Además de las tres grandes religiones monoteístas y de sus variantes, sobreviven infinidad de cultos que siguen practicándose en la actualidad en todos los países del mundo. Muchos han desaparecido a lo largo de la historia o han sido desplazados o asimilados sincréticamente por otros. Sin embargo, sabemos que desde los albores de la civilización la religión ha desempeñado un papel importante tanto en la trayectoria individual de cada persona como en su vida social. Esto ha sido y es así, pero la constante evolución ideológica y filosófica de los últimos siglos ha visto declinar diversas religiones o por lo menos ha demostrado que los mensajes homogeneizadores y las doctrinas rígidas pueden funcionar en determinados sectores de población pero no en todos. En Occidente es donde antes se ha notado este cierto declinar de la infalibilidad y poderío de los grandes credos. Hay sectores que los han abandonado por completo (ateísmo, agnosticismo) o parcialmente: muchos esconden su incapacidad para dejar de creer radicalmente; muchos otros se escudan en un vago deísmo no dogmático al estilo de la Ilustración. Y otros muchos enarbolan el tópico cuando afirman que "algo debe de haber".
En cualquier caso, desde que Friedrich Nietzsche escribe su famosa frase "Dios ha muerto" hay un punto de inflexión. Durante todo el siglo XX ello condiciona modos de pensar y actitudes ante la vida. Otros, como el sociólogo Émile Durkheim, demuestran que la noción de Dios no es tan fácil de superar por la misma sociedad que la ha creado.
Por ello han surgido durante todo el siglo XX todo tipo de opciones que conviven -a menudo pacíficamente- con el pragmatismo o el agnosticismo: nuevas religiones, reelaboraciones de antiguos ritos o dogmas, acercamiento a culturas exóticas...
El siglo XX registró en uno de los mosaicos religiosos más complejos de la historia de las civilizaciones. No sólo hay que tener en cuenta la pervivencia de muchas de las religiones mayoritarias y minoritarias, sino que se ha de añadir un sinfín de nuevas creencias, apoyadas en movimientos reformistas o, en ocasiones, sectarios. Entre esta inmensa variedad de cultos resulta complicado hacer una clasificación sistemática. Algunos miran claramente al pasado (gnósticos) o reinterpretan los libros sagrados -el Corán, la Biblia- a su manera (pseudosufismo, milenaristas). Otros son una búsqueda de soluciones prácticas adaptadas al presente: por ejemplo, la teología de la liberación o las comunidades cristianas de base, que ponen en contacto la religión y el marxismo.
Por último, hay algunas religiones -generalmente sectarias- que buscan la religiosidad en lo futurista o incluso se inspiran en la ciencia ficción. Muchos cultos, siguiendo ciertas modas creadas a menudo por grandes intereses comerciales, buscan el sentimiento religioso de antiguas culturas no europeas: el orientalismo, las culturas precolombinas, las religiones de Oceanía. Todo es válido para escapar por la vía mística de una sociedad occidental cada vez más vacía de espiritualidad.
Las sectas en la era tecnológica
Entre la fe y el fanatismo
Cuando bajo la edulcorada apariencia de un predicador muy elocuente es posible vislumbrar la mirada de un fanático menos adiestrado para convencer que para vencer.
En un momento en el que la ciencia y la tecnología han alcanzado cotas nunca ni siquiera sospechadas, la ebullición del sentimiento y la práctica religiosa prosigue su evolución como si lo hiciera en un territorio propio e independiente; como si la especie humana pudiera desarrollarse a la vez en un doble estrato a veces contradictorio: por un lado, una fe ciega que promueve acciones sobre todo emocionales que terminan condicionando la vida del creyente; por otro, la necesidad de verificar, racionalizar y evaluar todos los conocimientos, cada uno de los progresos, todos los instrumentos, sin que nada quede al azar ni a merced de ninguna voluntad ajena, mucho menos sobrenatural. Esta doble condición, a veces enfermiza, del ser humano ha sido capaz de provocar, por ejemplo, los fenómenos simultáneos de las devastadoras cruzadas cristianas contra los musulmanes y el movimiento monástico de regneración de los campesinos iniciado en Cluny, en la Edad Media de una Europa asolada a su vez por las invasiones de los bárbaros.
Sectas y religiones
A caballo, pues, entre la ceguera de la fe y su fuerza creativa, la religiosidad de la especie humana se ha ido polarizando a lo largo de la historia alrededor de núcleos de creencias casi siempre dependientes de núcleos de creencias anteriores a los que superaban en coherencia y fuerza, y casi siempre también excluyentes y enfrentados a sangre y fuego contra cualquier otra confesión o profesión de fe, incluso, en cada caso, aquella que había dado origen a la que se encontraba en auge.
De este modo, de una religión establecida se desgajaba una rama herética o sectaria que, en caso de afinazarse y expandirse, daba pie a una nueva religión, y en caso contrario sobrevivía vegetativamente o pasaba a la historia como un fenómeno más o menos anecdótico. El cristianismo nació como una secta dentro del judaísmo; el islam lo hizo en un entorno de sectas cristianas aisladas en los desiertos de Arabia; en el seno de la Reforma europea se afianzaron como auténticas religiones el catolicismo, el luteranismo, el anglicanismo, el calvinismo y otras pocas, mientras muchos otros movimientos procedentes del protestantismo se han ido atomizando en Iglesias más o menos pequeñas y más o menos carismáticas.
Nuestro tiempo, pues, no es ajeno a este proceso de la historia de un pensamiento religioso que a pesar de todo aún es lo bastante vital como para que sigan surgiendo, dentro de las grandes confesiones, nuevas ramas cuya incidencia real queda condicinada al paso del tiempo. Estas ramas son por su propia naturaleza casi innumerables aunque algunas de ellas, como la de los Cuáqueros, los Pentecostales, los Anabaptistas, los Testigos de Jehová o los Mormones cuentan con significativas cifras de adeptos..., y no es ajeno a ello el hecho sociológico de su nacimiento y mayor implantación en la joven, puritana y rica -aunque desigual- Norteamérica.
Llenando los huecos del tiempo presente
En su mayor parte, sin embargo, el éxito de los movimientos sectarios contemporáneos se debe a que llenan el vacío religioso dejado por la progresiva laicización de las sociedades. Quizá también influya el modo en que las Iglesias consolidadas se ha distanciado de sus feligreses o, al menos, de su cotidianidad. Los "gurús" de las sectas suelen ser personas muy capaces de conocer el modo de seducir a sus adeptos.
Se podrían definir cuatro características fundamentales que concurren en las sectas iniciáticas contemporáneas: alienación de los adeptos por presión moral; cerrazón del grupo sobre sí mismo excluyendo incluso a los familiares no afines de los adeptos; manipulación de los textos sagrados preexistentes según los intereses de la nueva doctrina; utilización de la estructura sectaria para el lucro de los líderes.
Es un lugar común que el ser humano necesita "algo en que creer" y se podría añadir que compartir una creencia con un grupo satisface las necesidades de vida social del individuo, aunque, a veces, en el seno de las sectas clasificadas como destructivas, el precio es una anulación de la personalidad del adepto.
Espiritismo, astrología y magia en la sociedad postindustrial
La comercialización de lo espiritual
En una sociedad mercantilizada en la que "todo vale", lo mismo podrá usted comprar almohadas especiales para la meditación trascendental que pastillas para adelgazar, o un suntuoso ejemplar de la Biblia. También, la adivinación de su futuro.
El folclore y la religión oficial no siempre han ido de la mano. Esta es la razón de que muchas costumbres paganas hayan sobrevivido a la imposición de los credos de las religiones predominantes. Asimismo, la creciente tecnificación y laicización general no impide que parte de la sociedad vuelva su mirada hacia creencias y modus vivendi basados en antiguos conceptos místicos o antirracionalistas. Más bien al contrario, es la sociedad postindustrial la que, al darse cuenta de que estos credos pueden generar dinero, espolea su práctica mediante la venta de libros, vídeos, consultas, etc. Las seudorreligiones ya no son perseguidas, sino aceptadas como un elemento más con el que comerciar en una sociedad de consumo.
Sin embargo, no sólo es una moda impuesta por motivos económicos. La desorientación ideológica y religiosa de muchos actúa como caldo de cultivo para la proliferación de tantos y tan distintos cultos, algunos realmente disparatados en su base doctrinal y peligrosos en su vertiente organizativa y anuladora del yo.
Sobre estos fenómenos sociológicos también puede influir la preocupación por la salud y la secular desconfianza del ciudadano medio para con la profesión médica. Muchas personas han optado por recurrir a métodos que se encuentran a medio camino entre la medicina natural y los ritos de origen oriental para solventar sus pequeños (o grandes) problemas físicos y psíquicos.
En esto podría radicar, en parte al menos, el gran interés que han suscitado terapias como el ayurveda, la medicina tibetana o los chakras, así como -en el aspecto del equilibrio psicológico y la armonía con el entorno- el fengshui japonés. Las ventas de libros sobre estos temas alcanzan cifras millonarias, y cada vez más gurús iluminados pretenden dirigir a sus seguidores hacia prácticas que por esotéricas y procedentes de lejanos países parecen más capaces de seducir a personas modestas..
El espiritismo desde Madame Blavatsky
Nacida en Ucrania en 1831 y muerta en Londres sesenta años más tarde, Helena Petrovna Blavatsky viajó durante varios años por Asia, Europa y Estados Unidos, y estudió bajo la dirección de diversos gurús en la India y Tíbet. En 1875 fundó, con otros colaboradores, la Sociedad Teosófica. Un nuevo viaje a la India contribuyó a difundir sus ideas sobre la experiencia mística, a medio camino entre lo esotérico y lo oriental. Blavatsky se atribuía poderes psíquicos extrordinarios, aunque no todo el mundo pensaba lo mismo: la prensa india y británica la acusó de farsante, pero ella continuó escribiendo y publicó, en 1888, La doctrina secreta, libro que ejerció una gran influencia en los movimientos espiritistas y ocultistas del siglo XX, a través de la actividad de teósofos y místicos de gran fama, como Henry Olcott, Alice Bailey y Annie Besant. El caso de esta última es curioso. Brillante oradora, teósofa y feminista, jugó un papel destacado en el proceso de independencia política de la India y enseñó a dos alumnos aventajados, aunque ninguno de los dos acabó siguiendo la doctrina teosófica, sino que fundaron dos nuevos movimientos que también han ejercido gran influencia durante el siglo XX: Gandhi con el espíritu de la no violencia, de gran influencia político-social, y Krishnamurti con su doctrina de resonancias budistas sobre la inadecuación de los conceptos humanos para ser aplicados al mundo real.
La astrología en la era científica
La astrología fue un elemento importante en muchas civilizaciones antiguas: mayas, griegos, aztecas, sumerios y persas. Todos recordamos el eminente papel que desempeñaban los astrólogos y adivinadores en las cortes medievales -tanto cristianas como árabes-, especialmente cuando se trataba de pronosticar sucesiones a la corona, períodos de riqueza o privaciones o el resultado de vitales batallas. Con el paso de los siglos, la importancia de oráculos, pitonisas y adivinos parecía haber perdido fuerza frente al creceinte progreso científico. Sin embargo, en el ámbito popular estas prácticas nunca han dejado de tener sus fieles. En el África Negra y otras culturas no industrializadas, la adivinación sigue siendo el pilar fundamental del prestigio de los sacerdotes y hechiceros. Pero en muchas sociedades más desarrolladas económica y socialmente las técnicas de magia -blanca y negra-, tarot, lectura de manos y horóscopos han vivido en las últimas décadas del siglo XX un sorprendente renacimiento.
Muy relacionados con la New Age, varios elementos esotéricos y ocultistas, cuyo origen es a menudo secular, vuelven por sus fueros y cobran importancia en las creencias populares. Es un error creer que la mayor parte de aficionados o devotos de estas prácticas son personas de cultura media o baja. Esto puede ser cierto en el caso de los ritos de magia, filtros de amor (¡sí, aún existen!) o diversos rituales sincréticos. Pero hay otro perfil de "cliente de la espiritualidad" que no coincide con la persona ignorante y supersticiosa que recurre a métodos oscuros. Muchos estudiantes universitarios visitan a los expertos en el tarot o la lectura de manos antes de los exámenes. Muchos ejecutivos de altos vuelos son instados por su jefes a practicar el zen, las artes marciales, el chamanismo o el vudú para que recarguen sus "energías" y rindan más en sus trabajos.
Supersticiones ideológicas
"Viernes y trece": parece que no pudiera encontrarse nada más nefasto en nuestra sociedad... Y sin embargo, no se trata de una "superstición inocente". Viernes es el día dedicado a la diosa Venus (Veneris, en latín), y 13 es el número de meses lunares o, lo que es lo mismo, de ciclos femeninos en un año (28 x 13 = 364); además es también el número anual de veces que el sol da vueltas sobre sí mismo. Se diría que en una sociedad de género exclusivamente masculino no sólo se hubiese alterado el recuento del ciclo cósmico para no que pareciera "femenino", sino que a todo lo que pudiera parecerlo hubiera que achacársele mala suerte y augurios nefandos. He aquí como una superstición aparentemente anodina revela un fondo ideológico anti-igualitario.
Nuevas Iglesias en formación
Testigos de Jehová
Año y lugar de fundación:1874, Pensilvania (EE.UU.)
Fundador y/o líder espiritual: Charles Taze Russell
Área de influencia y repercusión actual: 4 millones de miembros en todo el planeta
Mormones
Año y lugar de fundación: 1830,Vermont (EE.UU.)
Fundador y/o líder espiritual: Joseph Smith
Área de influencia y repercusión actual: 5 millones en Utah (EE.UU.) y otros países desarrollados
Santería
Año y lugar de fundación: Cuba, a partir de la llegada de esclavos negros
Área de influencia y repercusión actual: Cuba, Miami, España (cubanos emigrados)
Vudú
Año y lugar de fundación: Haití, a partir de la llegada de esclavos negros
Área de influencia y repercusión actual: Haití y algunas zonas de EE.UU. (migración)
Zionismo
Año y lugar de fundación: 1896, Chicago
Fundador y/o líder espiritual: Isaiah Shembe
Área de influencia y repercusión actual: Grupos dispersos en el sur y oeste de África
Rastafarismo
Año y lugar de fundación: Jamaica, principios del siglo XX
Fundador y/o líder espiritual: Haile Selassie
Área de influencia y repercusión actual: Jamaica y comunidades simpatizantes en los países industrializados
New Age
Año y lugar de fundación: Década de 1960, EE.UU.
Área de influencia y repercusión actual: EE.UU. y los países industrializados
Iglesia de la Cienciología
Año y lugar de fundación: Nueva Jersey, 1950
Fundador y/o líder espiritual: L. Ron Hubbard
Área de influencia y repercusión actual: Grupos reducidos en EE.UU. y Gran Bretaña.
El concepto de la muerte en la actualidad
La fascinación juvenil por la muerte
El hecho de desaparecer para desintegrarse por completo o bien aparecer en otra dimensión o estado no ha dejado de preocupar al ser humano, por laico que sea. La muerte -en abstracto o en concreto- está siempre presente en innumerables aspectos de la cultura popular de nuestros días, sobre todo en los jóvenes, que parecen sentir una fascinación malsana por la Parca.
Con la postergación de lo religioso en gran parte de las sociedades actuales podría parecer que conceptos como la muerte también quedan relegados. Cuando el siempre ingenioso Woody Allen parodia la partida de ajedrez que juega la Muerte con Max Von Sydow en El Séptimo sello (película metafísica de Ingmar Bergman) en uno de sus relatos en que presenta a la muerte jugando al bridge y perdiendo, nos da la impresión de que la Parca ha dejado de ser esa figura tenebrosa e implacable del folclore. Incluso resulta un personaje simpático, o cuando menos atractivo, para muchos.
En la llamada sociedad del bienestar, los jóvenes parecen sentirse fascinados por la muerte. Tal vez por carecer de excesivos problemas reales (hambre, guerra, miseria) pagan mucho dinero por practicar deportes de aventura, algunos de gran riesgo, como el rafting o el puenting, que les provocan la emoción de estar a dos pasos de la muerte. Esto se asemeja a lo que hacían algunos intelectuales románticos, que en el siglo XIX viajaban a escarpados parajes alpinos para asomarse a escalofriantes simas -bien sujetados con una cuerda o agarrados a una baranda de hierro-, donde su imaginación podía mirar a la Parca a los ojos.
En los últimos años han proliferado entre los jóvenes los llamados juegos de rol, traducción del original role game, ya que nacieron en Estados Unidos. Se trata de un híbrido entre el club iniciático, el juego y la representación teatral. En ellos, los temas recurrentes hacen referencia a tradiciones esotéricas y místicas, como el satanismo medieval (juego Akelarre) o el literario Juego de Rol de la Tierra Media, inspirado en la mitología creada por J.R.R. Tolkien. También hay role games inspirados en la mitología del vampiro.
Los juegos de rol y lo macabro
En el transcurso de las partidas, cuando el personaje que interpreta a un jugador muere, dicho jugador debe abandonar el juego, lo cual puede provocar reacciones airadas. El papel de los denominados masters (directores de la partida, creadores de la historia representada y en última instancia, gurús del resto de jugadores) es de tal autoridad que el juego se asemeja a un rito de iniciación para formar parte de una sociedad secreta.
Se han documentado casos, aunque evidentemente son los menos, en que la pasión o el grado de identificación que provocan estos juegos en algunas mentes frágiles han llevado a algunos jugadores a confundir la realidad con la ficción y cometer asesinatos rituales.
Música y muerte
Tradicionalmente, la muerte siempre ha sido un tema recurrente en lo musical. Recordemos las danzas de la muerte de origen medieval que aún se practican en diversos enclaves rurales de Europa. La música popular del siglo XX, el rock, ha recuperado esta temática, en algunos casos con una implicación casi ritual por parte del músico o el oyente.
En la década de 1980 proliferó el llamado pop-rock siniestro, cuyo mayor exponente es la exitosa banda The Cure. Su cantante, Robert Smith, tiene una apariencia escénica similar a una macabra marioneta que recuerda las que se venden en los mercados artesanales de Praga. Los seguidores de The Cure presentan un aspecto muy curioso y susceptible de estudio. Vestidos de luto -lo cual no les diferencia de otras tribus urbanas, ya que el negro es también el color de rockers, punkies o heavies-, se maquillan el rostro de una manera harto clarificadora: la piel blanqueada hasta conseguir una palidez mortuoria y los labios pintados de negro u otros colores oscuros, lo cual les da el aspecto de vampiros (al estilo del juego de rol que hemos mencionado, Mascarada), cuando no de muertos recién salidos de la tumba. Así pues, la muerte es considerada por estos jóvenes como un elemento positivo y un signo de identidad que los diferencia del resto, lo cual les hace pertenecer a un clan. Esto no es tan distinto de los subgrupos sociales que suelen formar los sacerdotes, hechiceros y chamanes en las religiones de muchas culturas. La leyenda dice que Kurt Kobain, cantante del grupo Nirvana, se suicidó en la década de 1990, antes de cumplir la treintena, para seguir los pasos de sus jóvenes ídolos caídos, Hendrix, Joplin y Morrison.
La muerte es un fenómeno recurrente en la mitología musical. Todavía hay quien afirma que Paul McCartney murió en la década de 1960 y fue sustituido por un doble que hoy en día es quien suplanta la personalidad del bajista y cantante británico.
En conclusión, la desaparición prematura de estos músicos es la que los entroniza en la mitología popular y hace que los jóvenes sueñen con seguir los pasos de sus ídolos antes que llevar una vida larga y gris. De ahí el famoso graffiti del movimiento punk Vive deprisa, muere joven y serás un bonito cadáver.
Seguimos adorando al Sol
Las fiestas de la vida
La importancia del Sol en gran parte de las culturas es indiscutible: el sánscrito Dyaus, el griego Zeus, el latín Jovis, el hindú Igni, el altoalemán Zio, el Ugnis lituano o el Ogny eslavo, el quechua Inti o el egipcio Ra son denominaciones de una misma "divinidad" que nos sigue dando vida.
Probablemente, los cultos al Sol son tan antiguos como el ser humano y caracterizan toda creencia relacionada con la naturaleza. El astro que calienta la biosfera y posibilita la vida es una de las primeras percepciones que el hombre tiene de la influencia del universo en su vida cotidiana. La imagen de poderío que representa el Sol, a menudo le ha convertido en centro de los mitos primigenios de muchas culturas.
Origen romano del calendario solar
El calendario romano era fundamentalmente solar, como el judío lo es lunar, y ello ha marcado las costumbres festivas de los pueblos de Europa que recibieron la influencia de la civilización de la antigua Roma (de todos modos, A. Kuhn defendió el origen solar de toda la mitología europea), pero también las de los países que fueron colonizados posteriormente por los europeos, lo cual da a este legado dimensiones aún mayores. El cristianismo ha dado una apariencia litúrgica a muchos de los cultos paganos: así como el sustrato de la celebración de la Pascua es una festividad hebrea -regida por la Luna-, la Navidad coincide en fechas con la festividad romana del Sol Naciente, en la que se celebraba el solsticio de invierno, momento en que el Sol se sitúa a su altura mínima y período, además, en que calienta menos. Como en el caso de la fiesta "contraria", la del solsticio de verano (San Juan), se trata de acontecimientos de gran trascendencia ritual en cualquier cultura, especialmente en las de origen ganadero y agrícola.
El calor como fuente de vida es un lugar común en cualquier momento de la historia del ser humano, y no sólo el que produce el Sol, sino también el del fuego. La primitiva hoguera y la posterior chimenea siempre han sido vínculos de sociabilización y núcleo de actividad familiar y, en ocasiones, ritual. Los romanos relacionaban el fuego del hogar con los antepasados y la pervivencia de las familias. Las cenizas de la chimenea eran esparcidas por los cultivos para protegerlos de las fuerzas de la naturaleza, ya que se creía que estos restos de la combustión tenían propiedades mágicas. El fuego es un representante del Sol, tan necesario como la lluvia para el crecimiento de los cultivos y, por tanto, un símbolo de fecundidad, aspecto éste que, como sabemos, es muy importante en todas las religiones antiguas. También se puede interpretar el fuego como símbolo de purificación. En la noche de San Juan las grandes hogueras sirven tanto para quemar las malas hierbas como para alejar a los espíritus malignos que pueblan la noche más corta del año, fecha en que se celebra esta festividad.
La Navidad representa el momento en que el año empieza, ya que el Sol renace. También el ganado se reproducía en esta época y la vida, en general, iniciaba un nuevo ciclo. El cristianismo añadió el componente simbólico del nacimiento del Mesías. Pero el sentimiento de inicio está también inherente en la conciencia individual y colectiva: todos formulamos deseos para el nuevo año al comer las uvas y todos hacemos promesas (dejar de fumar, hacer un viaje, perder peso, ganar más dinero, encontrar un amor, etc.) justo en ese instante. El nacimiento del Sol siempre ha sido el momento escogido para todos estos deseos y esperanzas.
Si nos fijamos en muchas de las fiestas del calendario litúrgico, vemos que entre Navidad (inicio de las Saturnalia romanas) y el dos de febrero, fiesta de la Purificación de la Virgen, que coincide con la fiesta de Imbolc celta y las Lupercalia romanas, hay cuarenta días. Las cuarenta jornadas de la Cuaresma llevaban a la Pascua. De ésta a la fecha del primero de mayo (aproximadamente, fiesta cristiana de la Ascensión, y día de la celebración celta de Beltaine e incluso del homenaje marxista a los trabajadores) también hay cuarenta días. Un período de tiempo similar lleva a San Juan (solsticio de verano, como hemos visto) y, de nuevo, cuarenta días más tarde, llega el día de la Asunción de la Virgen, fecha en que los celtas celebraban el culto a Lugnasad, dios de los oficios. Si se nos apura, este período también tiene una significación especial en la sociedad moderna, pues coincide con las casi sagradas vacaciones de verano. Cuarenta días más y llega la festividad de Todos los Santos (el antiguo Samhain céltico), la gran fiesta de los muertos e inicio del año agrícola. Las razones de esta repetición (40) están probablemente en un intento de combinar los calendadarios solar y lunar.
Pervivencia del culto al Sol
Cualquier baile que se haga con los brazos hacia arriba suele tener un origen solar. La danza del sol de los sioux, arapahoes y cheyenes fue prohibida en 1904, pero la han seguido practicando camuflada en los festejos del 4 de julio.
Globalmente considerada, la sociedad actual está perdiendo (por lo menos en el mundo industrializado) a marchas forzadas el elemento rural, que en principio era el reducto donde las creencias paganas, y el culto solar es una de ellas, mantenían su vigencia. Sin embargo, también en la ciudad, tal vez más camufladas, perviven estas costumbres. El Sol sigue teniendo su importancia: observemos los cambios de humor que provoca un domingo lluvioso. Se supone que tras seis días trabajando, la fiesta dominical, hoy día más sagrada por lo que significa de descanso y asueto que de celebración religiosa, tiene que estar presidida por un sol refulgente. Si no es así, la decepción hace su aparición. Hemos hablado antes de la noche de San Juan. En ella cambian las costumbres externas pero no el espíritu, ya que la noche del 23 de junio, aun vivida en modernas discotecas y consumiendo sofisticadas drogas de diseño, sigue teniendo el mismo objetivo que antaño: facilitar el intercambio sexual entre los jóvenes, lo cual asegura de algún modo la fecundidad y la continuidad del grupo.
El Sol se ha convertido en un paraíso natural para los turistas procedentes de países desarrollados pero con un clima desagradable. El Sol de España, México o el Caribe se convierte para ellos en una meta casi mítica a la que acudir en el sacro período de vacaciones.
Como se ve, las celebraciones de los solsticios (Navidad, San Juan) y las de los equinoccios (primavera, otoño) se relacionan con fiestas familiares y comunitarias, lo cual hace ver su origen precristiano y también común a muchas culturas. Ello las ha hecho pervivir aun habiendo sido camufladas por las religiones posteriores y han llegado hasta nuestros días si no como culto, sí como tradición respetada. Las celabraciones adquieren hoy otras formas, pero parten de un culto común, en el que el Sol tenía una significación especial.
El turismo como rito
La religión siempre se ha relacionado con el movimiento, tanto en cortos desplazamientos (romerías) como largos y penosos (peregrinaciones). En el mundo occidental laico cobra un nuevo valor mítico el rito anual de viajar en vacaciones. Pero a veces el turista busca algo más que diversión o tranquilidad.
Viajar era una actividad obligada y habitual hace decenas de miles de años, cuando el ser humano era nómada. En los siglos posteriores, la mayoría de culturas se han convertido en sedentarias (salvo algunas excepciones) y en ellas el viaje obedece a otras necesidades.
Casi todas las religiones incluyen en su doctrina el concepto del viaje. La mayor parte de mitos y leyendas incluyen en su argumento un largo viaje del protagonista o de un pueblo buscando su destino (por ejemplo, los cuarenta años en el desierto de los judíos en busca de Canaán). También es habitual en cualquier creencia el concepto de peregrinación. Existen lugares sagrados a los que los fieles acuden para dar gracias, mostrar devoción o pedir favores a su dios -o dioses, o simplemente santos- y están presentes en los diversos credos: enclaves como Santiago de Compostela o Roma para los católicos, La Meca para los mahometanos o Benarés (el lugar donde Buda predicó su primer sermón) para los budistas indios. Los budistas japoneses llegan a recorrer más de mil kilómetros para llegar al Shikoku. A menudo el recorrido, es decir, el viaje en sí, tiene tanta importancia como llegar al lugar, porque el ser humano frecuentemente ha sentido la experiencia de viajar como una prueba vital, como un proceso extraordinario que, por breve que sea, le cambiará.
La hégira laica del viajero contemporáneo
En muchos lugares del planeta siguen realizándose peregrinaciones religiosas, pero en el mundo laico se dan otro tipo de viajes rituales, relacionados con el aparentemente prosaico fenómeno del turismo.
Aclaremos el porqué del título de este subapartado. Como sabemos, la palabra árabe hegira conmemora la huida de Mahoma de La Meca a Medina en el año 622. Y como huida cabe calificar a menudo el tipo de turismo que practica un gran sector de la población. Muchas personas tratan de escapar de la mecanización y el estrés urbano viajando hacia realidades más próximas al sentimiento religioso o pararreligioso. A veces es un viaje interior, buscando lo que queda en el inconsciente colectivo -si seguimos la terminología de Jung- de ritualidad antigua: el culto a la tierra, a la sencillez de la vida relajada. Esto explica el auge de ciertas literaturas inspiradas en culturas y creencias orientales o procedentes de países no industrializados. Pero también se dan cada vez más casos de viajeros que buscan en las tierras y ritos ajenos una luz que les ilumine. De ahí que los occidentales viajen cada vez más a la India o a Extremo Oriente, buscando en ideas como la reencarnación o prácticas como la meditación una salvación para su atribulado espíritu.
En estos casos no podemos hablar de viaje religioso propiamente dicho, pero sí de viaje místico o ritual, pues en principio el viajero busca respuestas a problemas metafísicos, respuestas que en su sociedad es incapaz de rastrear. Entonces el viaje ya no es propiamente una huida, sino una búsqueda.
De todos modos, la mayor parte de la gente no tiene en la cabeza estos conceptos cuando se traslada de un lado a otro por vacaciones. Estos períodos son aprovechados -por este orden de preferencia- para descansar, hacer unas cuantas fotos (que justifiquen cierto interés cultural de cara a los amigos) y tratar de conocer la cultura del país visitado. Este último objetivo es el menos perseguido y, por supuesto, el menos conseguido por los viajeros, lo cual es bastante lógico si observamos que el período de tiempo pasado en el lugar rara vez supera los treinta días. Se dice que este interés por conocer las características de lo que se visita es la diferencia entre el turista y el viajero. Pero muchas veces el que afirma ir "de viajero" a un país acaba convirtiéndose, sin darse cuenta, en turista. El único rito claro que encontramos en el caso del turista es la sacralización que él mismo hace del viaje en sí, por lo que representa para él (descanso, desconexión, premio a largos meses de trabajo).
Santos sepulcros de políticos, escritores y músicos
Los sepulcros de personas santas han sido a menudo el punto geográfico al que se dirigían las peregrinaciones. El apóstol Santiago o santo Tomás Beckett (cuyos restos reposan en Canterbury) son ejemplos de esta costumbre en el cristianismo. En la laica sociedad occidental, como hemos visto en otros apartados de esta última parte del libro, muchos cultos a santos y dioses son sustituidos por personas que adquieren el rol que habían tenido los anteriormente mencionados.
Empecemos por los políticos. Quien haya visitado el bonito cementerio victoriano de Highgate, en el norte de Londres, habrá podido ver el enorme panteón presidido por la cabeza gigantesca de Karl Marx con esta inscripción: Los filósofos sólo han interpretado el mundo desde varios puntos de vista. De lo que se trata, sin embargo, es de cambiarlo. Proletarios del mundo, uníos. Socialistas y comunistas de todo el mundo peregrinan habitualmente a visitar esta tumba, que siempre está cubierta de rosas. En España fue tal el carácter religioso que se dio a la figura del dirigente anarquista Buenaventura Durruti, que en algunos ateneos libertarios su imagen está puesta en un altar.
Muchos escritores, en especial los que fueron perseguidos y murieron lejos de su tierra tienen en común estar enterrados en lugares que se han convertido en enclaves de peregrinación. Éste es el caso del poeta Antonio Machado en Colliure (sur de Francia) o del filósofo alemán Walter Benjamin en Portbou (norte de España), curiosamente sepultados en países distintos, aunque tan sólo a unos veinte kilómetros de distancia entre sí. Machado huía del franquismo y Benjamin del nazismo, lo cual les ha convertido en símbolos políticos.
Y por último, otra de las grandes mitologías del siglo XX, la música popular tiene en las tumbas de dos héroes juveniles (Elvis Presley en Graceland, EE.UU., y Jim Morrison en París) famosos santuarios a los que los jóvenes -y no tan jóvenes- acuden en un diáfano caso de peregrinación.
Como hemos podido ver, el fenómeno de la peregrinación aparentemente ha cambiado de motivaciones, pero pervive porque es connatural al inconsciente colectivo del ser humano.
Los cultos grupales en la actualidad

Divinización del pan y circo
Sin grupo no hay religión, ni tampoco habría ética. Un ser humano aislado no necesita la religión ni la ética, ya que no debe relacionarse con sus semejantes. En un período que muchos consideran laico, observamos que las grandes masas siguen congregándose alrededor de nuevos sumos sacerdotes y dioses: la televisión, el dinero, el fútbol o la música.
Dado que el fenómeno religioso es eminentemente colectivo, no es de extrañar que las nuevas formas de religión, o las nuevas caras que adopta el sentimiento ritual de siempre, se relacionen especialmente con el fenómeno del grupo.
Las reuniones de empresa o los congresos de los partidos políticos no son tan distintos de los antiguos cónclaves sacerdotales o los consejos de ancianos que regían tradicionalmente algunas comunidades.
Entre las numerosas congregaciones de masas que podemos observar y que tienen un sustrato claramente ritual, destacaremos tres: los mítines políticos, los acontecimientos deportivos y los macroconciertos.
En cuanto a los mítines, basta con observar el claro paralelismo entre el político y el sumo sacerdote. Los mítines de partido cuentan con un público completamente entregado y convencido de antemano, es decir, meros feligreses que comulgan por completo con las ideas que el sacerdote va a expresar. Es por ello por lo que un simple aumento en el tono de su voz hace que le aplaudan y vitoreen enfervorizados. Aplauden porque aplaudir forma parte del rito: estos acontecimientos políticos retrotraen a lo más oscuro e irracional de ciertos actos religiosos multitudinarios.
El deporte de masas o la vuelta de los semidioses
Podemos partir de las partir de las Olimpiadas -un acontecimiento antiguamente consagrado a los dioses griegos-, que en la actualidad se han convertido en un fenómeno ampliamente divulgado por los medios de comunicación de todo el mundo. En ellas, los atletas, que equivalen a los semidioses, compiten entre sí. Cada país respalda a sus representantes con una identificación rayana en el fanatismo, puesto que estos atletas desempeñan un papel similar al de cualquier ídolo mítico.
Pero el deporte en el que este fenómeno adquiere unas dimensiones espectaculares es el fútbol: los estadios se transforman en inmensos templos donde miles de fieles vociferan juntos, lloran, entran en trance (con los goles), se indignan y se llenan de un júbilo colectivo que durante siglos sólo proporcionó el rito religioso. Los jugadores de fútbol, en especial las grandes estrellas, son más venerados que los santos y, aunque se trata de personas normales (incluso con un carisma y nivel cultural sensiblemente inferior a la media), se convierten en nuevos dioses o ídolos cuya sola presencia provoca histerismo y admiración entre los millones de seguidores de este deporte.
"Somos más populares que Jesucristo"
Esta frase, que escandalizó a unos, divirtió a otros y sorprendió a la mayoría, fue pronunciada en una entrevista por John Lennon, en uno de los momentos de mayor fama y éxito de su banda, The Beatles. Si recordamos que en algunas religiones de Oceanía los sacerdotes se disfrazan en los dramas culturales para tener la apariencia de los dioses, no es difícil buscar un símil en el mundo del showbusiness, especialmente el musical y el cinematográfico: los cientos de imitadores de Elvis Presley -no sólo cantando, sino también tratando de reproducir su físico- que hay por todo el mundo responden a esta necesidad del ser humano de parecerse a alguien a quien consideran superior.
A los occidentales nos extraña que aún existan culturas en las que algunos de sus miembros entran a menudo en trances místicos. El fenómeno de los fans (apócope del inglés fanatic, con lo que se obvian más comentarios) es tan real como los trances de otros lugares del mundo. Los gritos, lloros y ataques de histeria de las jovencitas cuando se hallan ante una celebridad que admiran con fervor ciego, convierten a estos actores y músicos en auténticos ídolos. No en vano se ha ampliado el campo semántico de esta palabra (ídolo), que originalmente se aplicaba al ámbito religioso y que hoy en día sirve para explicar la veneración que siente un sector de la población hacia ciertos personajes públicos que han ocupado claramente el lugar de los dioses en la mente de sus fieles.
Siguiendo la estela de las religiones no iconoclastas, estos ídolos están representados en pósters, camisetas y adhesivos. Incluso se les construyen verdaderos relicarios o altares a la manera de los santos cristianos o los tótems de otras religiones. Esto puede parecer exagerado, pero sólo hay que ver el lugar preferente donde los adolescentes colocan una foto dedicada de alguno de sus ídolos, para comprobar que se trata de un culto, al menos en su forma externa.
A veces ciertos estilos musicales incluyen referencias, a menudo clarísimas, a cultos sectarios, especialmente el satanismo. A menudo el Diablo no es realmente receptor de culto, sino una excusa temática, como en la canción de The Rolling Stones Simpathy for the Devil. Pero también hay grupos que han hecho del culto a Satán un concepto indisoluble de su música: el caso más conocido es el de la longeva banda britática Black Sabbath, cuya discografía está poblada de títulos tan sugerentes como Seventh Star, Heaven and Hell o Born again (referencia esta última, al nacimiento del Anticristo) que siempre están relacionados con el ocultismo y lo satánico. Una prueba más de cómo los conceptos rituales y el fenómeno de la música popular pueden ir ligados.
Entre ayer y lo futuro
El nuevo interés por el folclore parte de un compromiso cultural para salvaguardar las tradiciones, pero también sirve para recuperar el equilibrio que los hábitos de una sociedad mecanizada han desestabilizado.
Tras muchos siglos de cambio económico-social, las sociedades rurales han quedado a menudo como un pequeño reducto, pero eso no significa que el folclore desaparezca en su esencia. Simplemente cambia muchas de sus caras. Los aspectos cíclicos de carácter ecológico del campo fueron sincretizados por la religión, pero la superposición de una sociedad urbana con sus ritmos de consumo, las vacaciones preestablecidas o el ritmo frenético de trabajo han creado unas condiciones sociales proclives a añadir un nuevo sincretismo sobre el que ya existía: un cambio continuo de la forma sin alterar el contenido. Las festividades que se pierden en la noche de los tiempos se siguen celebrando de una u otra manera, y ni el cristianismo ni la laicización han conseguido impedirlo.
Una idealización del folclore
Se ha detectado un retorno a algunos elementos del folclore en una sociedad que se caracteriza por todo lo contrario. Parece la respuesta de un sector de la población que, harto de la mecanización y del exceso de control a que se someten sus mentes, decide tomarse un respiro. Mitificando el mundo de sus abuelos, tratan de volver a él en lo que pueden, con medicamentos naturales, productos ecológicos, retorno al medio rural y, en definitiva, una búsqueda de la sabiduría casi extinta que el progreso desbocado ha enterrado casi por completo.
La búsqueda de la fecundidad es uno de los parámetros que relacionan la religiosidad con el folclore. Casi todas las creencias basan parte de sus ritos más importantes en este concepto. Las opulentas Venus prerromanas son un ejemplo claro. Los romanos celebraban las Lupercalia (antepasadas de nuestro Carnaval), en las que los luparcos recorrían la ciudad medio desnudos, azotando con unos látigos hechos de tiras de piel de cabra a los hombres y mujeres que deseaban descendencia, con la intención de hacerlos fecundos. Aún hoy en día el Carnaval es una fiesta muy proclive al juego sexual, facilitado por los disfraces y la sensación de libertad que rezuma la noche, lo cual tiene su origen en un deseo de fecundidad. A este respecto, es curioso el origen pagano de la costumbre de los huevos de Pascua. Antes de la habitual cristianización de su contenido, era la fiesta por excelencia de la primavera y en ella las familias ingerían una gran cantidad de huevos para almorzar: un solo miembro podía comer entre media y una docena. Esta costumbre se ha mantenido, aunque hoy los huevos son de chocolate y se adornan con mil adaptaciones a personajes popularizados por los medios de comunicación para atraer a los niños. Esta tradición obedecía a razones de cohesión familiar -en algunos países es el padrino quien regala los huevos a sus ahijados o el tío a sus sobrinos- y, en una mirada aún más lejana, a cuestiones relacionadas con la fecundidad: el huevo siempre ha sido símbolo de fertilidad. El componente alegórico adquirió mayor fuerza con la llegada del cristianismo, ya que la Cuaresma era un período especialmente caracterizado por la abstinencia y la represión sexual, por lo que la Pascua abría un ciclo liberador y dedicado al intercambio sexual y, por tanto, a los ritos de fertilidad.
El folclore como foco de resistencia a lo oficial
El folclore siempre ha tenido un componente subversivo, de resistencia al culto oficial. En el caso del catolicismo, recordemos la llamada Fiesta de los locos que se celebraba en toda Europa hasta el siglo XVI (tras muchos intentos de persecución por parte de las autoridades), y en la que actores improvisados parodiaban los rituales cristianos para gran regocijo de los viandantes. También es reseñable la antipatía que el pueblo ha profesado a la Cuaresma (fiesta oficial cristiana y paradigma de recogimiento y culpabilidad) y las simpatías que ha despertado siempre el Carnaval, fiesta de origen pagano y folclórico, que en las diversas formas con que se ha revestido en la tradición popular muestra de modo inequívoco las tensiones generadas por esta ambigüedad; tensiones que son referencia permanente de otra tensión mucho más profunda, aquella en la que se debate desde lo más remoto de los tiempos la condición humana, a menudo incluso escindida entre lo profano y lo religioso, entre lo inmediato y lo trascendente, como queda reflejado en estos versos de la tradición catalana:
Carnestoltes quinze voltes I Nadal de mes en mes
Cada dia fossin festes I Cuaresma mai vingués
(Carnaval quince veces y Navidad cada mes
Hubiese fiesta diaria y la Cuaresma nunca viniese.)
Por más que se esfuerce el dogma católico, es evidente que el pueblo siempre preferirá el Carnaval a la Cuaresma. La abstinencia y la austeridad no son lógicas en ningún folclore, a menos que sean inevitables por razones circunstanciales. El folclore siempre tiene un elemento vitalista y epicúreo, cosa que no puede decirse de las religiones.
En ocasiones, lo popular se acaba imponiendo a la norma religiosa imperante, incluso sin que haya sustrato cultural; es decir, en una fiesta impuesta por la religión el folclore introduce sus modificaciones y la adapta al sentir popular. Es el caso del Corpus. Esta festividad fue establecida por el papa Urbano IV en el año 1264 para conmemorar el misterio del cuerpo de Cristo sacramentado. Al cabo de poco tiempo, la fiesta enraizó fuertemente en las clases populares que acudían a las procesiones de este rito e iban añadiendo elementos como pequeñas representaciones teatrales o comparsas, para modelar la fiesta a su antojo: el resultado es una celebración con muchos elementos de origen profano, que Urbano IV nunca hubiera podido imaginar.
Y es que cada folclore reinterpreta el dogma de la manera más adecuada a las características de la zona y del pueblo que la habita. Esta maleabilidad ya la detectó Xenófanes de Colofón en el siglo VI a.C: "Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros; los tracios, que los suyos tienen el pelo rojo y ojos claros. Si el ganado o los caballos tuvieran manos y pudiesen dibujar, representarían a sus dioses como ganado o caballos...".
Muchos siglos más tarde podemos constatar que todas las sociedades adaptan los modelos religiosos y que el caso de las festividades de origen mixto (folclórico-religioso) no es una excepción. El signo de los tiempos prevalece y, en el capitalismo más agresivo, el dios común (el dinero) pone un sello en todas las actividades. Navidad, Pascua, Carnaval, Corpus y el resto de celebraciones funcionan gracias al esfuerzo conjunto de las empresas y los medios de comunicación en buscar una excusa para conseguir el fin último que parece marcar el pensamiento del ser humano industrializado medio: comprar, vender, comprar, vender.
Los ritos de paso en la sociedad actual
Las fiestas de la vida
Dentro de las formas de religión natural, siempre se presta una especial atención al ciclo de la vida, y a los momentos cruciales en que se pasa de una etapa a otra: el nacimiento, el paso de la niñez a la adolescencia, la vida adulta y la muerte.
La existencia de ritos de paso es una de las constantes antropológicas que caracterizan al ser humano de manera más universal y que, por tanto, no se resiente de la evolución económica y social. Los ritos cambian de cara y con ellos las costumbres correspondientes, pero su esencia sigue muy viva, en parte porque las diversas edades y ciclos del ser humano no están regidos por lo social, sino por lo natural. Según el estudioso francés Arnold van Gennep, este tipo de ritos se estructuran en tres fases: separación, transición y reincorporación. Es complejo aplicar esta división a la mayoría de ritos tal y como los concebimos hoy. Lo que está claro es que el aparato ritual que comportan tiene como objetivo reforzar la cohesión, primero familiar y luego comunitaria, del individuo que los pasa. Los bautizos, las bodas, los entierros, etc., marcan las fases y también los derechos y deberes del individuo. Además, poseen un marcado carácter socializador: los regalos que se hacen en ellas, así como las felicitaciones -o los pésames en los funerales- implican solidaridad e integración en el grupo. Todo ello refuerza los límites simbólicos de la comunidad familiar.
El primer rito de paso, aunque evidentemente su protagonista no lo siente como tal, es el nacimiento. Al cabo de poco tiempo la comunidad le da la bienvenida a su estructura socio-religiosa, haciéndole uno más. Muchos de los ritos en este caso están preñados de simbolismo y suelen aludir a la muerte (fase de separación) del niño o incluso a su vuelta al útero materno para renacer al mundo en otro estatus: por ejemplo, en el bautismo, el infante pasa de pagano a cristiano. El nacimiento es un acontecimiento en sí, pero además de asegurar la descendencia del grupo familiar, tiene connotaciones de buena suerte. Observemos el tratamiento que cada primer día de enero dan los medios de comunicación al primer bebé nacido en el nuevo año.
Del nacimiento a la muerte consumiendo ciclos
El segundo rito de paso es también común a todas las sociedades, pero la franja de tiempo en que se da es un poco más flexible: se celebra el paso de la niñez a la adolescencia. Suele tratarse de un rito más traumático y en algunas culturas están perfectamente documentadas tradiciones bastante crueles físicamente con el protagonista del ritual. Evidentemente en el mundo rural o precapitalista tiene una lógica: el niño debe endurecerse y curtirse al máximo antes de afrontar la vida. En la sobreprotectora sociedad industrializada este rito ha perdido consistencia y es difícil de definir en detalles del comportamiento de los padres con su hijo, aunque los hay: ese primer viaje que se permite hacer al adolescente, el primer vasito de vino que se le permite beber en la mesa familiar o la primera paga para que se la gaste en lo que quiera.
El rito de la madurez suele ir ligado a los desposorios. Ambos tienen la finalidad de perpetuar el futuro de la tribu mediante la posibilidad de tener descendencia. En algunas sociedades primitivas se valora más el matrimonio exógeno (con personas de otra tribu y familia) tal vez para garantizar, inconscientemente, que la mezcla genética contribuya a mejorar la raza. El incesto está explícitamente prohibido en cualquier cultura. Las bodas de hoy en día, dejando aparte las connotaciones religiosas, que se van perdiendo progresivamente, no dejan de ser una celebración en que se construye un nuevo núcleo familiar y los progenitores de ambos cónyuges respiran tranquilos ("¡Por fin lo/la he colocado/a!" al ver su continuidad asegurada. Las muy en boga despedidas de soltero/a con espectáculo pornográfico y prostitución no son más que un modo bastante chabacano -pero esto no viene al caso- de concienciar al cónyuge de que deberá renunciar a su libertad sexual a partir de ese momento.
La jubilación es un rito de paso no habitual en las sociedades anteriores. El progreso económico ha permitido que las personas que llegan a una cierta edad puedan descansar sin más, ya que lo que han cotizado durante toda su vida laboral debería bastar para mantenerse el resto de su vida. Por eso, muchos la celebran con ganas. En ocasiones, sin embargo, el jubilado padece el síndrome de "Y ahora qué": el embrutecimiento de la vida de mucha gente que ha vivido para trabajar, y no al contrario, hace que teman la jubilación porque no han desarrollado inquietudes que puedan llenar su recién adquirido tiempo libre.
La festividad dedicada a los muertos, que es común a la mayoría de culturas, se suele celebrar en otoño (el Samhain celta o el Todos los Santos cristiano). El hecho de visitar las tumbas de los antepasados contribuye a fortalecer el recuerdo, y la costumbre de depositar flores tiene las connotaciones simbólicas de la eterna paradoja: la vida que se va y la que florece a partir de ella. El ciclo de los ritos de paso acaba con esta última ceremonia.
Otros aspectos del rito iniciático
La mitología, y en especial la literatura legendaria, ha recogido los diversos tratamientos que las culturas han dado a los ritos de paso. El folclorista P. Saintyves estudió en cuatro cuentos populares la referencia a cuatro de estos ritos: en Le Petit Poucet(Pulgarcito) se está hablando del paso de la infancia a la juventud. En Barba azul se hace referencia al casamiento de las doncellas y a las costumbres que deben observar tras celebrarlo, lo mismo que le ocurre al protagonista de Riquet el del tupé. En el caso del famoso cuento El gato con botas, el protagonista muestra a un futuro caudillo las exigencias de su nuevo estatus.
No sólo en los cambios de edad hay rito iniciático. Son conocidos los que se hacen para ingresar en sociedades secretas (masonería, sectas, hermandades) y que guardan paralelismos con los que rige la edad.
Llevado al terreno de la sociedad actual, observemos que las entrevistas de personal de las empresas y las pruebas de aptitud -y a menudo de adhesión ideológica- que plantean a los recién llegados no dejan de ser ritos de iniciación algo prosaicos.
Pervivencia de formas religiosas en la cultura actual
Con la sociedad del bienestar, un sector del planeta ha pasado en poco tiempo de los dogmas religiosos al agnosticismo y al ateísmo más tarde, y ha llegado al siglo XXI con una gran multiplicidad de tendencias filosófico-religiosas y sociales. Triunfan en especial ciertos préstamos tomados de otras formas de religiosidad, sobre todo orientales, que dan al panorama de las creencias un aspecto más ecléctico que nunca. Derivaciones, mezclas, sectas, milenarismo, Nueva Era y muchos ritos camuflados en costumbres nuevas, aparentemente laicas: todo ello convive con el aparente pragmatismo que parece adueñarse del planeta siguiendo las directrices de la globalización económica y política.
Algunos estudiosos de los años 1960 pronosticaron el fin del cristianismo hacia el año 2000 y se equivocaron; lo que está claro es que el mundo contemporáneo sigue necesitando de la religión, bajo sus diversas formas. Algunas son nuevas, pero otras son vestidos nuevos para maniquíes muy añejos.
SHALOM
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