas. Tenemos que empezar por ver el cuadro en conjunto, no concentrarnos en algún punto en particular, en algún problema o en alguna acción específica, sino mirar la totalidad de nuestra existencia, por decirlo así. Una vez que hayamos visto este cuadro extraordinario de nosotros mismos tal como somos, podremos tomar entonces el libro de nosotros mismos y examinarlo capítulo por capítulo, página por página.

De modo que, para mí, el problema central es la libertad. La libertad no es estar libre de algo, ésa es sólo una reacción. La libertad, es mi sentir, es algo por completo diferente. Si estoy libre del temor, eso es una cosa. La libertad con respecto al temor es una reacción, la cual sólo produce cierto valor personal. Pero estoy hablando de la libertad que no es estar libre de algo en particular, que no es una reacción; y eso requiere muchísima comprensión.

Me gustaría sugerir que aquéllos que escuchan dediquen algún tiempo a reflexionar sobre lo que hemos estado discutiendo. No estamos aceptando ni rechazando nada, porque de ningún modo soy la autoridad de ustedes; no me coloco en la posición de un maestro. Para mí no hay maestro y no hay discípulo; por favor, créanme, esto es lo que quiero decir y muy seriamente. No soy el maestro de ustedes, ustedes no son mis seguidores. En el momento en que siguen, están atados, no son libres. Si aceptan cualquier teoría, están atados por esa teoría; si practican algún sistema, por complicado, por antiguo o moderno que sea, son esclavos de ese sistema.

Lo que estamos tratando de hacer es investigar, descubrir juntos. Entonces, no están escuchando meramente lo que señalo, sino que al escuchar tratan de descubrir por sí mismos, y de ese modo son libres. La persona que habla no es importante, pero lo que se dice, lo que se revela, lo que uno descubre por sí mismo, eso sí es de la más alta importancia. Todo este culto de la personalidad, este seguimiento personal, o el investir de autoridad a una persona, es completamente nocivo. Lo que tiene importancia es lo que descubrimos en nuestra investigación de cómo liberar a la mente de modo tal que, como seres humanos, seamos creativos.

Después de todo, la realidad, aquello que no es expresable en palabras, no puede ser descubierta por una mente trabada, sobrecargada. Existe, a mi parecer, un estado --llámenlo como gusten-- que no es la experiencia de ningún santo, de ningún buscador, de ninguna persona que se esfuerza por encontrarlo, porque toda la experiencia es, de hecho, una perpetuación del pasado, sólo fortalece el pasado. Por lo tanto, la experiencia no libera a la mente. El elemento liberador es el estado de la mente capaz de experimentar sin la entidad que experimenta. Esto, a su vez, requiere cierta explicación y lo examinaremos.

Lo que en realidad quiero decir ahora es que hay muchísimo desorden, muchísima incertidumbre, no sólo en lo individual sino también en el mundo, y a causa de este desorden, de esta incertidumbre, han surgido toda clase de filosofías: la filosofía de la desesperación, la filosofía del vivir en lo inmediato, de aceptar la existencia tal como es. O si rompen ustedes con la aceptación, con las tradiciones, establecen un mundo basado en la reacción. O, abandonando una religión, se pasan a otra; si son católicos, dejan el catolicismo y se convierten en hindúes o ingresan en algún otro grupo. Ninguna de estas respuestas contribuirá, por cierto, a la liberación de la mente.

Para dar origen a esta libertad, tiene que haber conocimiento propio, o sea, que uno ha de conocer el modo como piensa y, en ese proceso, descubrirá toda la estructura de la mente. ¿Saben?, una cosa es el hecho y otra cosa es el símbolo; la palabra es una cosa, y aquello que la palabra representa es otra. Para la mayoría de nosotros, el símbolo --el símbolo de la bandera, el símbolo de la cruz-- se ha vuelto extraordinariamente importante, de modo tal que vivimos a base de símbolos, a base de palabras. Pero la palabra, el símbolo, jamás es importante. Y acabar con la palabra, con el símbolo e ir más allá, es una tarea asombrosamente difícil. Es muy arduo liberar a la mente, de las palabras: ustedes son "norteamericanos", "católicos", "demócratas", "rusos", "hindúes", etc. Sin embargo, si queremos investigar qué es la libertad, tenemos que acabar con el símbolo, con la palabra. Las fronteras de la mente están establecidas por nuestra educación, por la aceptación de la cultura en la que hemos sido educados, por la tecnología que forma parte de nuestra herencia, y penetrar todas estas capas que condicionan nuestro pensar requiere una mente muy alerta, muy intensa.

Creo que es sumamente importante comprender desde el comienzo mismo que estas pláticas no tienen de ningún modo la intención de dirigir o controlar el pensar de ustedes o de moldear sus mentes. Nuestro problema es demasiado grande como para ser resuelto perteneciendo a alguna organización, o escuchando a algún orador, o aceptando una filosofía de Oriente, o perdiéndose en el budismo zen, o encontrando una nueva técnica de meditación, o teniendo nuevas visiones mediante el uso de la mezcalina o de alguna otra droga. Lo que necesitamos es una mente muy clara, una mente que no tenga miedo de investigar, que sea capaz de permanecer sola y de afrontar su propia soledad, su propio vacío, una mente capaz de aniquilarse a sí misma para descubrir.

Por lo tanto, quisiera señalar a todos ustedes la importancia de ser realmente serios; no vienen aquí en busca de entretenimiento o a causa de la curiosidad. Todo eso es una pérdida de tiempo. Existe algo mucho más profundo, más vasto, que tenemos que descubrir por nosotros mismos: cómo ir más allá de las limitaciones de nuestra propia conciencia. Porque toda conciencia es una limitación y todo cambio dentro de la conciencia no es cambio en absoluto. Y pienso que es posible, no místicamente, no en un estado de ilusión sino de hecho, ir más allá de las fronteras que la mente ha establecido. Pero uno puede hacer eso sólo cuándo es capaz de investigar la calidad de la mente y tener un conocimiento realmente profundo de sí mismo. Sin conocernos a nosotros mismos no podremos llegar lejos, porque nos perderemos en una ilusión, escaparemos hacia ideas fantásticas, hacia alguna nueva forma de sectarismo.

Considerando, pues, todos estos múltiples aspectos de nuestro vivir, el problema principal que afrontamos, tal como lo ve quien les habla, es esta cuestión de la libertad. Porque sólo en libertad podemos descubrir, sólo en libertad puede existir una mente creativa. Sólo cuando la mente es libre hay una energía infinita, y esta energía es el movimiento de la realidad.

Para concluir, quisiera sugerirles que consideren, que observen y adviertan la esclavitud de sus propias mentes. Lo que se ha dicho hasta aquí es meramente un esbozo de lo que contiene el libro que son ustedes mismos, y si se satisfacen con el esbozo, con los títulos, con unas cuantas ideas, entonces me temo que no llegarán muy lejos. No es cuestión de aceptar o negar, sino más bien de investigar dentro de uno mismo, y esto no exige ningún tipo de autoridad. Por el contrario, exige que no sigan a nadie, que sean una luz para sí mismos; y no pueden ser luz para sí mismos si están comprometidos con alguna forma particular de conducta, con alguna clase de actividad que ha sido establecida como respetable, como religiosa. Uno tiene que empezar muy cerca para llegar muy lejos, y no puede ir muy lejos si no se conoce a sí mismo. El conocerse a sí mismo no depende de ningún analista. Uno puede observarse a sí mismo cotidianamente, cuando actúa en toda forma de relación; sin comprender eso, la mente jamás puede ser libre..."

Jiddu Krishnamurti
Ojai, 21 de mayo de 1960.


El problema básico

"Y bien, ¿cuál es nuestro problema básico? Como estudiantes, como hombres de negocios, políticos, ingenieros o como los así llamados buscadores de la verdad -cualquier cosa que ello sea-, ¿cuál es, fundamentalmente, nuestro problema?

En primer lugar, me parece que el mundo está cambiando rápidamente, y que la civilización occidental con su mecanización, su industrialización, sus descubrimientos científicos, sus tiranías, su parlamentarismo, sus inversiones de capital, y demás, ha dejado una huella tremenda en nuestras mentes.


Y nosotros hemos creado, a través de siglos, una sociedad de la que formamos parte y que dice que debemos ser morales, rectos, virtuosos, que debemos comportarnos en conformidad con un determinado modelo de pensamiento que nos promete alcanzar finalmente la realidad, Dios, o la verdad.

Hay, pues, una contradicción dentro de nosotros, ¿no es así? Vivimos en este mundo de codicia, envidia y apetitos sexuales, de presiones emocionales, mecanización y amoldamiento, con el gobierno controlando eficientemente nuestras múltiples exigencias; y al mismo tiempo anhelamos encontrar algo más grande que la mera satisfacción física. Hay un impulso de dar con la realidad, con Dios, así como también de vivir en este mundo. Queremos introducir esa realidad en este mundo. Decimos que, para vivir en este mundo, tenemos que ganar dinero, que la sociedad nos exige que seamos adquisitivos, envidiosos, competitivos, ambiciosos; y aun así, queremos que, viviendo en este mundo, se nos revele lo otro. Podemos tener cubiertas todas nuestras necesidades físicas, el gobierno puede producir un estado de cosas en el que tengamos un alto grado de seguridad externa, pero internamente padecemos hambre. De modo que deseamos el estado que llamamos religión, esta realidad que trae consigo un impulso nuevo y da una vitalidad explosiva a la acción.

Por cierto, ése es mi problema, es el problema de ustedes. ¿Cómo hemos de vivir en este mundo, donde el vivir implica competencia, afán adquisitivo, ambición, la persecución agresiva de nuestra propia realización personal, y también dar origen a algo que está más allá? ¿Es posible tal cosa? ¿Podemos vivir en este mundo y, no obstante, tener lo otro? Este mundo se está mecanizando cada vez más; el Estado controla más y más los pensamientos y las acciones del individuo, lo especializa, lo educa dentro de cierto patrón que ha de seguir en su rutina cotidiana. Hay coacción en todas direcciones, y viviendo en un mundo semejante, ¿podemos hacer que se manifieste aquello que no es interno ni externo, sino que posee un movimiento propio y requiere una mente con una rapidez asombrosa, una mente capaz de sentir e investigar con gran intensidad? ¿Es eso posible? A menos que seamos neuróticos, a menos que seamos mentalmente raros, ése es, indudablemente, nuestro problema.

Ahora bien, cualquier persona inteligente puede ver que ir a los templos, practicar puja, y todas las demás tonterías que tienen lugar en nombre de la religión, no son religión en absoluto: son tan sólo una conveniencia social, un modelo que nos han enseñado a seguir. Al hombre lo educan para que se ajuste a un modelo, para que no dude, no inquiera; y nuestro problema es cómo vivir en este mundo de envidia, codicia, ajuste, persecución de ambiciones personales, y al mismo tiempo experimentar lo que está más allá de la mente, llámese Dios, verdad, o como prefieran llamarlo. No me refiero al Dios de los templos, de los libros, de los gurúes, sino a algo mucho más profundo, vital, inmenso, a algo que es inconmensurable

Viviendo, pues, en este mundo con todos estos problemas, ¿cómo he de captar lo otro? ¿Es eso posible? Obviamente no. No puedo ser envidioso y, aun así, descubrir qué es Dios o la verdad; ambas cosas son contradictorias, incompatibles. Pero es lo que la mayoría de nosotros trata de hacer. Somos envidiosos, nos dejamos llevar por impulsos primitivos, y al mismo tiempo soñamos con descubrir si Dios existe, si existen el amor, la verdad, la belleza, un estado intemporal. Si observan su propio pensar; si están del todo atentos al funcionamiento de la propia mente, verán que desean estar con un pie en este mundo y con un pie en el otro, cualquier cosa que ese otro mundo pueda ser. Pero ambos son incompatibles, no pueden mezclarse. Entonces, ¿qué hemos de hacer?

¿Comprenden, señores? Me doy cuenta de que no puedo mezclar la realidad, con algo que carece de realidad. ¿Cómo puede una mente agitada por la envidia, una mente que vive en el campo de la ambición, de la codicia, comprender algo que es completamente quieto y que tiene un movimiento propio en esa quietud? Como ser humano inteligente veo la imposibilidad de una cosa así. También veo que mi problema no consiste en encontrar a Dios, porque no sé qué significa eso. Puedo haber leído innumerables libros sobre el tema, pero tales libros son tan sólo explicaciones, palabras, teorías que carecen de realidad para una persona que no ha experimentado aquello que está más allá de la mente. Y el intérprete es siempre un traidor, sea quien fuere ese intérprete.

Mi problema no es, entonces, encontrar a Dios, la verdad, porque mi mente es incapaz de ello. ¿Cómo puede una mente estúpida, mezquina, encontrar lo inconmensurable? Una mente así puede hablar acerca de lo inconmensurable, escribir al respecto; puede moldear un símbolo, rodearlo de una guirnalda, pero todo eso se halla en el nivel verbal. Siendo, pues, inteligente y percibiendo este hecho, digo: “Debo comenzar con lo que realmente soy, no con lo que debería ser. Soy envidioso, eso es todo cuanto sé”.

¿Puedo, entonces, viviendo en esta sociedad, estar libre de envidia? Decir que sí o que no, implica suponer y, por lo tanto, no tiene valor. Descubrir si uno puede hacerlo, requiere una intensa investigación. La mayoría de ustedes dirá que es imposible vivir sin envidia, sin codicia en este mundo. Toda nuestra estructura social, nuestro código de moralidad, se basan en la envidia; por consiguiente, ustedes suponen que no es posible, y con eso se terminó todo. En cambio, el hombre que dice: "No sé si existe o no una realidad, pero quiero descubrirlo, y para descubrirlo, mi mente debe estar libre de envidia, no sólo por fragmentos sino totalmente, porque la envidia es un movimiento de agitación", sólo un hombre así es capaz de realizar una verdadera investigación. Pronto examinaremos eso.

Mi problema no es, entonces, investigar la realidad, sino descubrir si, viviendo en este mundo, puedo estar libre de envidia. La envidia no es tan sólo celos, si bien los celos forman parte de ella, no es tan sólo estar preocupado porque alguna otra persona posee más que yo. La envidia es el estado de una mente que exige más y más todo el tiempo: más poder, más posición, más dinero, más experiencia, más conocimientos. Y exigir el "más" es la actividad de una mente centrada en sí misma, de una mente egocéntrica.

Y bien, ¿puedo vivir en este mundo y estar libre de la actividad egocéntrica? ¿Puedo dejar de compararme con algún otro? Siendo feo, deseo ser hermoso; siendo violento, deseo ser no violento. Desear ser diferente, ser “más”, es el principio de la envidia, lo cual no implica que yo acepte ciegamente lo que soy. Pero este deseo de ser diferente, está siempre en relación con algo que es comparativamente más grande, más hermoso, más esto o aquello; y hemos sido educados para comparar de este modo. Es nuestra ansia cotidiana de competir, aventajar; y estamos satisfechos de ser envidiosos, no sólo consciente sino también inconscientemente.

Uno siente que debe llegar a ser "alguien" en este mundo, un hombre importante o un hombre rico, y si tiene buena suerte, dice que se debe a que ha hecho el bien en el pasado... toda esa tontería acerca del karma y demás. Internamente, también desea uno llegar a ser "alguien": un santo, un hombre virtuoso, y si ustedes observan todo este movimiento del "llegar a ser", esta persecución del "mas" -tanto interna como externamente-, verán que se basa esencialmente en la envidia. La mente se halla retenida en este movimiento de la envidia, y con una mente así, ¿puede uno descubrir lo real? ¿O se trata de algo imposible?

Por cierto, para descubrir lo real, nuestra mente debe estar por completo libre de envidia; no puede haber requerimiento alguno de "más", ya sea de manera abierta o en los escondrijos ocultos del inconsciente. Y si alguna vez lo han observado, sabrán que la mente de ustedes está siempre persiguiendo el "más". Ayer uno tuvo cierta experiencia y desea más de ella hoy; o, siendo violento, uno desea ser no violento, etc. Estas son todas actividades de una mente que sólo se interesa en sí misma.

Ahora bien, ¿puede la mente estar libre de todo este proceso? Esa es mi pregunta, no si Dios existe o no. Para una mente envidiosa, buscar a Dios es una completa pérdida de tiempo; no tiene sentido alguno excepto teóricamente, intelectualmente, o como un entretenimiento. Si de veras quiero descubrir la existencia o no existencia de Dios, debo empezar conmigo mismo; es decir, la mente tiene que estar por completo libre de envidia, y puedo asegurarles que ésa es una tarea inmensa. No es mera cuestión de jugar con las palabras. Pero ya lo ven, la mayoría de nosotros no se interesa en eso; no decimos: "Liberaré a mi mente de la envidia".

Nos interesa el mundo, lo que está sucediendo en Europa, la mecanización de la industria, cualquier cosa que nos aleje de la cuestión central; o sea, que no puedo contribuir a crear un mundo distinto hasta que yo mismo, como individuo, no haya cambiado fundamentalmente. Ver que uno debe comenzar consigo mismo es comprender una verdad inmensa; pero casi todos la pasamos por alto, la ignoramos, porque nos preocupa lo colectivo, estamos interesados en cambiar el orden social, en tratar de producir paz y armonía en el mundo.

Pocas personas se interesan en sí mismas excepto en el sentido de alcanzar el éxito. No me refiero a esa clase de interés; quiero decir interesarse en la transformación de uno mismo. Pero, en primer lugar, somos muy pocos los que vemos la importancia, la verdad del cambio; y en segundo lugar, no sabemos cómo cambiar, cómo dar origen a esta asombrosa, explosiva transformación en nosotros mismos. Cambiar dentro de la mediocridad, que implica cambiar de un patrón social a otro, no es cambio en absoluto.

Esta transformación explosiva tiene lugar porque toda la energía de uno se ha concentrado para resolver el problema fundamental de la envidia. Estoy considerando eso como la cuestión central, si bien involucra muchas otras cosas. ¿Tengo la capacidad, la intensidad, la inteligencia, la rapidez necesarias para seguir los movimientos de la envidia, y no limitarme a decir: "No debo ser envidioso"? Hemos estado diciendo eso durante siglos, y no tiene ningún sentido. También hemos dicho: “Debo seguir el ideal de la no envidia”, lo cual es igualmente absurdo, porque proyectamos el ideal de la no envidia y, mientras tanto, seguimos siendo envidiosos.

Tengan la bondad de observar este proceso. El hecho es que uno es envidioso, mientras que el estado de no envidia es un ideal, y entre ambos hay un vacío que ha de ser llenado a lo largo del tiempo. Uno dice: “Finalmente, estaré libre de la envidia", y eso es una imposibilidad, porque ello tiene que ocurrir ahora o nunca. Uno no puede establecer una fecha futura en la que será no
envidioso.

¿Puedo, pues, tener la capacidad de investigar la envidia y liberarme totalmente de ella? ¿Cómo surge esa capacidad? ¿Surge mediante algún método, mediante alguna práctica? ¿Acaso me convierto en artista practicando día tras día una determinada técnica? Obviamente no. El deseo de tener esa capacidad es un movimiento egoísta de la mente; mientras que, si no trato de cultivarla, si comienzo a investigar todo el proceso de la envidia, entonces el modo de disolverla totalmente ya está ahí.

¿De qué manera investigo, pues, el proceso de la envidia? ¿Cual es el motivo que hay detrás de esa investigación? ¿Deseo estar libre de envidia a fin de ser un gran hombre, a fin de ser como el Buda, Cristo, etc.? Si investigo con esa intención, con ese motivo, tal investigación proyecta su propia respuesta, todo lo cual sólo perpetuará el mundo monstruoso que hoy tenemos. Pero, si empiezo a investigar con humildad, es decir, no con el deseo de alcanzar el éxito, entonces tiene lugar un proceso por completo diferente. Me doy cuenta de que no tengo la capacidad de liberarme de la envidia; por lo tanto, digo: “Averiguaré”, lo cual implica que hay humildad desde el principio mismo. Y en el momento en que uno es humilde, tiene la capacidad de liberarse de la envidia. Pero la persona que dice: "Debo tener esa capacidad y voy a lograrla mediante estos métodos, mediante este sistema", esa persona está perdida, y son personas así las que han originado este mundo terrible y engañoso.

Una mente de veras humilde tiene una capacidad inmensa para la investigación, mientras que la mente agobiada por la carga de los conocimientos, mutilada por las experiencias, por su propio condicionamiento, jamás puede encarar una verdadera investigación. Una mente humilde dice: «No sé, lo averiguaré", lo cual significa que el averiguar jamás es un proceso de acumulación. Para no acumular, uno debe morir cada día, y entonces descubrirá, porque es fundamental y profundamente humilde, que esta capacidad de investigar llega por sí misma; no es algo que "uno" haya adquirido. La humildad no puede ser practicada, pero gracias a que hay humildad, la mente de uno es capaz de investigar la envidia, y una mente así ya no es más envidiosa.

Una mente que dice: "No sé" y que no desea llegar a ser esto o aquello, ha dejado totalmente de ser envidiosa. Entonces uno encontrará que la rectitud tiene un significado muy diferente. La rectitud no es respetabilidad, no es conformidad; no tiene nada que ver con la moralidad social, que es mera conveniencia, una manera de vivir que se ha vuelto respetable debido a siglos de coacción, amoldamiento, presión y miedo. Una mente de veras humilde, en el sentido que lo he explicado, creará su propia rectitud, que no es la rectitud de un modelo preestablecido. Es la rectitud que proviene de un vivir humilde, y de descubrir, de instante en instante, qué es la verdad.

Así pues, nuestro problema no es el mundo de los diarios, de las ideas y de los políticos, sino el mundo que existe dentro de nosotros mismos; pero debemos darnos cuenta de esto, percibir su verdad, y no aceptarlo meramente porque el Gita o algún señor barbudo dice que es así. Si ustedes se dan cuenta de ese mundo interno y se observan de día en día, de instante en instante, sin condenar ni justificar nada de lo que ven, descubrirán que en esa percepción alerta hay una vitalidad extraordinaria.

La mente que acumula tiene miedo de morir, y una mente así jamás puede descubrir qué es la verdad. Pero una mente que muere a cada instante para todo lo que ha experimentado, adquiere una vitalidad asombrosa, porque cada instante es nuevo; sólo entonces la mente es capaz de descubrir

Es bueno ser serio, pero nosotros raramente somos serios en nuestra vida. No quiero decir que se limiten a escuchar a alguien que es serio, o que sean serios con respecto a algo, sino que tengan dentro de ustedes mismos el sentimiento de seriedad. Sabemos muy bien qué es ser alegre, frívolo, pero muy pocos conocemos el sentimiento de ser profundamente serios sin un objeto que nos induzca a ser serios -ese estado en el que la mente aborda cada situación, por alegre, dichosa o excitante que sea, con un propósito serio-. Es bueno, pues, que pasemos una hora juntos de este modo, siendo serios en nuestra investigación, porque para la mayoría de nosotros la vida es muy superficial, una relación rutinaria de trabajo, sexo, culto, etc. La mente funciona siempre en la superficie, y descender bajo la superficie parece ser una tarea enormemente difícil. Lo que se necesita es este estado explosivo, el cual constituye la verdadera revolución en el sentido religioso de la palabra, porque sólo cuando la mente es explosiva, tiene la capacidad de descubrir o crear algo original, nuevo..."

Jiddu Krishnamurti
Bombay, India, 10 de febrero de 1957

¿Quien fué Jiddu Krishnamurti?

Krishnamurti es considerado como uno de los grandes pensadores del siglo XX y por muchos como un buda de nuestro tiempo, esto último por atravesar, como se describe en sus biografias, por la experiencia asociada al despertar budista. Considerando este hecho es como puede entenderse que realize muchas de sus penetrantes afirmaciones. Krishnamurti pasó mas de 50 años dando charlas alrededor del mundo a todo tipo de audiencias,
desde gente común hasta prestigiosos intelectuales y cientificos de la epoca, en todas discutiendo acerca de la condición humana y la acuciante necesidad de una revolución psicológica para afrontar la crisis actual del hombre. La mayor parte de estas charlas estan disponibles forma de libros, audio,video y texto en internet. El siguiente link es una interesante colección de dichas charlas traducidas al castellano, de donde fueron sacados los textos del post:


http://geocities.com/laesencia2002/index.html

También se pueden encontrar videos en el tubo, aunque están en ingles.

Ojalá les interese!
Saludos!

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