En ninguna lengua de las que se hablan en el África no musulmana ni cristianizada existe una palabra para designar el concepto "religión". Este hecho da una idea de cuán diferente puede llegar a ser el concepto de lo ultraterreno y del sentido de la vida para estas culturas, que no tienen mayores preocupaciones de tipo cosmogónico. Lo religioso se concentra en un modo de vivir entre los demás, formando parte de una comunidad.
Los diversos cultos africanos están tan fragmentados como sus etnias: hay rasgos religiosos comunes en los grupos mayores (por ejemplo, la cultura yoruba en África occidental o la bantú en África oriental), pero también encontramos características propias en las numerosas tribus de cada zona. Existieron grandes imperios religiosos (Songay, Malí), pero la ausencia de textos o de doctrinas unitarias impide una contemplación unitaria del fenómeno religioso africano.
Debe destacarse la influencia de otros credos, que en algunos casos consiguieron desplazar las creencias nativas: el islam y el cristianismo se propagaron por gran parte del continente.
Una relación cotidiana
La presencia de dioses en las religiones africanas a menudo no tiene mayor sentido que justificar la existencia de fuerzas cósmicas que rigen el universo, pero en general apenas incide en la vida en común: los dioses viven apartados de los hombres, y éstos sólo se acuerdan de ellos en las grandes ocasiones, pero tienen alguien en quien confiar en su vida cotidiana: los antepasados.
La carencia de un lenguaje escrito tuvo como consecuencia probable la despreocupación de los africanos por lo teórico: la tradición oral está mucho más apegada a lo que los seres humanos conocen, por lo que las formas de religión de esta parte del mundo no son aficionadas a la reflexión abstracta o a las doctrinas rígidas. Si no existe un texto, difícilmente puede asentarse una doctrina; por ello, en el África Negra las creencias evolucionan con el mundo que rodea a quienes las profesan: las relaciones entre los miembros de la tribu, la naturaleza, los fenómenos naturales... Pero todos estos cultos tienen un denominador común, una creencia que engloba el presente, el pasado e incluso el futuro del grupo: el culto a los antepasados.
La vida después de la muerte no es un tema que el africano primitivo tenga muy claro: en sus creencias no hay cielo ni infierno. En la mayoría de aquellas culturas existe la creencia de que, al morir, cada uno se reunirá con sus antepasados en algún lugar, pero esta idea no conlleva implicaciones éticas o morales en el comportamiento cotidiano: el premio y el castigo no existen. La mayor parte de reglas que se obsevan en estas sociedades tienen sentido en el marco de la comunidad; es lo que los occidentales llamaríamos un "manual de buenas costumbres".
El culto a los antepasados equipara a los hombres y a las mujeres ya fallecidos con otras fuerzas cósmicas. Al contrario que en otras religiones, los dioses tienen menos poder que las almas de los difuntos y, salvo excepciones, no lo utilizan para influir en el mundo. En cambio, los ancestros sí velan por la tribu a la que pertenecieron. Al igual que en algunos cultos melanesios, en África los antepasados cuidan de sus descendientes por tradición pero también por interés propio: si algún cataclismo asolara a la tribu y ésta desapareciese -junto con su culto-, el antepasado perdería lo que le arraiga a la tierra, y se convertiría en un espíritu maligno y errante. Mientras el ancestro sigue conectado a su tribu, todo va bien para ambas partes: los descendientes le rinden culto y él los cuida y protege de las enfermedades y problemas de todo tipo. No como un dios inaccesible y lejano, sino como un ser que está presente en muchos aspectos de la vida del individuo.
Algunos de los miembros de la tribu se ponen en contacto con los antepasados a través de un oráculo y de los sueños. Incluso se dice que, en lugares solitarios, un espíritu puede aparecerse para advertir o aconsejar a su descendiente.
Antepasados y muertos vivientes
Hay que tener en cuenta que diversas culturas distinguen claramente entre antepasados y muertos vivientes. Los primeros son los miembros de la tribu que murieron hace mucho tiempo (por lo menos dos o tres generaciones atrás) y cuidan de sus descendientes. Por el contrario, el término muerto viviente alude a los muertos recientes: padres, abuelos. En el segundo caso, los difuntos pueden no tener todos los poderes ni la lucidez necesarios para usarlos de forma correcta, por lo que es mejor no recurrir a ellos: los muertos vivientes son utilizados de forma egoísta por personas con aviesas intenciones, los hechiceros y las brujas.
En casi toda África oriental y central el culto a los ancestros (y en algunos casos, a los muertos vivientes) es básico: en bantú se les llama muzimu y desempeñan un papel fundamental, ya que inciden desde el núcleo familiar en toda la tribu. Sin embargo, se discrepa sobre su valor religioso: según algunos antropólogos los antepasados no son fuente de un verdadero culto religioso, sino únicamente receptores del respeto y afecto de sus descendientes, de manera similar a como se entiende en la cultura cristiana, que honra a sus familiares difuntos por Todos los Santos poniendo flores en sus tumbas. Por el contrario, otros antropólogos sostienen que se practica un verdadero culto: los antepasados son realmente adorados y se les considera seres sobrenaturales que pueden incidir en cualquier aspecto de la vida.
Sin entrar en la polémica, lo que sí está claro es que los antepasados son el elemento más importante de las creencias aborígenes del África Negra, tengan o no estatus divino.
Los dioses tienen otras cosas en que pensar
No obstante, existe el concepto de divinidad, si bien es muy diferente del de otras culturas. Para empezar, comprobamos que casi todas las tribus, en particular las del grupo bantú, tienen la idea de un dios central o creador, generalmente llamado Mulungu (con todas sus variantes lingüísticas, como Mungu, Murungu). Ya antes de los contactos con el islam y el cristianismo se atribuían a este dios características antropomorfas y poderes ilimitados sobre la naturaleza. Se le identifica con determinados fenómenos que adquieren de este modo cualidades míticas: el sol es su ojo; la lluvia, su saliva; el trueno, su voz, etc. Algunas culturas dicen que vive en grandes montañas, como el Kilimanjaro o el monte Kenia. Se le rinde culto, pero con menor frecuencia que a los antepasados. Por ejemplo, los kikuyus de Kenia afirman que no se debe molestar al dios por nimiedades, y los ashantis (África occidental) sólo celebran ceremonias en momentos de gran apuro. Esto equipara la noción de un dios creador que se ha desentendido del mundo con la que tienen (recordemos) las tribus de indígenas no andinas de Sudamérica.
Aparte de espíritus menores (malignos o de antepasados) algunas tribus, como los basogas (Uganda), consideran que hay unos espíritus superiores, los babubale, que tienen categoría de dios y hasta se les dedican templos. No es habitual, pero en algunas culturas, como la yoruba (Nigeria) y otras, tienen incluso un panteón: alrededor del dios supremo yoruba, Olorun, existen unas divinidades secundarias, llamadas orisha, que están encargadas de diversos ámbitos. Algunos orisha son descendientes de Olorun, pero a su vez ancestros de los hombres actuales, por lo que han servido para perpetuar una serie de dinastías políticas, al estilo de los faraones egipcios o los sapa-incas de los Andes.
La religiosidad del África Negra
Una ética en honor al grupo
La religiosidad del África Negra no se basa en abstracciones o visiones individuales, sino en elementos que hermanan a los hombres y mujeres en unidades comunitarias. La familia, el clan, la tribu o el grupo étnico son lo más importante, y la mayoría de detalles religiosos están orientados a preservar esta armonía, por lo que quienes puedan perjudicarla (brujas, hechiceros) suelen ser marginados de inmediato.
En la mayoría de culturas africanas, los antepasados y algunos dioses que dieron el "soplo" a la vida humana son entendidos como expresiones tangibles (al menos en oráculos, sueños y revelaciones) de las fuerzas cósmicas. Pero su función suele ser más pragmática: ayudar a la comunidad en todas sus actividades. El componente social de estas ideas está muy claro. No responden a las grandes preguntas filosófico-religiosas de rigor ("quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos", sino que son un referente, una tabla a la que agarrarse en el naufragio de las penalidades de la vida. Todos los componentes de la tribu respetan, veneran, temen y se sienten seguros con estas fuerzas porque garantizan la armonía social. Pero algunos pretenden utilizar el poder cósmico para sus propios fines. Son los llamados brujas y hechiceros.
Brujas y hechiceros: ¿delincuentes o chivos expiatorios?
Empecemos por diferenciar ambos conceptos. La diferente denominación no obedece únicamente al sexo, aunque en África la mayoría de brujas son mujeres y la mayoría de hechiceros, hombres. La diferencia es bastante compleja: en principio, las brujas están imbuidas de un poder maligno que raras veces pueden controlar y que las impulsa a actuar mal y a perjudicar a los demás. Por el contrario, los hechiceros son conscientes de que quieren hacer el mal, y son ellos quienes se ponen en contacto con las fuerzas malignas mediante ritos y conjuros. De todos modos, tan peligrosa puede ser para la comunidad la acción de unos como la de otros. Es conveniente descubrir a los hechiceros, para castigarlos o expulsarlos de la comunidad. Por lo que respecta a las brujas, a veces basta con exorcizarlas, aunque se han dado casos de lapidamiento.
A las brujas se les atribuyen poderes como el del vuelo o la metamorfosis, transformándose en monos o elefantes. Puesto que no son conscientes de su verdadera personalidad, pueden llevar una doble vida sin saberlo: mujer normal durante el día y bruja por la noche. Al amparo de las sombras, estas mujeres chupan la sangre a los incautos, celebran aquelarres, devoran las almas y matan a los niños.
La creencia en la existencia de estos seres maléficos suele deberse a razones sociológicas. Witte considera a brujas y hechiceros meras válvulas de escape de las tensiones sociales. Cuando alguien tiene un problema, ya sea de salud, económico, de relación, o afectivo, busca un culpable, porque se niega a admitir que se deba a la mala suerte. En estas situaciones es cuando es más fácil atribuir a alguien conocido malas intenciones, por envidia, manía u otras razones. De ahí a demonizar al rival, sólo hay un paso. El hecho de que los africanos crean en este tipo de personajes asociales y malignos se nos antoja primitivo, pero esto no es más que paternalismo y sentimiento de superioridad: en las sociedades industrializadas otros focos de demonización social tienen consecuencias tan trágicas como los destierros o muertes de brujas y hechiceros. Y si hablamos de fanatismo o superstición primitivos, no olvidemos que en nuestras ciudades, los "hinchas" de muchos equipos de fútbol insultan, atacan e incluso llegan a matar a personas cuyo único delito es pertenecer a otro equipo y, por tanto, a otro clan. Otro tipo de exclusión social o de justificación de la violencia.
No sólo las brujas y hechiceros son marginados. También hay casos de exclusión por razones que parecen peregrinas. Es conocido (especialmente para los amantes de la música) el caso del cantante y compositor Salif Keita: descendiente de una familia real en Malí y, por tanto, heredero de poderes políticos sobre decenas de tribus, fue rechazado por su padre desde que nació. El motivo es que era albino, y el blanco es un color que da mala suerte en las culturas de la zona. Keita emigró a Francia y triunfó en el mundo de la música étnica y ello le ha permitido volver cargado de honores a su país, pero el trauma de su infancia no podrá borrarlo de su memoria mientras viva; de hecho, algunas de sus canciones hablan de él.
La tierra como fuerza cósmica común
El apego de los africanos a su tierra es comprobable también en algunos detalles del culto a fuerzas superiores: la diosa que se correspondería a la Pachamama andina. Entre los yorubas, las divinidades femeninas se relacionan claramente con la tierra y las masculinas, con el cielo. Esta misma cultura llama a la madre tierra Iyanla ("gran madre", pero son muchas las tribus de otras zonas que veneran a figuras similares.
El culto a los antepasados y el culto a la tierra están íntimamente relacionados porque ambos participan de lo que perpetúa la existencia de las tribus: la fecundidad. Por ejemplo, los ibos (África occidental) llaman a los antepasados "el antiguo pueblo de nuestra tierra". Y muchas tribus, a la hora de hablar de jefes o caudillos, distinguen claramente entre el "jefe político" y el "jefe de tierra". El primero puede haber conquistado un territorio, pero hay leyes que no puede imponer a los vencidos, pues de ellos es la tierra que habitan, la tierra que habitaron sus antepasados (objetos primordiales de la religiosidad) y que les pertenece porque están arraigados en sus parajes. No es de extrañar, por tanto, que los nativos que abandonan sus poblaciones para vivir en las grandes ciudades africanas (Nairobi, Lagos, Ciudad del Cabo) acaben abandonando sus creencias y siendo asimilados por las doctrinas cristiana y musulmana.
La noción de Dios en el África negra
El investigador John Mbiti publicó en Londres, en 1970, su obra Concepts of God in Africa. En ella incluye una lista de diversas tribus de África central y oriental con los nombres que utilizan para designar el concepto de ser creador y todopoderoso.
He aquí algunos ejemplos en los que puede observarse que el nombre Mulungu, y sus similares, es el más repetido porque las lenguas de estas zonas tienen un léxico común para aspectos muy básicos, como ocurre con las diversas ramas de lenguas indoeuropeas.
Pueblo: Abaluyia
País: Kenia
Nombre: Wele
Pueblo: Akamba
País: Kenia
Nombre: Mulungu
Pueblo: Ankore
País: Uganda
Nombre: Ruhanga
Pueblo: Baganda
País: Uganda
Nombre: Katonda
Pueblo: Banyarwanda
País: Ruanda
Nombre: Imana
Pueblo: Banyoro
País: Uganda
Nombre: Ruhanga
Pueblo: Barundi
País: Burundi
Nombre: Imana
Pueblo: Bemba
País: Zambia
Nombre: Mulungun
Pueblo: Chaga
País: Tanzania
Nombre: Ruwa
Pueblo: Gogo
País: Tanzania
Nombre: Mulungu
Pueblo: Ila
País: Zambia
Nombre: Leza
Pueblo: Kikuyu
País: Kenia
Nombre: Murungu
Pueblo: Meru
País: Kenia
Nombre: Murungu
Pueblo: Shona
País: Zimbabwe
Nombre: Mwari
Pueblo: Sukuma-Nyamwezi
País: Tanzania
Nombre: Mulungu
Pueblo: Swahili
País: Kenia, Tanzania
Nombre: Mungu
Pueblo: Yao
País: Malawi, Mozambique
Nombre: Mulungu
La santería y el vudú
Un modo de preservar las antiguas tradiciones
El práctico exterminio de los indígenas de Centroamérica (debido en gran parte a las enfermedades que contrajeron con la llegada de los conquistadores) y su sustitución por hombres y mujeres africanos, más dotados físicamente para el trabajo duro que les encomendaban, ha marcado el cariz cultural y, por tanto, religioso de la población de países como Cuba, Haití y Puerto Rico.
La santería es un claro ejemplo de sincretismo religioso: muchos de los santos, en principio católicos, a los que se da culto en Cuba esconden dioses de la mitología yoruba, etnia de origen nigeriano a la que pertenecen gran parte de los negros que pueblan la isla caribeña. Por ejemplo, la famosa virgen de la Caridad del Cobre (tema central de un conocido bolero, que exalta más las connotaciones sexuales que el respeto por la divinidad) tiene un color oscuro en su piel y unos rasgos inequívocamente mulatos. Del mismo modo, Shango, el dios del trueno, se convierte en santa Bárbara, patrona de la artillería, como el poderoso Orunmila se disfraza de san Francisco, la diosa Orunbala pasa a ser Nuestra Señora de la Merced o Elegba es san Pedro. Uno de los cultos más curiosos es el que se da a Babalú-Aye o san Lázaro. En la iglesia del Rincón, a unos veinte kilómetros de La Habana, se celebran romerías que han aumentado su número de devotos al agudizarse los problemas económicos. En este culto, los fieles identifican sin problema ambas divinidades en una sola, como si se tratase de un sólo dios con dos caras; en una de las canciones que se cantan durante la peregrinación, el texto es explícito:
"Ay San Lázaro Bendito,
Mi viejo Babalú-Aye,
"Yo te debo, yo te cumplo"
Los fieles piden a la divinidad afro-cubano-católica salud y mejoras económicas, y ofrendan flores, limosnas y velas encendidas. A lo largo del camino, los devotos se arrastran por el lodo y el polvo, cargan pesadas piedras y enormes cruces, y recorren penosamente durante horas el trayecto que lleva al santo/divinidad, que originalmente protegía contra la lepra, la sífilis y la viruela, y ahora se ha "especializado", siguiendo el signo de los tiempos, en la prevención del sida.
La santería cubana o el panteón yoruba en América
Los dioses menores de la santería son llamados orishas, exactamente igual que los del panteón yoruba y transmiten su poder mágico, llamado ache, a los sacerdotes o santeros. Sus ritos incluyen la adivinación y las danzas al ritmo de tambores, entonando salmodias, como reflejó en algunos poemas el escritor cubano Nicolás Guillén. Una característica típicamente africana de la santería es que es un tipo de religión popular, destinada principalmente a solucionar los problemas cotidianos de la gente, que los consulta con el santero. Éste desempeña un papel complejo que incluye los de gurú, astrólogo, asistente social, brujo y consejero. La supersitición se funde con la religiosidad; por ejemplo, los santeros saludan a la gente con una reverencia mientras apoyan las palmas, cruzadas, sobre los propios hombros: jamás dan la mano porque creen que los espíritus malignos o benéficos pueden pasar de un cuerpo a otro con el contacto físico.
En otros países con etnia de origen yoruba, como Trinidad, ocurre más o menos lo mismo: divinidades africanas con máscara cristiana. Por otra parte, muchos de los ritos de la santería han sido exportados a varias zonas de Estados Unidos, debido a la emigración de numerosos grupos anticastristas. El sincretismo está muy arraigado en otros países latinoamericanos (por ejemplo, el culto Winti de Surinam, de formas protestantes pero cuyo fondo es claramente africano o el culto Macumba de Brasil), pero el caso cubano es el que despierta más interés por su riqueza ritual.
El vudú haitiano: Loa, zombis y posesiones
El influjo de las religiones de varias zonas de África (Benín, Nigeria, Zaire) converge en los ritos y la cosmogonía de los habitantes de Haití, quienes, no obstante, dan un rostro católico al culto. Sin embargo, es fácil ver que su concepto de dios es mucho más africano que cristiano: una divinidad que está por encima de todo y a la que, salvo en casos excepcionales, no hay que molestar con los problemas humanos. Lo cotidiano se confía a dioses menores (típicos de las religiones del África Negra) y a espíritus que se comunican con sus fieles y, en ocasiones, poseen a los que participan en determinados ritos. Estas celebraciones se acompañan de velas encendidas, sacrificio de animales domésticos y danzas al frenético ritmo de los instrumentos de percusión.
Su origen se remonta a la dominación francesa de la isla, que aportó los elementos católicos. La teología principal y los detalles mágicos fueron aportados por la población negra que fue llevada a la isla, de las etnias fon, yoruba y kongo principalmente. De hecho, la palabra vudú proviene de la palabra fon, espíritu (vodun).
Como en el caso de la santería, los dioses del vudú están por debajo de una divinidad central y lejana, y son identificables con santos cristianos. Son llamados Loa y se les ofrecen celebraciones en pequeños templos, donde el sacerdote (houngan) o la sacerdotisa (mambo) dirigen las plegarias y danzas, y actúan también como consejeros: los fieles les piden ayuda, curación (tienen conocimientos de medicina tradicional) y protección contra la brujería. En ocasiones, algunos devotos entran en trance y son poseídos por los Loa, lo cual aprovechan para dar consejo (inspirado sobrenaturalmente) o curar. A veces un Loa maléfico, los llamados Petro Loa, se cuela en el rito y posee al devoto, de forma bastante más violenta que los benéficos, llamados Rada Loa.
Tal vez el aspecto más célebre de los cultos vudú sea el zombi popularizado por la literatura cinematográfica del terror. De los zombis se dice que son cadáveres resucitados por los sacerdotes y utilizados para las labores agrícolas como autómatas sin voluntad. Una versión más racionalista del fenómeno sostiene que en realidad se trata de personas vivas a las que el sacerdote ha administrado unas sustancias sobre la piel. Este veneno las paraliza y les da aspecto de zombis.
Pese a las prohibiciones de la Iglesia católica durante siglos, el vudú ha pervivido y cree en él un ochenta por ciento de la población actual de Haití. Tal vez por ello la Iglesia se ha resignado a convivir con él y ha cesado la persecución.
Los cultos de la "Vuelta a África"
Marihuana, cabellos sucios y anudados en largas trencillas, rechazo de los cánones socialmente correctos, una música ingenua e hipnótica, viejas creencias africanas a las que se han adosado vagas nociones cristianas. Una cultura propia que en el fondo seduce por su inocencia.
Quienes conocen de oídas los movimientos afrocentristas y de "Vuelta a África" que han proliferado en el siglo XX suelen mezclar erróneamente conceptos como el zionismo y el rastafarismo. Tal vez una de las razones sea el modo en que Bob Marley (gran divulgador popular de estas culturas) hacía referencia a ambos movimientos en sus canciones. Pero no deben confundirse. Para empezar, el zionismo es un culto radicado en el África Negra, mientras que el rastafarismo nació y se ha desarrollado en las Antillas. Pero hay otras diferencias que veremos a continuación.
El zionismo: un culto cristiano en el corazón de África
Reciben este nombre varios grupos religiosos con una base doctrinal común, aunque con algunas diferencias rituales y formales, que surgieron a finales del siglo XIX en Sudáfrica y que se han ido extendiendo hacia el norte, hasta llegar a Nigeria.
El nombre zionista proviene del origen blanco de estos cultos. En 1896 se fundó en Chicago la Iglesia Católica Apostólica de Zión, un movimiento baptista que vaticinaba la segunda venida de Jesucristo como inminente. Misioneros de esta congregación fueron enviados a Sudáfrica en la década siguiente, y sus seguidores africanos, influidos también por misioneros pentecostales, decidieron escindirse y crear una congregación nueva, con influencias de ambas tendencias cristianas y algunos elementos aborígenes. Así nació la Iglesia Apostólica de Zión, que pronto fue extendiendo su influencia hacia el norte admitiendo variaciones -debidas, probablemente, al sustrato religioso de las poblaciones convertidas-, por lo cual recibe distintos nombres según la latitud geográfica: en Ghana se le llama Espiritualismo y en Nigeria, Aladura, por poner dos ejemplos.
Su doctrina tiene una base cristiana, pero ha desarrollado rasgos distintivos propios. Por ejemplo, los distintos grupos son regidos por un sacerdote al que se suele llamar mesías y cuyo cargo es hereditario. El mesías no tiene por qué ser necesariamente un varón. Por otro lado, cada movimiento zionista suele tener su origen en un profeta que tiene una visión o sueño revelador y que establece un lugar para el culto, que es denominado Nueva Jerusalén, Moriah o, simplemente, Zión.
Otra característica es la prohibición de algunos alimentos, cerveza, tabaco y medicinas occidentales. En los lugares convertidos, se acostumbra repudiar las costumbres religiosas del grupo asimilado, aunque también se adaptan sincréticamente al rito zionista para facilitar la conversión.
Los mesías tienen revelaciones directamente del Espíritu Santo, que ilumina su papel de guía y les otorga poderes. Muchos grupos zionistas admiten la poligamia.
Un rasgo muy importante y diferenciador de los zionistas es la abundancia de elementos netamente africanos en sus ritos: las ceremonias son acompañadas por danzas, percusión y cánticos tribales. Los ritos de purificación y exorcismo parecen tener también un origen subsahariano. No así la tendencia a bautizar y rebautizar a los fieles, que proviene del origen baptista de estas creencias.
El rastafarismo no es sólo marihuana y reggae
Rastafarista o rastafari (o incluso ras tafari) es la denominación que suele darse a quien lleva dreadlocks (trencitas), se deja barba y consume grandes cantidades de marihuana. Pero tras este fenómeno social, presente en casi todo el mundo, hay una religión.
Los primeros rastafaris aparecieron en Jamaica a principios del siglo XX, aunque no divulgaron oficialmente su doctrina hasta la década de 1950. El culto proviene de varias fuentes: grupos, profetas y movimientos de Vuelta a África y de rechazo a la cultura europeo-cristiana (llamada genéricamente Babilonia), impuesta a los esclavos que fueron llevados a las Antillas. También el líder político-religioso Marcus Garvey influyó en el culto.
Su doctrina se basa en la idea de que los negros son israelitas reencarnados que para purgar los pecados que cometieron siglos atrás han sido -y son- explotados por la malvada raza blanca. Están esperando regresar a África (la canción Exodus, de Bob Marley es muy ilustrativa en este sentido), para alcanzar la redención y cambiar el orden de las cosas: ellos dominarán a los blancos.
El dios de los rastafaris es denominado Jah (abreviatura de Jehová), pero también rinden culto a un personaje histórico, el emperador de Etiopía Haile Selassie I, que fue para ellos paladín de la raza negra y tiene carácter divino en su doctrina. De hecho, el nombre de esta religión proviene de Ras ("príncipe" Tafari, apelativo que daban al emperador.
A partir de mediados del siglo XX, pusieron menos énfasis en el concepto de éxodo y prestaron mayor atención, por un lado, a la lucha de liberación socio-política del pueblo negro (de ahí su éxito en parte de la población de Estados Unidos) y, por otro, a un cierto misticismo, que busca referentes, a partes iguales, en el Antiguo Testamento y en las diversas tradiciones religiosas del África Negra.
Los rastafaris suelen ser vegetarianos y se caracterizan por su aspecto físico (el pelo sin peinar ni cortar, recogido en trenzas naturales o gorros de colores chillones, típicamente africanos) y sus costumbres contemplativas, favorecidas por el consumo de marihuana. Este último aspecto es tema recurrente en muchas canciones de los estilos musicales antillanos de raigambre afroamericana: ska, reggae y raggamuffin. El primero de ellos floreció en la década de 1960 y era un movimiento eminentemente lúdico. El segundo ha ejercido una gran influencia en la evolución de la música popular de todo el mundo desde la década de 1970. El raggamuffin es una mezcla de reggae y hip-hop de claras tendencias políticas, procedente de los barrios más pobres de Kingston y otras ciudades jamaicanas.
Las letras de Bob Marley han contribuido a popularizar algunos de los conceptos del movimiento rastafari, que ha ganado adeptos en todas las latitudes.
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