La posteridad es el sol de los muertos. Esta frase solemne revela el pensamiento, en suma muy poco religioso, del mayor novelista del siglo XIX. Uno de los mejores admiradores de Balzac en el siglo que siguió es el más famoso antropólogo francés de todos los tiempos, y tuvo oportunidad de gozar en vida de ese sol negro. El viernes, Claude Lévi-Strauss cumplió cien años. Recibió los homenajes reservados para sus glorias póstumas por la nación que primero fue la primogénita de la Iglesia Católica Romana y después construyó a la religión cívica como una obra de arte kitsch.
El presidente neogaullista Nicolas Sarkozy hizo una visita privada al domicilio del sabio profesor y académico. El primer ministro François Fillon, no menos derechista, le envió una sonora carta abierta, donde saluda “al gran espíritu de nuestro tiempo”. La ministra de la Investigación, Valérie Pévresse, anunció la creación de un premio anual Claude Lévi- Strauss (100 mil euros) para el mejor investigador francés en Ciencias Cociales. Los museos organizaron exposiciones con materiales etnográficos o variadamente culturales (foto) que Lévi-Strauss había reunido en diversas excursiones y viajes que, según declaró famosamente, odiaba. También exhibieron las fotografías que había tomado “en el campo”, según ese rito de pasaje que para todo antropólogo es el encuentro cara a cara con el salvaje, con la sociedad sin escritura. En su caso, esto ocurrió durante la década de 1930 en Brasil, país al que sólo volvería una vez, en 1985, pero ya de la mano del presidente socialista François Mitterrand.
La televisión culta dedicó la jornada del viernes a exhibir sin interrupciones films con él o sobre él. En un clímax laico de oficio de difuntos, en esa catedral que es el nuevo museo etnográfico creado en el parisino Quai Branly, cien personalidades de la cultura, como anota la crónica alegre y escandalosa, leyeron sucesivamente diversos fragmentos elegidos entre los textos de Lévi-Strauss. Por cierto, no todos eran antropólogos ni amigos de la antropología. El elenco de quienes leyeron parece una lista darwiniana de la supervivencia de los más aptos en la lucha por la vida. Algunos norteamericanos y brasileños, pero casi todos franceses: el historiador antiguo Marcel Détienne, el americanista Serge Gruzinski, la posestructuralista honoraria Julia Kristeva, la feminista y prosista Hélène Cixous, la hija, el yerno y la biógrafa del fallecido psicoanalista Jacques Lacan, el nuevo filósofo Bernard Henri-Lévy, y decenas más, no siempre autores traducidos al español.
Sobre los méritos de Lévi-Strauss, más allá de su probada carrera académica y de la cantidad y buen éxito ultramarino de sus publicaciones, poco se dijo. Es algo más difícil de explicar al gran público. Al repetir la imagen del joven antropólogo como héroe, con casco, traje colonial, pantalón corto, internado en el Mato Grosso entre indios y monos, emergía una figura tan querible y pop como la de Jacques Cousteau, otra gloria menor francesa, documentado y documentalista que se internaba con regularidad televisiva en las profundidades oceánicas.
No hace un siglo, sino medio, en 1958, Lévi-Strauss publicó su Antropología estructural. El estructuralismo fue tal vez la última moda intelectual que Francia logró imponer en el mundo. Su axioma básico, tantas veces repetido en los sesentas, consiste en sostener que el significado no está en las cosas sino en las relaciones –cristalizadas en estructuras– que hay que descubrir entre ellas; que la “realidad”, incluyendo al sujeto humano, no está dada, sino que es producida, preminentemente por el lenguaje. Hoy es una herencia que molesta a muchos, y los mismos estructuralistas quisieron avanzar hacia un horizonte post.
Los organizadores de los homenajes centenarios pudieron celebrar que éstos se realizaran en simultáneo en 25 países: la tierra del posestructuralismo es redonda. Tampoco faltaron en la Argentina. El antropólogo centenario se abstuvo de participar en todos, aun en el de esa patria de la que tuvo que huir, como judío, y cuyas autoridades en 1940 decidieron colaborar con el invasor nazi y alemán.
Hace un cuarto de siglo, una argentina, Francis Korn, publicó un libro particularmente lúcido sobre los estudios de parentesco de Lévi-Strauss. La investigadora podía concluir que “aunque nos fue posible demostrar la trivialidad o el error de algunos análisis, no nos fue posible ilustrar ningún aspecto en el que Lévi-Strauss haya resultado teóricamente brillante o aun medianamente correcto”. El antropólogo que inició su obra más leída, Tristes trópicos, con una proclama, “Odio los viajes y los viajeros”, podría recrearla hoy con la fórmula “Odio los elogios y los honores”. Así como Chesterton decía que a Dios le gustan más algunas blasfemias que muchas plegarias, la lectura de Korn sigue siendo, 25 años después, un gran homenaje.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
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