Llamamos "mito" a la descripción de un orden del mundo anterior al orden actual, y tiene la finalidad de explicar una ley orgánica de la naturaleza de las cosas. Por ejemplo, el ciclo mítico de la diosa Deméter -uno de los más grandiosos del pensamiento griego- explica místicamente la germinación, el crecimiento y la maduración del trigo.
Por tanto, no toda leyenda antigua es un mito. Para merecer este nombre, el relato debe referirse al mundo de las esencias; al mito le repugna lo accidental y lo accesorio.
Los mitos mediterráneos, con sus tres principales focos en Grecia, Egipto y Roma, pretenden penetrar en los orígenes y las leyes que rigen el cosmos y el mundo con él, casi siempre a través de la introducción, en el relato mítico, de la intervención directa de los dioses.
Dioses-hombres en los tiempos remotos
Buscando una explicación a las sobrecogedoras experiencias de lo sobrenatural entendido como el desencadenamiento de fuerzas superiores que originan las tormentas y los terremotos y causan la muerte tanto como la vida...
Hablar de la religión griega arcaica significa adentrarnos en un universo politeísta al que no estamos acostumbrados y que nos puede confundir. No obstante, en los diversos aspectos que a veces pueden parecer contradictorios subyace un orden y una experiencia religiosa única.
La religión griega arcaica carece de escritos que contengan algún tipo de revelación divina tal como aparece en los Vedas de la India o, sin ir tan lejos, en las Sagradas Escrituras de los hebreos y los cristianos, o el Corán entregado por Alá a Mahoma. Por lo tanto, la religión del entorno griego más primitivo, y la del posterior, no es una "religión del libro". Y si bien a partir de los siglos VIII-VII antes de nuestra era muestra una cierta continuidad con la religión del mundo minoico-micénico, con el desarrollo de las ciudades-estado las diferentes preocupaciones vitales de cada una de ellas irán configurando el variado espectro de lo que llamamos religión griega.
Pero la diversidad no significa dispersión o arbitrariedad, y hay que tener en cuenta que, en la antigua Grecia, el ámbito religioso era inseparable del dominio social o político.
La formación de los mitos
Los griegos expresaron sus creencias a través de las narraciones transmitidas primero oralmente y después por escrito, y conocidas bajo el nombre de mitos. La mitología griega forma un complejo entramado de narraciones, a veces aparentemente contradictorias, que reflejan este universo divino politeísta.
Con la asimilación de la escritura fonética fenicia en el siglo VIII antes de nuestra era, se recupera la palabra escrita que se había perdido después de la desaparición del mundo micénico. El mito, del que se tiene constancia incluso desde épocas anteriores a la arcaica, floreció en el canto épico, la poesía lírica y la coral, los himnos, y más tarde en las tragedias, las comedias y, con un uso diferente, la filosofía. En consecuencia, no se puede hacer una distinción tajante entre religión y literatura o narración.
La fuerza de la palabra
La palabra conduce la expresión de lo divino, instaura un orden. En cierto modo, los relatos míticos son narraciones literarias y, si bien implican un cierto grado de ficción, existe en ellos una dimensión de realidad vivida (aunque no necesariamente verídica), al igual que en la historia sagrada para el creyente cristiano. Los mitos no son meras fabulaciones y obedecen a un código preciso. Y, aun así, en nuestro vocabulario pervive la acepción del mito como fabulación, como sinónimo de algo imaginario e inalcanzable.
El antropomorfismo caracteriza la religión griega en Creta y Micenas desde épocas tan tempranas como el segundo milenio antes de nuestra era. La mitología griega comparte este antropomorfismo con otras mitologías de culturas más antiguas (como las mesopotámicas), aunque tiene una característica propia: sus dioses no crean al hombre.
La vida de los dioses se imagina con el lenguaje humano. En el mito, el encuentro con lo divino se expresa en el elemento humano de los dioses. Los dioses griegos viven en familia, se narran sus nacimientos (teogonías) y vidas, que transcurren entre rivalidades, conflictos dramáticos, amistades o matrimonios a semejanza de los humanos. En el mito, y también en la iconografía, el nombre divino representa a un sujeto, a una persona, que a veces puede asumir forma humana e incluso se puede producir un encuentro físico entre el hombre y el dios.
Dioses muy humanos
Entre los griegos primitivos, los dioses cumplían unas determinadas funciones y tenían una esfera de acción que incluso hoy se refleja en los adjetivos que acompañan a cada uno de los nombres divinos.
En el culto se expresaba la función de un dios mediante la invocación de atributos que acompañaban a su nombre. Estos atributos podían ser de tipo toponímico, descriptivo, geográfico, y otros, y variaban en función del dominio en que se esperaba la intervención divina. Así había un Zeus dios de la lluvia, y un Zeus guardián de la ciudad, o un Zeus de todos los griegos. El dominio de cada una de las divinidades estaba perfectamente delimitado, aunque en cada esfera de acción podían intervenir simultáneamente varias divinidades.
En Grecia se rendía culto a dos figuras: a los dioses y a los héroes, mortales que con frecuencia eran hijos de dioses. El culto podía constar de diversas actuaciones, como el rezo, las libaciones, las ofrendas y el sacrificio.
El sacrificio era el acto más importante del culto. Era una muestra de la devoción porque con él se buscaba contentar a la divinidad. Solía tratarse de animales que se sacrificaban y constituían un banquete compartido con la divinidad, ya que los hombres comían la carne del animal ofrecido. En casos excepcionales también se practicaban sacrificios humanos.
Sin duda, el mito como expresión de la religiosidad y, por lo tanto, de la cultura griega nos sitúa en una extraña posición respecto a una cultura tan alejada de la nuestra en el tiempo. Por un lado, existe una cercanía impresionante del hombre con la divinidad y, por otro, hoy nos plantea el interrogante acerca de su verdadero significado: ¿metáfora, mera fabulación, verdad vivida?
Pero finalmente lo que nos queda equivale a una expresión vivaz e inusual de la cercanía del hombre respecto a la divinidad.
La imagen mítica del mundo
Toda religión se desarrolla en un entorno geográfico y social que, si bien no es determinante, sí ayuda a entender algunos de sus aspectos. Así la mitología griega más remota recreó su propia imagen del mundo que se basaba en un sustrato verídico en el que se inserían los diferentes personajes y escenas míticas creando lo que se llama una imagen geográfico-mítica del mundo habitado.
Esta imagen fue representada en mapas que evolucionaron a medida que los griegos iban conociendo más territorios y perfeccionaban sus conocimientos astronómicos. En general los límites de este mundo se solían poblar de seres extraños con costumbres extravagantes. Como siempre sucede en los mitos, una realidad conocida iba acompañada de una realidad inventada, fruto en este caso del encuentro con lo desconocido propio de pueblos tan diferentes del griego.
La mitología refleja una imagen del mundo vertical y otra horizontal.
Los límites de la "geografía horizontal", que correspondería a nuestro concepto actual de "geografía", fueron variando a medida que los griegos iban fundando nuevas colonias por el Mediterráneo.
El mundo o ecumene de los antiguos griegos era principalmente el Mediterráneo, más allá del cual estaban las tierras incógnitas.
Dos personajes míticos, dos hermanos, marcaban los límites oriental y occidental: Atlas sostenía la bóveda celeste en el occidente (correspondiendo al actual Estrecho de Gibraltar) y Prometeo estaba encadenado a las rocas del Cáucaso, en oriente.
La "geografía vertical" correspondía a una imagen tripartita del universo en cielo, tierra y submundo o Tártaro más allá del cual estaba el Caos infinito. Estas dos geografías estaban contenidas en un mar que todo lo circundaba, Océano. Es en estos niveles cósmicos donde encontramos a las diferentes divinidades de la mitología griega.
La religión en Cnosos y Micenas
Misterio, arte y religión
Arte y religión van de la mano; sea el arte el que encauza el sentimiento religioso o este sentimiento el que genere la actividad artística, lo cierto es que el arte ofrece una lectura de la experiencia religiosa. En la relación que se establece media la naturaleza: lo divino se manifiesta en la naturaleza.
Cuando en 1900 sir Arthur Evans excavó en Creta el palacio de Cnosos en busca de una de las más esplendorosas civilizaciones del Mediterráneo, asoció el lugar al mítico rey cretense Minos. De aquí surgió el nombre de "cultura minoica".
Posteriormente se encontraron, tanto en Cnosos como en Micenas y Pilos, unas tablillas de arcilla con una escritura que, una vez descifrada, resultó ser una lengua griega arcaica. En consecuencia, se dedujo que ambos lugares compartían la misma cultura, llamada desde entonces minoico-micénica. Cnosos y Micenas fueron dos centros de poder palaciego: el primero en Creta y el segundo en el Peloponeso, en la Argólida. Por lo que respecta a la religión, se puede llamar simplemente religión minoica.
La religión es la expresión de un entorno, de un mundo que en este caso es la isla de Creta, la mayor del Mediterráneo. La cultura minoico-micénica pertenece a la llamada Edad del Bronce, cuyo apogeo se sitúa en el segundo milenio antes de nuestra era, y que desapareció de improviso en el primer milenio. Existen testimonios del esplendor e importancia de estos sitios palaciegos, sobre todo en lo que respecta a la actividad artística, como lo demuestra el hallazgo de una ingente cantidad de objetos y de pinturas murales. A través de ellos conocemos la relación del hombre con la divinidad.
La escritura de aquella época que ha pervivido hasta hoy se limita a meros catálogos de contabilidad administrativa, en la que apenas aparecen nombres de divinidades.
El hombre no ocupa el centro, está situado enfrente de la divinidad tal y como se puede observar en los gestos cultuales representados en las vasijas, los anillos y las pinturas murales. Se trata de visiones y de epifanías divinas en la naturaleza.
Las epifanías
Con frecuencia, los lugares de culto se encuentran en la naturaleza: fueron cuevas, santuarios de montaña, árboles e incluso animales. Pero el sitio en sí no fue objeto de adoración, sino el lugar "santo" en el que se mostró la divinidad y, en general, ésta se suele representar con figura antropomorfa. La naturaleza del lugar también podía evocar la presencia divina, y así había unas cuevas con estalagmitas que evocaban el útero materno y en las que, según se creía, se había producido la epifanía de la diosa parturienta Ilitia. En cuanto a los animales, el toro, presente por doquier en el arte y la arquitectura cretense y en el que se había encarnado la divinidad, era un animal sagrado. Así es muy frecuente el recurso al símbolo de los dos cuernos y del doble hacha, ya que esta última era el instrumento utilizado para sacrificar al toro.
Las epifanías tienen un carácter festivo y van acompañadas de gestos cultuales y movimiento. Para indicar la epifanía, los artistas representaban a los que las presenciaban con los brazos y manos levantados y con las palmas abiertas. La epifanía misma solía mostrar a la divinidad bajando en movimiento, ejecutando una danza. Era en la danza donde la divinidad se encarnaba, y de ahí la importancia de la misma en los actos religiosos. Era el modo que tenían los humanos de celebrar la llegada de la divinidad; en las procesiones se solía danzar.
La Gran Diosa Madre y Dioniso
Las divinidades más representadas suelen ser femeninas. Se trata de la Gran Diosa, la Diosa Madre de la Naturaleza, la señora de los animales (pótnia téron) que ya se encuentra en otras religiones orientales como, por ejemplo, la Madre Diosa anatólica. Pero aunque predominaba la figura de la Gran Diosa también había divinidades masculinas.
El dios más importante y que desempeñará un papel determinante en la religión griega posterior es Dioniso, un dios genuinamente cretense, que aparece mencionado junto a Poseidón y Zeus en las tablillas.
El nombre de Dioniso aparece asociado a la viticultura, que ya se practicaba en los palacios cretenses y que desde allí fue llevada a Grecia. Forma parte de su personalidad divina el estrecho vínculo con la naturaleza, con lo vegetal y lo indestructible inherente a ella y con la embriaguez momentánea de lo que nunca muere. Posteriormente, en Grecia circularía un mito que vinculaba a Dioniso con la isla de Creta y, en particular, con la hija del rey mítico Minos, Ariadna.
Los artistas fueron los vates de lo divino, así como posteriormente en la Grecia arcaica lo serían los poetas épicos; y, por supuesto, la representación antropomorfa de las divinidades será un precedente para la posterior religión griega.
El laberinto y el Minotauro, Teseo y Dioniso
El laberinto
El laberinto aparece mencionado en las tablillas de Cnosos en relación con un culto subterráneo de carácter iniciático. De hecho, en Creta existían cavernas como lugares de culto. El iniciado que salía de estas grutas lo hacía como un hombre nuevo, de manera similar al que se adentra en un laberinto y consigue encontrar la salida. El posterior mito griego del Minotauro estaría relacionado con este aspecto del culto arcaico cretense. Se conserva en Roma un grafito de los tiempos imperiales en el que un niño dibujó con un clavo en una pared un laberinto y escribió debajo: Laberynthus. Hic habitat Minotaurus ("Laberinto. Aquí habita el Minotauro". Desde los tiempos arcaicos hasta las revistas de pasatiempos de nuestros días, pasando por la Roma clásica, las estelas celtas y los atrios de las catedrales góticas, el laberinto forma parte de la conciencia colectiva como un viaje iniciático que, partiendo del exterior, lleva al conocimiento de un centro interior entendido como el origen y el final del mundo.
Minotauro
Monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre, concebido por la esposa del rey Minos, Pasífae, de un toro con que el dios Poseidón había obsequiado al rey. Minos, avergonzado y asustado por lo que su esposa había dado a luz, mandó construir un inmenso palacio (el Laberinto) formado por un embrollo tal de salas y corredores que era muy difícil encontrar la salida. Allí encerró al monstruo, a quien periódicamente le sacrificaba siete muchachos y siete doncellas ofrecidos como tributo por la ciudad de Atenas. El joven héroe Teseo se integró voluntariamente en uno de estos grupos de víctimas sacrificiales y venció al Minotauro saltando por encima de él y agarrándole por los cuernos; además, ayudado por la enamorada Ariadna, encontró la salida del palacio. Esta leyenda conserva el recuerdo de la antiquísima civilización minoica que, según parece, rendía culto a los toros como personificación del dios sol. En la actualidad se cree que las corridas de toros son un culto solar heredero del "salto del toro" micénico.
Teseo
Al filo de la conclusión de la era matriacal, que dio paso a la civilización patriarcal en el entorno mediterráneo, se alza el héroe quizá más carismático de la Antigüedad: Teseo, un gigante de enorme talla que da muerte al Minotauro y libra a Atenas de su tiranía, presiente los terremotos, seduce y abandona a las mujeres, vence a las amazonas y a los centauros, gobierna ciudades y finalmente muere, quizás suicidado, junto al mar.
Dioniso
Llamado Baco por los latinos, era el dios de la viña y de la embriaguez entendida como delirio místico. Su leyenda, larga y compleja, incluye un nacimiento doble, un largo periplo entre militar y milagrero alrededor del mundo entonces conocido y, finalmente, la ascensión al cielo en calidad de dios. Lo que no impidió que, después de entronizado, volviera a la Tierra para raptar o salvar a Ariadna, cuando ésta acababa de ser abandonada por Teseo en la isla de Naxos.
De las fiestas alocadas en honor de este dios se originaron las representaciones del teatro y las Bacanales, que perviven en nuestros días en los carnavales de todo el mundo.
Los dioses del Olimpo
La cultura occidental, que ha sido hegemónica para la mayor parte de la humanidad al menos desde el descubrimiento de América, y que hoy, por medio de la globalización económica, va invadiendo incluso las formas de vida asiática y africana, depende directamente del sistema de creencias y de la organización social de la Grecia y la Roma clásicas. Estamos hablando de aproximadamente el medio milenio comprendido entre los siglos V y I antes de nuestra era.
El sistema de creencias estaba sólidamente estructurado en torno a unas divinidades celestiales (aunque los filósofos habían alcanzado ya el monoteísmo) que regían el destino y la conducta personal y comunitaria del hombre.
Grecia primero, y Roma después, extendían al orbe dominado por las armas su ordenación religiosa de la sociedad.
La morada de los dioses griegos
Que los dioses olímpicos pervivan hasta nuestros días en la lengua castellana parece imposible, casi tres mil años después. Pero es verdad: así, cuando decimos "le mostró su olímpico desdén" o "tal y cual están en el Olimpo", queremos indicar o bien una actitud de soberbia o un estado que sitúa a la persona por encima de la realidad.
El Olimpo es la montaña más alta de Grecia continental y en ella los griegos de la Antigüedad situaban la morada de sus dioses: por encima y a la vez cerca de los hombres. La noción de un panteón divino integrado por doce dioses y de una montaña alta que es su morada aparece en otras culturas del Próximo Oriente anteriores a Homero. Pero es indiferente hablar de dioses olímpicos o de dioses homéricos, porque fue Homero quien les dio nombre y los elevó a la categoría de dioses panhelénicos.
La familia olímpica
No todos los dioses olímpicos eran iguales, ya que existía una clara jerarquía. Al igual que los hombres, vivían en familia en el Olimpo, una familia patriarcal en la que Zeus ejercía la máxima autoridad. Era una reproducción de la familia griega de la época arcaica: ya fuese ésta la familia nuclear o la gran familia que era la pólis, la ciudad griega y comunidad de ciudadanos. Los dioses olímpicos tenían un comportamiento y sentimientos muy humanos, como los celos, la venganza, la perfidia, y también representaban todo aquello que, oculto, puede morar en el hombre.
Los antiguos griegos pusieron nombre a sus dioses, pero a pesar de estas similitudes con los humanos había una diferencia básica e infranqueable: los olímpicos eran inmortales (atánatoi) y, de hecho, al hablar de ellos se podía usar indistintamente la palabra dioses o inmortales. La principal preocupación del hombre era intentar adaptarse a su realidad, a lo que sabía que tenía un fin ineluctable, su vida.
La principal diferencia entre los dioses y los hombres era que a los primeros no les corría sangre por las venas, sino un líquido más fluido, el ícor, que hacía que su cuerpo fuera incorruptible. Se alimentaban de olores y perfumes, del néctar y la ambrosía (sustancia desconocida) y del humo que ascendía de los huesos y la grasa quemada de los animales que los hombres, en la Tierra, sacrificaban en su honor.
Los nombres de los dioses
Algunas veces, la etimología de los nombres puede orientar sobre la esencia, la función y, por lo tanto, la esfera de acción de una divinidad. En el caso de Zeus, su nombre evoca el resplandor del día en el cielo; es un dios celestial y representa la esencia del fenómeno meteorológico, pero no es un dios del tiempo climático. De este resplandor emana su inteligencia, su noûs, con la que toma las decisiones, que nunca son arbitrarias. Zeus es el padre, pero no el padre que ordena y rige la casa, sino el padre procreador y vencedor, seductor de mujeres.
Al lado de Zeus, encabezando esta familia divina, está Hera, su esposa y hermana, que no es la madre de todos los demás dioses, pues Zeus, al unirse a otras mujeres, engendra toda una saga de dioses, héroes y simples mortales. De hecho, en Grecia el culto a Hera, como diosa del cielo, es anterior al de Zeus. La figura de la madre estaba representada por Deméter, madre de Perséfone o Coré (que significa muchacha). Era la diosa-madre que dispensaba, negaba y de nuevo proporcionaba el fruto de la tierra, el grano, a los hombres.
Otras mujeres del panteón olímpico que eran la antítesis de la mujer -madre y, por lo tanto, mujeres- virgen eran Artemisa y Palas Atenea. La primera era la diosa cazadora y protectora de los animales, mientras que Palas Atenea (de la que la ciudad de Atenas toma su nombre) era la diosa por antonomasia de las póleis griegas. Y por último, otra diosa que es la excepción: Afrodita, esposa de Hefesto, diosa del amor y también del adulterio, bella y seductora.
Los dioses del Olimpo eran Apolo, Hermes, Ares, Dioniso, Hefesto y Poseidón. Apolo era el dios griego por excelencia, ya que representaba la armonía, la moderación y la pureza, que salvaguardaba combatiendo todo lo impuro. Su hermano Hermes, también hijo de Zeus, encarnaba el espíritu mediador entre los dioses y los hombres y entre los propios dioses. Ares, hijo de Hera y Zeus, era el dios de la guerra. Otro hijo de Hera era Hefesto, a quien había concebido sola; su dominio era la forja y su elemento el fuego; era el dios artesano y creador, el herrero. Dioniso, uno de los dioses griegos más antiguos, descendía de Zeus. Representaba el reverso del orden establecido, de las tradiciones y de la vida familiar en torno a la diosa Hestia. Dentro del panteón olímpico es el único dios que no mantiene relación alguna con los otros dioses. Por último está Poseidón, hermano de Zeus, que en cierto modo es su antítesis porque representa otra fuerza elemental: es señor de las profundidades de los mares.
La vida y milagros de los dioses griegos los han convertido en un referente cultural constante en la historia posterior de la humanidad. No obstante, no sería exacto atribuir a la Grecia clásica todo el mérito creativo con respecto a ello: algunos de sus dioses están claramente inspirados en dioses de culturas anteriores, como la minoica.
Los dioses del Olimpo
Afrodita: El mito más conocido sobre su nacimiento cuenta que nació en el mar, de la espuma (en griego, afrós) generada por los genitales de Cronos, que su hijo Zeus le cortó y arrojó al mar. Viola el orden patriarcal olímpico con su amante Ares.
Apolo: Hijo de Leto y Zeus y hermano de Artemisa. Sus atributos más comunes son la lira y el arco. La lira representa tanto la música como la poesía. Es la armonía musical, en contraposición a la música desenfrenada del culto dionisíaco. Se le representa siempre joven y hermoso, y es símbolo de la pureza y la luminosidad. Durante mucho tiempo fue la "autoridad" que regía las grandes decisiones políticas de Grecia a través de sus oráculos en Delfos o Delos, donde también tenía la función de médico purificador.
Ares: Hijo de Zeus y Hera. Representa la fuerza bruta de la guerra.
Artemisa: Diosa-virgen, hermana de Apolo. Es la diosa cazadora. Su esfera de acción es la naturaleza silvestre, los estanques y las regiones pantanosas. No se encuentra en las ciudades. Iba acompañada de las ninfas. Como su hermano, lleva el arco y las flechas.
Atenea: Según el mito, nació de la cabeza de Zeus por ser sabia y prudente. Es la diosa de la ciudad y también de la guerra; sus atributos son la égida y el yelmo.
Deméter: Diosa dispensadora de los cereales, que brinda y al mismo tiempo quita a los mortales, provocando épocas de fertilidad o de hambruna. Su esfera de acción es la tierra cultivada. Regenta los alimentos y acoge en su seno a los muertos y a las semillas, anudando entre ellos la vida y la muerte. También protege la semilla humana, la descendencia y, por lo tanto, a los recién nacidos (diosa-madre).
Dioniso: Hijo de Zeus y Semele, mujer mortal. Es uno de los dioses griegos más antiguos (ya se menciona en Creta) y en cierto modo representa la antítesis de Apolo. En su culto se celebra la eterna renovación de la vegetación representada por la vid. Su séquito es muy peculiar: le acompañan ante todo mujeres, las ménades o bacantes, conocidas como "enloquecidas". Pero también están presentes silenos y sátiros (figuras masculinas con rasgos de caballo y cabra).
Hebe: Hija de Zeus y de Hera. En la familia divina, desempeña el papel de criada y de hija de la casa. Esposa del héroe Heracles (Hércules), es la personificación de la juventud de los dioses.
Hécate: Diosa de la magia, asociada a Artemisa. Su estatua se levanta en las encrucijadas en forma de mujer de triple rostro. A su pie se depositaban ofrendas.
Hefesto: Hijo de Hera. Es el dios forjador, herrero y artesano por excelencia. Es el creador de artificios; así, para vengarse de Hera, fabrica un trono en el que la diosa se queda atrapada. Habita en las profundidades de la tierra, donde tiene su taller.
Hera: Hermana y esposa de Zeus. Era la protectora de la casa y el matrimonio. Las bodas se celebraban invocando su nombre. Hera no representa a la madre de familia, sino a la mujer en cierta medida ultrajada (por Zeus), que intenta defender su territorio mediante la intriga y la venganza.
Hermes: Hijo de Zeus y la ninfa Maya. Es el dios de los pastores y los viajeros, protector de los caminos y las encrucijadas (de viajeros, ladrones y vagabundos), y conductor de las almas de los muertos a los infiernos. Es el mensajero de Zeus, pero también actúa como mensajero entre los dioses, y entre los dioses y los hombres. Se le representa con alas en el casco y en los pies.
Hestia: Hermana de Zeus, hija primogénita de Cronos y Rea. Diosa del hogar doméstico y, por extensión, del hogar de la ciudad, como indica su nombre (en griego, "hestia" significa "hogar".
Poseidón: Hermano de Zeus. En el reparto del mundo le tocó el dominio de los mares. Por ello es el señor de las tormentas que sacuden la tierra. Era protector de los pescadores y se le representaba llevando un harpón.
Zeus: Último hijo de Rea y Cronos, a quien destronó. Es el dios soberano del Olimpo. Sus atributos iconográficos son el rayo y el cetro.
Las divinidades no olímpicas de Grecia
En el Olimpo siempre había nubes, era una montaña inaccesible y quien no tuviese su morada en ella sólo podía encontrar el camino a condición de que fuera conducido por un dios olímpico.
La diferencia de altura es lo que separa a los dioses olímpicos de las demás divinidades, que por ello llamaremos menores, aun cuando algunas más bien "cayeron en desgracia" por el protagonismo de una u otra deidad olímpica. Los antiguos griegos necesitaban dioses más accesibles, que actuasen de forma inmediata en el ámbito en que vivían. Estas divinidades menores tenían un rasgo predominantemente local, su radio de acción estaba restringido a un lugar. Por ello, ante la imposibilidad de abarcar a todos, sólo mencionaremos algunos de los que recibían culto en Grecia. Las divinidades más cercanas, y que en parte estaban emparentadas con los dioses olímpicos y representaban su contrario, eran los dioses ctónicos (en griego antiguo, ctónos significa tierra), que eran potencias del suelo y del subsuelo que traían el peligro y el mal. Se trataba de fuerzas divinas que no debían nombrarse y que se tenían que alejar mediante el sacrificio (por ejemplo, las Erinias).
Otras diosas eran Temis, hija de los Titanes (dioses a los que habían suplantado los olímpicos), cuya compañía era requerida por Zeus; Ilitia, diosa del alumbramiento que ya se menciona en Creta; y Hécate, diosa de los caminos y las encrucijadas. Todas recibían culto en Grecia.
La antítesis de los dioses olímpicos era Hades, hermano de Zeus, dios del mundo subterráneo y del reino de los muertos y que, por lo tanto, infundía terror. Otro dios cuyo culto estaba bastante extendido en Grecia era Pan, dios cabra que representaba el poder no civilizado.
También recibían culto las divinidades del mar emparentadas con la familia olímpica, como las Nereidas que acompañaban a Tetis, madre de Aquiles. Además se personificaban y divinizaban las fuerzas naturales.
Personificaciones de la naturaleza
Cuando, en la Ilíada, Zeus convoca a los dioses a una asamblea en el monte Olimpo no sólo acuden los olímpicos, sino también las ninfas y todos los ríos. La idea de los ríos como dioses y de los manantiales como ninfas divinas es muy frecuente no sólo en la poesía, sino también en la creencia popular y tuvo sus propios rituales. La veneración de estos dioses estuvo limitada sólo por el hecho de que se identificaban con una localidad específica.
Cada ciudad adoraba a su propio río o manantial. El río incluso podía tener un témenos (recinto sagrado) o un templo (como el de Mesenia, consagrado al río Pamisses). Las ofrendas al río podían constar de regalos votivos o de sacrificios animales, en los que éstos eran arrojados al río. En la iconografía, los ríos se representaban en forma de un toro con cabeza o rostro humano, o bien como figuras humanas.
Un fenómeno muy extendido y que sentó precedente para la religión romana fue la divinización de nociones abstractas como el Miedo (Phóbos), la Riqueza (Plutos) o la Paz (Eirene), que se representaban en forma humana. Estas "abstracciones divinizadas" tomarían más relevancia en el siglo V antes de nuestra era, época de esplendor de la pólis griega, en la que se instauraría la divinización de virtudes morales referidas -o no- a la figura de algún personaje público destacado.
Los vientos también tenían su propio culto desde época temprana (en Cnosos ya aparece una sacerdotisa de los vientos). En su honor se ofrecían sacrificios y el efecto que se esperaba de los mismos era puramente mágico. El objetivo del sacrificio a veces era muy claro: se esperaba que se calmase el viento invocado para preservar la cosecha o, en el caso de la navegación, que les fuese favorable. También se rendía culto a los vientos desordenados y violentos que sembraban el desorden y a los que era necesario aplacar.
Aunque el culto al Sol, Helios, se celebraba en pocos lugares -en la isla de Rodas-, tenía un valor simbólico excepcional en la religión por su carácter único: Sol sólo hay uno, y más tarde algunos emperadores romanos se equipararían al dios Sol. Se le veneraba en forma antropomórfica y todavía se conserva una estatua de bronce, el famoso Coloso de Rodas.
Selene, en cambio, la diosa Luna, no tiene un culto concreto, al igual que Iris, el arco iris que en la mitología establece el puente entre el cielo y la tierra y que era la mensajera de los dioses.
Existen, por último, los grupos o sociedades de dioses. En la poesía estos grupos a veces acompañan a los dioses olímpicos como séquito: los sátiros y las ménades bailan alrededor de Dioniso, las ninfas alrededor de Artemisa, las musas alrededor de Apolo y las Oceánides, de Perséfone.
Homero y las epopeyas
¿Quién en la Grecia del siglo VII antes de nuestra era, fuese o no una persona instruida, no había oído hablar del sacrificio de Ifigenia a manos de su padre Agamenón para aplacar los vientos y poder zarpar hacia Troya? Así lo recitaban los cantores épicos, basándose en las dos grandes epopeyas homéricas, la Ilíada y la Odisea.
Primero fue la palabra hablada, la narración oral, y después apareció la palabra escrita, privilegio de unos pocos. Los primeros que recogen y ordenan los mitos sobre los dioses son, por un lado, Hesíodo, que vivió en el siglo VII antes de nuestra era, y escribió la Teogonía, poema sobre el origen de los dioses, y, por otro, Homero, o los "Homeros", puesto que es posible que las epopeyas no hubiesen sido escritas de una sola vez y por un solo autor. En cualquier caso, fueron escritas entre finales del siglo VIII y principios del VII antes de nuestra era. En estas epopeyas aparecen unos dioses superiores llamados "dioses del Olimpo", que Homero elevó a dioses panhelénicos. Los dioses aparecen no como figuras estáticas, sino que cobran vida y actúan e interactúan con los hombres; incluso se muestran a los mortales con forma humana.
El legado que recogió Homero
Homero recoge creencias antiguas anteriores a su época y las inserta en la narración de hazañas épicas, creando así un marco de referencia para su época e incluso para la posteridad. Ambos poemas se constituyeron en referente cultural para todo el mundo griego, tanto para sus adalides como para sus detractores. Incluso durante el imperio romano todavía resuena el eco de Homero en poetas del siglo II de nuestra era, como Apolodoro. En mayor o menor medida, la religión griega posterior reposa sobre la denominada "religión homérica".
Los protagonistas de los poemas son los héroes y los dioses, tanto en el relato del asedio de Troya (Ilíada) como en el del regreso a la patria -diez años después- de uno de los héroes, Ulises, también conocido como Odiseo (Odisea). En la Ilíada, la intervención divina se extiende a todos los dioses, mientras que en la Odisea actúa principalmente la diosa Atenea, protectora de Ulises. Así, la Ilíada resulta mucho más interesante para formarse una idea de cómo se veía el hombre de la antigua Grecia respecto a los dioses.
En la Ilíada, la intervención de los dioses en los asuntos humanos se produce o bien en forma de ayuda -infundiendo coraje o fuerza-, o bien todo lo contrario, en función de las relaciones que se establecen entre los dioses implicados y de sus predilecciones por uno u otro héroe. De lo que no cabe duda es de que los dioses siempre eran seres superiores, como a veces se pone de manifiesto en la actitud burlona y despreocupada que adoptan en los momentos más críticos de la batalla.
Héroes y guerreros
La sociedad humana que Homero retrata en sus poemas es una sociedad aristocrática de guerreros (basíleus) y héroes que, en muchos aspectos, se asemejaba a la sociedad micénica. Así, por un lado, nos remite a un pasado memorable y no muy lejano y, por otro, los héroes expresan la posibilidad de una cercanía entre los hombres que destacan por encima de otros y los dioses. En la actualidad, cuando hablamos de un "héroe" o de "llevar a cabo una heroicidad" nos estamos refiriendo a algo excepcional, algo que se sale de lo común. En Grecia, el héroe era una figura que podía recibir culto y honores divinos; era habitual venerar la tumba de un héroe, el heroon. Tener un héroe en la genealogía familiar, o como fundador de una ciudad o un linaje, era un símbolo de prestigio.
En la épica de Homero, el héroe tiene una condición que lo sitúa entre los dioses y los hombres, sus hazañas lo elevan al poder divino inalcanzable, pero al mismo tiempo sabe que rebasar este límite es un atrevimiento que recibirá su castigo. Cuando Dios castiga a un mortal no es por razones morales, sino por una ofensa personal. La moralidad está ausente en el sentimiento religioso de la época de Homero. Sísifo, por ejemplo, es condenado por Zeus por haber revelado una de sus intrigas. Muchos héroes homéricos tienen un progenitor divino y, de hecho, también se les solía llamar semidioses. De esta unión de mortales con inmortales nacen los héroes, que son mortales. Aquiles es hijo de Tetis, diosa que habita las profundidades de los mares, y Peleo, un mortal. En cambio, él es mortal y como tal tendrá su fin. Aun así, posee la capacidad de ver cosas que los demás mortales no pueden ver. De forma excepcional goza de una visión clara, expresada con la imagen de que "se le descorre un velo de los ojos". Es así como reconoce a Atenea "...por el brillo de sus ojos" (Ilíada, I, 198).
En cierto modo, la divinidad es inherente al hombre y es él quien, en función de su condición, elige finalmente su destino. El hombre trágico es aquel de quien se ríen o burlan los dioses, puesto que se atreve a desafiar sus limitaciones o escoge el camino de la aniquilación. En los casos extremos, los dioses abandonan al hombre no por crueldad, sino por despreocupación o, según la elocuente sentencia de la diosa Atenea, porque "resulta difícil proteger el linaje y la descendencia de todos los humanos" (Ilíada, XV, 140 ss.).
Los héroes homéricos
Agamenón: "señor de anchos dominios". Es, junto con Aquiles, el héroe más importante. Rey de Argos y jefe de los aqueos que luchan contra los troyanos. Ha heredado el cetro que forjó el dios Hefesto, símbolo de su poder. Lo protegen Hera y Atenea.
Alejandro (o Paris): "el deiforme". Es hijo de Príamo. La diosa Afrodita, su protectora,
le dotó de una excepcional belleza. Es un excelente arquero que cuenta con los favores de Apolo. Por él Helena huye a Troya y se desencadena la guerra.
Aquiles: "el de los pies ligeros". Es, sin duda, el héroe principal de la Ilíada, que
empieza con estos versos: "La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles...". Es hijo de Tetis y de Peleo, y lo educó el centauro Quirón. En la batalla, es el guerrero más temido. Héroe favorito de Hera y Atenea. Le protege su madre Tetis.
Ayante Telamoni: es, entre los héroes griegos -exceptuando a Aquiles-, el mejor de los guerreros. Lo protegen Hera y Atenea.
Diómenes el Tidida: "domador de caballos". Es un héroe protegido por Palas Atenea, quien le da fuerza en el combate. Es el único mortal que se atreve a atacar a los dioses en batalla. Se enfrenta a Apolo y a Ares, y hiere a Afrodita.
Eneas: "de pies veloces". Es el jefe de los dárdanos, hijo de Afrodita y un mortal llamado Anquises. Lo protegen en la batalla Apolo, Poseidón, Ares y Afrodita.
Héctor: "de tremolante penacho". Es hijo del rey Príamo y el guerrero que lidera las huestes troyanas. Muere a manos de Aquiles. Su protector es Apolo.
Menelao: "valeroso en el grito de la guerra". Es el hermano de Agamenón y ex marido de
Helena, por quien se entabla la batalla de Troya. Le protege la diosa Atenea.
Néstor: "anciano conductor de carros". Es el guerrero de más edad de los aqueos y el consejero más honrado. En la Odisea es uno de los pocos supervivientes que consiguen volver a su casa, a Pilos.
Patroclo: "conductor de carros del linaje de Zeus". Es amigo de Aquiles y muere en batalla. Es descendiente de Zeus.
Príamo: "el deiforme". Es el rey de los troyanos y padre de muchos guerreros, entre ellos Héctor y Paris. Pierde el favor de Zeus.
Ulises: "fecundo en ardides". Es rey de Ãtaca y, además, el héroe protagonista de la Odisea, que relata su retorno a su patria después de la guerra de Troya. Su gran potectora es la diosa Atenea.
Las intervenciones divinas en las gestas de los héroes
Los dioses implicados favorables a los troyanos son Ares, Afrodita, Apolo e Iris. A favor de los griegos están Hera y Atenea. A Zeus sólo le interesa mantener su soberanía sobre los dioses olímpicos y ayuda ora a un bando, ora a otro, en función de sus intereses.
Los dioses, en un momento dado, pueden apiadarse de un héroe. Éste es el caso de Poseidón, quien, a pesar de estar a favor de los aqueos, decide salvar al héroe dárdano Eneas de la muerte a manos del pelida Aquiles, arguyendo que "su destino es eludir la muerte, para evitar que perezca estéril y sin trazar el linaje de Dárdano" (Ilíada, XX, 302), razón por la cual, "... al punto derramó primero niebla sobre los ojos del pelida Aquiles... y de un empellón lanzó a Eneas desde el suelo a las alturas. Poseidón [...] se aproximó y, dirigiéndose a él, dijo estas aladas palabras: ¡Eneas! ¿Quién de los dioses te ha ofuscado así y te ha mandado luchar frente al soberbio Pelida, que es más fuerte que tú y más querido para los inmortales?" (Ilíada XX, 321-334). Y así es como Eneas, según la leyenda, huye de Troya con su padre y su hijo y llega, entre otros lugares, a Italia, donde los romanos, que asimilaron la mitología griega, lo convirtieron en el héroe fundador de la estirpe latina.
Los filósofos griegos
Una recepción reflexiva de la divinidad
La religión y la moral de la Grecia posthomérica ofrecen un aspecto de rasgos sombríos: la expiación por el homicidio, el culto de las almas y los sacrificios en honor de los muertos aparecen por primera vez o llegan a ser la regla allí donde antes eran tan sólo la excepción.
A los primeros pensadores, los llamados órficos, o "teólogos" según Aristóteles, y a los que es lícito caracterizar como el ala derecha de la más antigua falange de pensadores griegos, las leyendas comunes de los dioses helénicos les parecían insuficientes, en parte porque contradecían unas exigencias éticas mínimas, y en parte porque las respuestas que daban a la interrogación por el origen de las cosas eran demasiado vagas y toscas. Con Ferécides de Siros a la cabeza y bajo una influencia babilónica que se percibe en los estudios astronómicos y en algunos de los nombres como el que designa el mar (Ogenos, muy cercano al Okéanos griego), conformaron en sus teogonías una extraña amalgama de un poco de ciencia, algo de teoría y mucha interpretación mitológica. Es casi un lugar común en los relatos antiguos de la creación que un combate entre los dioses preceda al establecimiento del régimen vigente en el universo; esta suposición tan difundida reposa sobre una consideración bastante obvia para el pensamiento de un hombre primitivo: el reino del orden difícilmente puede ser un hecho primordial, puesto que los seres poderosos -que intuye más allá en el mundo exterior- los imagina animados por una voluntad tan arbitraria y por pasiones no menos indomables que los miembros más destacados de la única sociedad que él conoce, la humana, tan alejada de la disciplina y del orden. Por tanto, la presunción de que la regularidad es comprobable en los ritmos de la naturaleza ha de ser una ley impuesta a los vencidos por la voluntad del vencedor.
Filosofía, teología y moral fueron de la mano, como se ve, desde los tiempos más remotos y a partir de Sócrates alcanzaron un grado de implicación mutua indisoluble en la sentencia oudeís ekón hamartánei (nadie peca voluntariamente). Esa pequeña frase forma la expresión terminante de la convicción de que toda infracción moral proviene del intelecto y descansa en un error del entendimiento. Es decir: quien conoce lo que es justo, lo realiza; la única fuente de toda falta moral es la falta de comprensión.
El alma y las ideas
El camino de la comprensión, que se iniciaba con la pretensión de conocer el origen del mundo y de las cosas -y con la atribución a personajes superiores de lo que resultaba incomprensible a la observación-, tuvo en Platón un nuevo hito: la doctrina del alma y de las ideas, y con ella, la cosificación de lo intangible. Una abstracción de la que seguimos viviendo casi dos milenios y medio más tarde.
Estamos hablando, por supuesto, con Platón pero también con la religión de los faraones, de la inmortalidad del alma, de la trascendencia absoluta. Intuido con más o menos acierto el origen del mundo y constatada nuestra presencia en él, lo que el ser humano pretende es mantenerse aquí no el máximo tiempo posible, sino eternamente. Habiendo concebido a los dioses como seres humanos portentosos, los mortales nos emulamos con ellos. Ya no se trata de luchas entre dioses, sino de una lucha de los hombres concebidos como héroes (en griego lucha es ágon, de donde proviene nuestro vocablo "agonía" hasta alcanzar y allanar las lindes del Olimpo.
Teología aristotélica
Sin embargo, no tarda en manifestarse la primera crisis entre fe y razón, entre la constatación de los límites de la inteligencia humana y su pretensión obsesiva de eternidad. En Aristóteles se hace evidente que la religión precede a la teología, e incluso que ésta precede a la filosofía. La emoción y la intuición vaga de lo divino es anterior a la aplicación sistemática del pensamiento a las cosas divinas, y lo condiciona.
Con frecuencia Aristóteles se expresa en sus escritos de forma conmovedora, a veces desbordante. Si bien la profunidad de su sentimiento no alcanza la de su maestro Platón, no se halla sin embargo desprovisto de ella, ni cierra los ojos ante las maravillas de la naturaleza, ni permanece insensible frente a los secretos de la organización universal. Pero cuando intenta condensar sus impresiones y moldear su contenido en formas definidas, le resulta inusitadamente difícil conciliar las demandas del sentimiento religioso con las de su pensamiento científico. No debe extrañarnos, por tanto, que fracasara en el intento de construir un sistema teológico concluso y redondeado.
Monoteísmo salpicado de rasgos panteístas es la posición que Aristóteles asume frente a los grandes enigmas del universo. Más allá de los caminos recorridos por los filósofos más antiguos, se ve impelido a suponer un Ser reinante sobre todo el universo; así lo exige su convicción sobre la rigurosa unidad perceptible en la naturaleza. Según él, la naturaleza no es "episódica" como "una mala tragedia", sino que "Un hombre vino y llamó Nous [conocimiento] a la causa del orden en la naturaleza y de la estructura de los seres vivientes; quien dijo esto [se está refiriendo al filósofo Anaxágoras] apareció como un hombre de buen sentido frente a sus vanilocuentes precursores".
La más profunda de las discusiones teológicas de Aristóteles termina aprobando y aplicando al gobierno del mundo un verso de Homero: "Malo es el dominio de muchos; que sólo uno sea señor y jefe".
Tomás de Aquino, en la Edad Media, partirá de la Metafísica ("Más allá de las cosas físicas" de Aristóteles para establecer los argumentos más perdurables de la teología católica sobre la existencia de Dios.
Términos religiosos en la física y la metafísica griegas
Academia: Escuela fundada por Platón en unos amplios jardines consagrados al héroe Academos. Se convirtió en una institución dedicada a conservar el pensamiento platónico. De los frutos de su labor beben las escuelas neoplatónicas cristianas medievales y renacentistas.
Acción: Una de las categorías de Aristóteles, que se contrapone a la "pasión" y presupone el concepto de "ser agente", es decir, de quien hace algo. Puede ser de dos tipos: póiesis y praxis. Se relaciona con la ética.
Acroamático: (del griego, akroamoai, escucha). Se aplica a la enseñanza de Aristóteles reservada a sus discípulos (los peripatéticos), por lo que el concepto está relacionado con los ritos de iniciación.
Anapodíctico: Se dice de lo que no es susceptible de demostración, pero que tampoco la necesita, por ser evidente; durante muchos siglos, el pensamiento religioso ha partido de unas presuposiciones anapodícticas.
Aporía: Paso impracticable, camino sin salida que viene dado por dos soluciones igualmente válidas para un problema, por lo que es imposible decantarse por una de ellas.
Arjé: Entre los filósofos milesios, el origen de todo. Fue formulado con precisión a partir de Platón y Aristóteles.
Ataraxia: Placer estable que consiste, para los epicúreos, en la ausencia de deseo y de temor y, para los estoicos, en un alejamiento total de las pasiones y de cualquier interés subjetivo.
Axioma: Literalmente "lo que es digno de consideración" o "lo que se considera justo". No debe confundirse su valor filosófico (el principio que necesariamente debe poseer quien desea aprender alguna cosa) con su valor en la lógica.
Bien: Este concepto en el mundo griego está perfectamente sintetizado en la doctrina platónica. En La República, Platón lo compara con el Sol, pues es fuente y valor de todas las cosas. Por el contrario, para Aristóteles (Ética a Nicómaco) el Bien no es una idea trascendente, sino inmanente.
Caos: En la Teogonía de Hesíodo, personificación del vacío primordial que precede a la creación y al cosmos. Según Platón, el caos es transformado en cosmos por el demiurgo.
Catarsis: Purificación ritual de una contaminación (miasma) visible o invisible, como la sangre o la culpa.
Categoría: En la lógica aristotélica, cada uno de los predicados últimos que pueden ser aplicados a cualquier cosa. Distingue diez: sustancia, cantidad, cualidad, relación, tiempo, lugar, situación, condición, acción y pasión.
Contemplación: En Platón y Aristóteles, conocimiento intelectual (theoria), en contraposición a la praxis. En sentido místico-religioso, estado en que la mente se entrega a una realidad espiritual, olvidando todo lo demás.
Cosmos: En griego, kosmos significa tanto "orden" como "mundo". De este concepto derivan palabras como cosmogonía -"doctrina sobre el origen de lo existente"- y cosmología, que es la ciencia que estudia la forma y leyes del universo como sistema ordenado.
Demiurgo: En la escuela platónica, causa eficiente sin la cual es imposible que nada pueda nacer. La visión griega del demiurgo no es equiparable a la del dios cristiano, por ejemplo, ya que no crea, sino que transforma, y además se considera que el universo es preexistente a él: él sólo lo ordena.
Eidos: Aspecto exterior, especialmente del cuerpo humano, lo cual permite relacionarlo con el concepto de cuerpo (material) en contraposición al de alma (espiritual).
Entelequia: Término acuñado por Aristóteles para designar el estado de perfección de un ente que ha alcanzado su fin (telos), actualizando plenamente su ser en potencia. De este modo, mediante la energheia, lo posible se transforma en real.
Epojé: Literalmente, "suspensión del juicio", concepto en que se basaban los escépticos para negar la posibilidad de conocimiento sobre ciertos temas. Aplicada al ámbito religioso, es el fundamento del agnosticismo.
Ética: Término introducido por Aristóteles para designar la parte de la filosofía que trata de la conducta del hombre y los criterios para valorar dicha conducta.
Hedonismo: Doctrina moral, propugnada por Aristipo (discípulo de Sócrates), que identifica el bien con el placer.
Idea: Según Platón, esencia inteligible que se resiste al cambio y que puede ser vista plenamente por el alma en la región supraceleste. En cambio, sólo puede ser conocida imperfectamente por los sentidos.
Mal: Concepto común a todas las visiones filosóficas y religiosas antiguas. Platón afirma que existen dos almas del mundo, una que produce bien y otra el mal. Para la mayoría de pensadores griegos, la segunda (la maléfica) no puede proceder de Dios.
Metafísica: Desde Aristóteles, filosofía primera que versa sobre el "ser en cuanto tal" y los entes que carecen de materia y son eternos. Siglos después, recibió el nombre de ontología.
Misterios: En el mundo clásico, cualquier experiencia religiosa. Algunos nacieron en Grecia (Eleusis o los misterios órficos) y otros fueron importados de Egipto (Osiris), Frigia (Atis) o Persia (Mitra).
Mito: En la Grecia clásica, narración sobre dioses, seres divinos, héroes y descensos al más allá. Se contrapone al logos por su origen no racional.
Naturaleza: (en griego, physis). Principio generador de las cosas sometidas a nacimiento y muerte, crecimiento y corrupción.
Palingenesia: Término empleado por los estoicos para designar la reconstitución o apocatástasis del universo una vez que haya sido destruido por el fuego.
Placer: En una época de decadencia de los valores religiosos, Sócrates propuso identificar el placer con la virtud (areté). Más tarde, el placer ha sido entendido de diversas formas, desde los cirenaicos, que lo postulaban como un modo de vida, hasta los cínicos, que lo consideraban como un mal que el sabio debe evitar.
Pneuma: Término que significa literalmente "soplo", utilizado por los presocráticos para designar el alma en cuanto principio vital. Para los estoicos era el espíritu divino con que Dios daba vida a las cosas. La influencia de este concepto en la filosofía cristiana medieval fue fundamental.
Relativismo: A partir de Protágoras, concepción filosófica que no admite verdades absolutas en el campo del conocimiento o principios inmutables en el ámbito moral.
Sustancia: (del griego ousia a través del latín substantia). Para Platón es equivalente a "existencia" y a "modo de ser". Aristóteles distingue tres tipos de sustancias: la sensible y eterna (cuerpos celestes), la sensible y perecedera (plantas, animales, cuerpo) y la inmutable.
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