Contra la decadencia de la Iglesia romana
"Entonces empecé a entender la justicia de Dios como la justicia por la que el justo vive gracias al don de Dios, y vive por la fe. La justicia de Dios... ha de entenderse en sentido pasivo, es decir, en el sentido de que es Dios quien nos justifica, en su misericordia, por la fe" (Lutero, en una "charla de sobremesa" del año 1523).
En los últimos años del siglo XV, la necesidad de una reforma de la Iglesia "en la cabeza y los miembros" se había convertido en un clamor generalizado.
El papado se hallaba sumido en un profundo descrédito. Los pontífices se mostraban más interesados en la defensa de sus intereses como soberanos que en el desempeño de su alta misión de guías espirituales. El traslado de la corte pontificia de Roma a Aviñón (1309-1376) ofreció a la cristiandad el espectáculo de los papas dependiendo de los deseos y las conveniencias de los monarcas franceses. Durante el posterior "Cisma de Occidente" (1378-1417) pudo verse a los pretendientes a papas pugnar entre sí y disputarse el favor de los príncipes y los reyes. La confusión era tal que ni las personas más piadosas sabían quién era el verdadero pontífice. La situación permitió hacer germinar la idea de que también sin papas puede funcionar la Iglesia y de que, en todo caso, la autoridad suprema reside en los concilios ("conciliarismo". Junto a sus innegables méritos como mecenas de la cultura, los papas renacentistas iniciaron un profundo proceso de "mundanización" de la curia romana.
El descrédito había alcanzado también al alto clero. Obispos y abades rivalizaban por acaparar el mayor número posible de diócesis, canonjías, monacatos o fundaciones piadosas para apoderarse de sus rentas, prebendas y beneficios. Las diócesis alemanas, con sus pingües ingresos, estaban reservadas a los segundones de la alta aristocracia, que a veces ni siquiera abrigaban la intención de recibir las sagradas órdenes. Todavía a mediados del siglo XVI, el cardenal Alejandro Farnesio, sobrino de Paulo III, acumulaba diez obispados, 26 monasterios y otros 133 beneficios entre parroquias, capellanías y canonjías. Los prelados no residían en los lugares donde debían ejercer su labor de cura de almas. Delegaban estas funciones a vicarios mal instruidos y míseramente pagados. Este afán de acaparación fue el detonante que hizo estallar la revolución reformista.
Todos estos abusos eran conocidos, y también denunciados, desde antiguo. Pero en la segunda mitad del siglo XV se había añadido un factor nuevo que hacía que la situación fuera insostenible: había emergido el hombre renacentista. Los círculos ilustrados -los creadores del "humanismo cristiano", entre los que destacan Petrarca (1304-1374), Ficino (1433-1499), Pico de la Mirándola (1463-1494), Tomás Moro (1478-1555) y Erasmo de Rotterdam (1466-1536) entre otros muchos- no se contentaban ya con las viejas respuestas y pedían a la Iglesia soluciones nuevas que ésta fue incapaz de dar. Aquellos hombres toleraban mucho peor los abusos, las lacras y la ignorancia del clero, y adoptaban actitudes rebeldes allí donde las generaciones anteriores se habían mostrado profundamente dolidas, pero siempre obedientes y resignadas. Sin las aportaciones de estos círculos humanistas no puede explicarse el éxito y la expansión fulminante del movimiento reformista.
La Reforma de Martín Lutero
Martín Lutero nació en Eisleben, en 1483, en el seno de una familia de mineros del cobre. En 1505 ingresó en el convento de los agustinos de Erfurt, donde estudió una teología marcada por el nominalismo. Fue un monje ejemplar, completamente dedicado al estudio, la enseñanza y la predicación. En 1510 hizo un viaje a Roma, de donde regresó con una impresión muy negativa y convencido de que la Iglesia necesitaba una urgente y profunda reforma.
El estudio de la Carta a los romanos del apóstol Pablo y de las obras de san Agustín sobre el pecado y la gracia divina llevó a Lutero al descubrimiento del enunciado central de toda la Reforma: el hombre no se salva por sus obras, sino por la fe que Dios le concede y a través de la cual le justifica. En esta doctrina teológica no tienen cabida las indulgencias. Reaccionó, por tanto, indignado ante la predicación de la indulgencia plenaria llevada a cabo en las diócesis de Magdeburgo y Maguncia a partir de 1514. Fue una indulgencia particularmente nefasta en su origen y en su ejecución. En su origen, porque la curia romana había concedido al arzobispo de Magdeburgo la sede de Maguncia a cambio de 10 000 ducados y la mitad de los ingresos obtenidos por la venta de la indulgencia. Y en su ejecución, por la burda manera con que el dominico Tetzel incitaba a los fieles a comprar indulgencias en favor de las almas de los difuntos: "Apenas suena en el cepillo el dinero, el alma del difunto vuela al cielo". Tal vez pertenezca a la leyenda el episodio que describe a Lutero clavando, en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, el 31 de octubre de 1517, las 95 tesis que había redactado en latín contra ellas. A partir de esa fecha inició una enorme labor en defensa de su doctrina de la verdadera Iglesia. En el año 1520, en su escrito A la nobleza alemana, proclamó el sacerdocio universal de todos los bautizados y el principio de que la Escritura se entiende por sí misma y no necesita ser interpretada por el magisterio. En La cautividad babilónica de la Iglesia sólo admite los sacramentos del bautismo y la cena (y deja en duda el de la penitencia). En La libertad del cristiano afirma que "el cristiano es un hombre libre respecto a todas las cosas y no está sometido a nadie".
El 3 de enero de 1521 fue excomulgado. Para salvarle del poder del emperador Carlos V, el príncipe Federico el Sabio le ocultó en el castillo de Wartburg, donde entre 1521 y 1523 inició la traducción de la Biblia al alemán.
Lutero y el movimiento humanista
Inicialmente, las ideas de Lutero contaron con el favor de los humanistas que, además, le consideraban uno de los suyos por su conocimiento de las lenguas antiguas. Pero a medida que el reformador insistía en la salvación por la sola gracia o la sola fe, sin intervención de la voluntad humana, se fue enajenando las simpatías de muchos de ellos. Erasmo advirtió claramente cuál era la víctima principal de los ataques de Lutero: no el papado o las indulgencias, sino la libertad del hombre que, para el pensador holandés, es la que le permite ser socio de Dios.
Para Lutero, en cambio, "el libre albedrío después del pecado es pura palabrería, y si el hombre hace lo que de él depende, peca gravemente" (Assertio). Erasmo objetó que sin libertad para elegir entre el bien y el mal no hay ética cristiana. Lutero, en su escrito de réplica Sobre el libre albedrío, tachó a Erasmo de "ateo, despreciador de la Escritura, destructor del cristianismo, hipócrita, blasfemo y escéptico". La ruptura entre ambas doctrinas era inevitable.
El protestantismo en Europa Central
Contra el poder de la jerarquía oficial
En el último tercio del siglo XV y a lo largo de todo el XVI, la efervescencia reformista se expandió por una Europa ya impregnada de humanismo y sedienta de coherencia entre la fe y las costumbres.
Las ideas de Lutero se extendieron como una llamarada por toda Europa. Fueron numerosos los factores que contribuyeron a su difusión en un espacio de tiempo muy corto. Entre ellos ocupan un lugar destacado la excelente preparación doctrinal, la gran energía y la entrega incondicional de algunos de sus promotores. No todos fueron seguidores de Lutero y simples repetidores de sus enseñanzas. De hecho, los reformadores defendieron con frecuencia posturas enfrentadas, mantuvieron numerosas controversias, a menudo muy enconadas, y no faltaron las enemistades y los odios mortales entre sí. Pero a todos ellos les unía el mismo sentimiento de irreductible rebeldía contra las estructuras de la jerarquía oficial de la Iglesia instalada en el poder y compartían la misma pasión por imponer drásticas reformas.
Los hombres de Lutero
Lutero contó desde el primer momento con el apoyo de un buen número de seguidores y colaboradores leales. Destacaron entre ellos Nicolás de Amsdorf (1483-1565), que le ayudó a traducir la Biblia al alemán. Fue consagrado obispo evangélico de Nuremberg por el propio Lutero y era tan ardiente partidario de la justificación por la sola fe que llegó a sustentar la tesis de que las buenas obras son dañinas para el alma. El humanista Justus Jonas (1493-1555) puso sus conocimientos de jurista al servicio de las iglesias reformadas para la redacción de las ordenaciones eclesiásticas. También él colaboró con Lutero en la traducción de la Biblia, estuvo a su lado en el lecho de muerte y pronunció su oración fúnebre en Eisleben. Jorge Burckhard (1484-1545), llamado Espalatino por su lugar de nacimiento (Splat, cerca de Nuremberg), estuvo al servicio de la corte del príncipe elector de Sajonia Federico el Sabio. Trabó amistad con Lutero desde fechas muy tempranas y le prestó una ayuda inestimable al conseguir que el elector le ofreciera un refugio seguro en el castillo de Wartburg cuando, ya excomulgado y declarado hereje, estaba expuesto al castigo del emperador.
La personalidad más destacada del círculo de seguidores de Lutero fue, sin duda, Philipp Schwarzerd (1497-1560), más conocido como Melanchthon, traducción de su apellido ("negro" del alemán al griego. Iniciado en las lenguas antiguas y los estudios teológicos por su tío, el hebraísta Juan Reuchlin, abrazó las ideas de Lutero en 1517. Sus Loci communes rerum theologicarum, publicados en 1521, le han valido la fama de teólogo de la Reforma protestante. Su gran formación humanista y el gran aprecio que siempre profesó a Erasmo le convirtieron en el lazo de conexión (a punto de romperse a causa de la áspera controversia entre este último y Lutero) entre los círculos humanistas y las ideas de la Reforma. Melanchthon aceptaba la tesis luterana sobre la incapacidad de la inteligencia humana de llegar al conocimiento de Dios y sobre la carencia de libertad de la voluntad, pero se oponía a renunciar a la existencia de una ética filosófica. Entendía que también después de la caída puede la naturaleza conocer la ley natural y la voluntad hacer obras naturalmente buenas, aunque de nada sirven para la justificación. En la dieta de Augsburgo de 1530, celebrada con el propósito de restablecer la unidad de la fe y de reagrupar a todas las fuerzas cristianas contra el peligro turco, Melanchthon elaboró una "confesión" protestante en la que su deseo de paz y armonía le inducía a calificar de "pequeñas diferencias" lo que en realidad eran graves diferencias dogmáticas. Aunque la dieta no alcanzó sus objetivos, Melanchthon siguió buscando, hasta el final de sus días, fórmulas de compromiso aceptables para católicos y protestantes. Esta postura ha sido valorada de diversas maneras. Para algunos, vacía totalmente de contenido las ideas de Lutero sobre la justificación; para otros, ofrece una síntesis fecunda -de signo ético neoaristotélico- entre la Reforma y la cultura humanista.
Zuinglio y la reforma suiza
Ulrico Zuinglio (1484-1531) estudió en Viena y Basilea, donde existían florecientes centros humanistas. Su proceso de ruptura con Roma se inscribe en la rebelión generalizada contra la Iglesia jerárquica, pero -como él mismo se encargó de subrayar- no dependía de Lutero. "Antes de que nadie hubiera oído entre nosotros el nombre de Lutero, comencé yo, en 1516, a predicar el evangelio de Cristo." "El principio básico de su concepción teológica es que no hay otra autoridad doctrinal que la de la Escritura, que no es ya privilegio de sacerdotes, sino bien común". Rechazaba todo lo que no está explícitamente contenido en la Biblia: el papado, la misa, la invocación de los santos, el celibato sacerdotal... El consejo del cantón de Zurich aceptó e impuso, en 1525, las tesis de Zuinglio.
Desde Zurich, la reforma de Zuinglio se propagó a varios cantones, entre otros Sank Gallen, Basilea -en éste en competencia con los seguidores de Lutero- y Berna. Otros (Lucerna, Uri, Schwyz, Unterwalden, Zug, Glaris, Friburgo, Solothurn y Appenzell) se mantuvieron fieles a Roma. Muy pronto, de las discusiones teológicas se pasó a los enfrentamientos armados. En 1531, un ejército zuriqués encabezado por Zuinglio, que había sido capellán castrense de tropas suizas, fue derrotado en Kappel por los católicos. Zuinglio encontró la muerte en el combate. Como consecuencia de la derrota, los zuinglianos firmaron la paz con los católicos y, a continuación, entraron en negociaciones doctrinales con los calvinistas, que culminaron con la unión de ambos movimientos en 1549.
El protestantismo en el Norte y Occidente de Europa
De Calvino a Servet
El protestantismo de Europa Occidental está profundamente marcado por la obra y la personalidad de Juan Calvino (Jean Cauvin, 1509-1564). Su ruptura con la Iglesia se produjo hacia 1533, según él de forma imprevista y por intervención divina.
En 1536, Calvino publicó su obra Institutiones doctrinae christianae, que le acreditaba como el más sistemático de los teólogos reformistas. Aquel mismo año se trasladó a Ginebra, donde con firme voluntad logró imponer su propia reforma. Implantó una severísima disciplina en la ciudad, que no excluía la pena de muerte para quienes se oponían a sus ideas (p. ej., contra el médico español Miguel Servet, condenado a la hoguera por negar la Trinidad). Ginebra se convirtió en la Roma del protestantismo. Muerto Lutero (1546), Calvino fue la figura más destacada y el líder indiscutible del movimiento reformista.
Juan Calvino
Las teorías de Calvino crean una Iglesia de tipo democrático y presbiteriano. Existen en ella cuatro oficios: pastores o predicadores, maestros, presbíteros y diáconos. Se rechaza la figura del obispo. La comunidad es la guardiana de la ortodoxia y la tutora de la ley. Sólo se admiten dos sacramentos: la cena y el bautismo que, por lo demás, no producen ningún efecto en quienes no están predestinados. El calvinismo comparte (aunque con distintas interpretaciones) los dos grandes principios luteranos: que la justificación nos viene de fuera y que la Escritura, principio único de la fe y de las creencias, se explica por sí misma.
El movimiento calvinista se difundió rápidamente por Francia, a pesar de la oposición de los monarcas franceses (que, por otra parte, apoyaban a los reformistas en las tierras del imperio). Las cuestiones religiosas dividieron a las poderosas familias aristocráticas (los Borbones a favor de la reforma, los Guisa en contra). Los enfrentamientos armados fueron numerosos y a veces muy sangrientos. Las guerras de religión se prolongaron desde 1562 hasta finales del siglo XVI. El conflicto se decantó a favor de Roma cuando el hugonote Enrique IV de Navarra, pretendiente al trono de Francia, abandonó la reforma ("París bien vale una misa" y fue aceptado también por los católicos. En el edicto de Nantes (1598) se concedía a los calvinistas libertad de culto, pero Luis XIV lo revocó en 1683.
Crisis religiosas o políticas
Las doctrinas calvinistas se difundieron en Escocia gracias, sobre todo, a la predicación de Juan Knox, formado en Ginebra bajo la dirección personal de Calvino.
La expansión de la reforma por los restantes países europeos estuvo protagonizada por personajes de menor talla teológica, y las razones religiosas estuvieron con mucha frecuencia entreveradas de ambiciones políticas.
En los Países Bajos, el calvinismo se alió en las provincias del norte con el sentimiento antiespañol liderado por la familia de los Orange.
En Suecia, los protestantes proclamaron (1523) al rey luterano Gustavo I para separarse religiosamente de Roma y políticamente de Dinamarca.
Finlandia abrazó el luteranismo de su influyente vecina, Suecia.
En Dinamarca, la imposición del luteranismo (entre 1533 y 1559) tuvo como objetivo poner fin al predominio del alto clero y de la nobleza. Siguieron este mismo destino Noruega e Islandia, pertenecientes a la corona danesa.
En Prusia, el Gran Maestre de la Orden Teutónica abrazó, a principios de la década de 1520, las ideas reformistas, secularizó los territorios de la orden y se apoderó de ellos con el título de duque de Brandeburgo-Prusia.
Polonia, bajo el reinado de Segismundo I (1506-1548), se mantuvo firmemente católica.
También en Italia y España surgieron brotes protestantes en el entorno de los círculos humanistas, pero la Inquisición cortó de raíz estos movimientos con la celebración de los sangrientos autos de fe de Valladolid (1558-1559) y Sevilla (entre 1559 y 1564).
Expansión y conflictos de la Reforma
A finales del siglo XV, parecía que la reforma religiosa y moral reclamada por las Iglesias cristianas ya la habían iniciado los predicadores y los reformadores de las órdenes religiosas. Pero Roma no renunciaba a su política de poder, y el descontento popular era profundo. Por otra parte, resultaba cada vez más insoportable el pulso político entre la Europa Central y la Mediterránea. El conflicto religioso que desencadenó Martín Lutero encontró terreno abonado para los enfrentamientos no sólo teológicos, sino -y quizá principalmente- políticos. Aquí y en el mapa adjunto se pretende ofrecer unos nombres clave para la comprensión del gran estallido del cisma que marcará al cristianismo durante los cinclo siglos posteriores.
Academia de Ginebra: Fundada en 1559 y dirigida por Théodore de Bèze, fue la principal escuela protestante de Europa.
Andreas Karlstadt: Colaborador de Lutero que abolió los votos monásticos, el celibato sacerdotal y el culto a las imágenes. Defendió que la misa católica no era el sacrificio de Jesús sino una conmemoración de él. Lutero se deshizo de él cuando comprobó su excesivo radicalismo.
Contrarreforma: Movimiento católico de recuperación. En su dimensión política de enfrentamiento a la Europa Central, la Contrarreforma tuvo sus principales bastiones en España e Italia. Tuvo su momento álgido en el concilio de Trento.
Enrique VIII de Inglaterra: Tomó la iniciativa de una Reforma resueltamente hostil al luteranismo. Excomulgado el 11 de julio de 1533 por su divorcio de Catalina de Aragón y su matrimonio con Ana Bolena, tomó una serie de decisiones que abocaron en enero de 1534 a la confirmación del cisma anglicano.
Erasmo de Rotterdam: (Desiderius Erasmus Roterodamus, 1469-1536). Filólogo, filósofo y teólogo no especulativo y humanista, fue un personaje que por un lado fustigó las instituciones y el sistema filosófico de los eclesiásticos de su época -con lo que preparó el camino del protestantismo- y por otro se enfrentó ideológicamente con Martín Lutero, con quien a pesar de todo le unían lazos de profundo respeto.
Federico I de Dinamarca: Una vez destronado Cristián II, hizo del luteranismo la religión oficial. Su victoria sobre el pretendiente católico determinó, en 1537, el paso de Noruega al protestantismo.
Gustavo I Vasa: Rey sueco; al liberar Suecia de la dominación danesa en 1523, secularizó los bienes del clero y organizó a partir de 1529 una Iglesia luterana estatal estrechamente sujeta a la monarquía nacional.
Humanismo: Movimiento intelectual que a partir del estudio de los textos antiguos propugnaba, en el Renacimiento, el cultivo de las facultades del hombre para acercar a éste a un ideal que creía realizado en la antigüedad grecorromana. En el siglo XVI, el humanismo de Erasmo de Rotterdam había introducido en el estudio filológico de la Sagrada Escritura y la crítica de las creencias y las instituciones religiosas del cristianismo.
Johannes Tetzel: Fraile dominico alemán que en tiempo de Lutero recorría Sajonia predicando la indulgencia concedida por el papa León X para financiar la reconstrucción de San Pedro.
Juan Calvino: Francés (Jean Cauvin). Reformador más estricto que Lutero, en 1536 publicó la Institución de la religión cristiana, una obra que defendía que el Evangelio es la única fuente de la verdad. Su autoridad se extendió a Ginebra. Exiliado, reconstruyó en Estrasburgo una Iglesia de refugiados franceses y combatió todo entendimiento tanto con los luteranos como con Roma, lo que no le impidió denunciar a Miguel Servet ante la Inquisición Católica.
Reforma: Movimiento religioso del siglo XVI, por el que una gran parte de Europa se sustrajo a la obediencia del Papa, lo que dio origen a las diversas Iglesias protestantes.
Thomas Cromwell: Consejero de Enrique VIII de Inglaterra. El 11 de febrero de 1531 consiguió que el parlamento votara la subordinación de la Iglesia a la Corona.
Thomas Münzer: Colaborador de Lutero que intentó crear comunidades sin culto ni sacerdotes. En 1524 alentó la guerra de los campesinos, lo que le valió el enfrentamiento con el propio Lutero.
Tomás Moro: Consejero de Enrique VIII de Inglaterra. Permaneció en el catolocismo romano y luchó contra la herejía.
Ulrico Zuinglio: Discípulo de Lutero, implantó la Reforma en Zurich y Berna entre 1525 y 1528. Rechazando los sacramentos, simplificaba radicalmente la liturgia. También enfrentado con Lutero, un intento de unión fracasó en 1529 en el llamado "coloquio de Marburgo".
Las Iglesias del cristianismo reformado
Una tempestad de ideas
El principio reformista que proclama como única autoridad doctrinal legítima la Sagrada Escritura libremente interpretada por cada creyente estaba llamado a desatar un torrente de opiniones encontradas y enconadas controversias, y así ocurrió.
Hubo una primera etapa agitada por efervescentes discusiones doctrinales no sólo con los teólogos católicos, sino también dentro del movimiento reformista, polémicas de todos contra todos: de Lutero contra Zuinglio, contra Melanchthon, contra Agrícola, contra Osiander y Calvino; de Calvino contra Arminio y contra Miguel Servet; de Knox contra los calvinistas holandeses; de Flacio Ilírico y Amsdorf contra Pfeffinger. Surgieron numerosos grupos, sectas y comunidades de los más diversos géneros. Hubo grupos anárquicos que asaltaban las iglesias y destruían las imágenes, sectas de exaltados o iluminados, agitadores que, invocando las proclamas de Lutero, provocaban insurrecciones sociales. Hubo también comunidades de severa moral, como los anabaptistas, una vez superada su primera fase revolucionaria y destructora, y sus sucesores, los menonitas.
De todo aquel tumultuoso torbellino de ideas, con el paso del tiempo sedimentaron dos Iglesias que descuellan por la gran personalidad de sus fundadores, por el rigor y la solidez del edificio teológico que consiguieron levantar y por el considerable número de sus seguidores: la Iglesia luterana y la calvinista.
Su historia externa tiene algunos puntos comunes. Tras una etapa inicial de rápida expansión numérica y geográfica por toda Europa en la primera mitad del siglo XVI, siguió un período de asentamiento e incluso de retroceso bajo los efectos de la Contrarreforma católica. Sin embargo, hubo una importante circunstancia divergente en esta trayectoria. Mientras que el luteranismo conseguía implantarse como religión mayoritaria en muchos países nórdicos y contaba con la protección de las autoridades civiles, el calvinismo era (a excepción de en Escocia y los Países Bajos) una confesión minoritaria, en situación de asedio y sometida (sobre todo en Francia) a sangrientas persecuciones.
Asentamiento de las doctrinas
En su historia interna, superada la virulencia de las discusiones de la primera hora, en ambas confesiones se inició un proceso de cristalización, clarificación y sistematización de la doctrina, muchas veces expuesta de forma fragmentaria y hasta contradictoria, en escritos surgidos al compás de los acontecimientos o dictados por urgentes necesidades del momento.
La escisión de la Iglesia de Inglaterra presenta una génesis peculiar. En ella las controversias doctrinales tuvieron una importancia secundaria. De hecho, el principal impulsor de la rebelión contra la Iglesia romana, el rey Enrique VIII, había sido honrado por el papa León X con el título de "defensor de la fe" por sus escritos contra Lutero. Pero la negativa del papa Clemente VII a concederle el divorcio de su esposa, Catalina de Aragón, llevó al monarca a negar la autoridad del pontífice. En el año 1534, el parlamento inglés aprobó el Acta de Supremacía que proclamaba al rey la autoridad suprema de la Iglesia de Inglaterra. La Iglesia anglicana, así nacida, se subdividió en dos ramas, la episcopaliana (que admite la figura del obispo) y la presbiteriana (que la niega). Como reacción a las costumbres relajadas de la Iglesia anglicana oficial surgió la comunidad metodista, que tiene numerosas afinidades con el movimiento pietista. La Alta Iglesia anglicana mantiene muchos puntos de contacto doctrinales con el catolicismo.
El embate racionalista
En los siglos XVIII y XIX, las confesiones protestantes tuvieron que hacer frente, al igual que el catolicismo, a los asaltos que la Ilustración lanzó contra ellas en nombre de la razón. La idea de una religión y unas verdades reveladas parecía inconciliable con el talante racionalista del Siglo de las Luces. Una de las respuestas a estos embates fue la "teología liberal", que intentaba explicar "razonablemente" los contenidos del cristianismo al precio de vaciarlos de contenido. En aquel gélido clima espiritual surgió, como reacción, el movimiento pietista, que cultiva una religiosidad íntimamente sentida y profundamente personal. Fundado por el párroco de Frankfurt Felipe Spencer, alcanzó con Friedrich Schleiermacher (1768-1834) su máxima formulación filosófica y teológica. Schleiermacher, considerado por algunos el verdadero "padre de la teología protestante moderna", se propuso exponer el cristianismo desde una perspectiva asequible a la mentalidad culta de su tiempo (Discurso sobre la religión dirigido a los espíritus cultivados que la desprecian). Para Schleiermacher, la religión se fundamenta en el sentimiento y la intuición y no depende de los dogmas. Pero no en el sentimiento entendido como emoción psicológica, sino como vivencia profunda, que incluye también un género de sensibilidad que abre el espíritu y la mente a otras dimensiones, a las que no se puede acceder por la vía de la racionalidad. El pietismo cristalizó en numerosas agrupaciones de fieles que cultivan en sus reuniones una viva religiosidad y practican una elevada moral cristiana en el ámbito personal y familiar. Así surgieron, entre otras, la Iglesia baptista, la congregacionalista, los cuáqueros, los hermanos moravos y los metodistas. Este nuevo fenómeno nacido en el seno del protestantismo ha tenido importantes repercusiones sociales a través de movimientos de ayuda a grupos necesitados y ha contribuido a mantener lazos de unión entre las masas proletarias y urbanas crecientemente descristianizadas y el mundo de la religión.
Uno de los frutos más destacados de este movimiento ha sido la evangelización de países que, al compás de la colonización y la expansión europea y norteamericana, fueron penetrando en el círculo de visión occidental. Numerosas sociedades misioneras financiadas por los movimientos pietistas contribuyeron poderosamente, a lo largo de los siglos XIX y XX, a difundir el cristianismo por todos los continentes.
La teología protestante hasta hoy
La multiplicidad de credos y formulaciones doctrinales dentro de un protestantismo que comprende grupos religiosos tan dispares como los luteranos, los reformados, los anglicanos, los metodistas, los congregacionalistas y otros, hace muy difícil sistematizar su pensamiento en un esquema común. Sin embargo, pueden presentarse algunos de sus aspectos peculiares y específicos, sobre todo comparándolos con las interpretaciones cristianas frente a las cuales se plantearon.
La revelación y la gracia: Ya desde la Reforma, la teología protestante ha defendido siempre la trascendencia de la revelación salvífica de Dios en Jesucristo, en la que el hombre puede participar exclusivamente por la gracia de Dios.
La palabra: La revelación salvadora se realiza por la palabra, entidad real que partiendo de Dios llega con fuerza irresistible al hombre. Esta palabra no es una mera información sobre verdades, ni siquiera es en exclusiva el contenido material de la Biblia, sino que se trata de un contacto vital, una situación de la persona abierta al Espíritu.
El Espíritu y la fe: La palabra de Dios recibida bajo el influjo personal e individual del Espíritu Santo engendra la fe en la persona; es decir, la confianza que le transforma, le perdona los pecados y le asegura la justicia y la bienaventuranza eterna.
La justificación por la fe: La fe que el creyente ha recibido como don espiritual no corre riesgo alguno ni está expuesta a inestabilidades irreparables, sino que está asegurada por toda la eternidad puesto que, como regalo gratuito de Dios y no como merecimiento humano, es absolutamente independiente de la conducta de la persona.
Pesimismo existencial: A pesar de la justificación por la fe, el hombre será culpable ante Dios y no tiene posibilidd alguna de reparar su culpa. Su naturaleza seguirá inclinada a no amar a Dios y al prójimo y, aunque en orden a la salvación sus pecados dejarán de serle imputados, él seguirá siendo esencialmente pecador.
Jesucristo y los santos: El pecado de la persona acentúa el carácter exclusivo de Jesucristo como salvador y redentor de la humanidad.
Los santos son ejemplos estimulantes de la fe, así como la Virgen María, que, por ser madre de Cristo sin concurso humano, es signo de la acción trascendente y solitaria de Dios en la salvación del hombre.
Los teólogos protestantes contemporáneos
También como reacción a la teología liberal imperante durante el siglo XIX en el panorama cultural (sobre todo en el espacio germanoparlante), la teología protestante dio en el siglo XX una pléyade de brillantes pensadores que abrieron nuevas y luminosas perspectivas para la comprensión del cristianismo en el momento actual.
Entre los nombres que mayores aportaciones han proporcionado a este proceso de renovación y revitalización de la teología pueden mencionarse los siguientes:
Rudolf Bultmann (1884-1976): Exegeta y teólogo luterano alemán. Intentó una aproximación a los enunciados del cristianismo enmarcándolos en sus relaciones con el mundo en que se originó, es decir, un mundo de religión judía influenciado por la espiritualidad griega y modelado con las categorías de la filosofía helenista y algunos elementos de las religiones de Oriente Próximo. La gran aportación de Bultmann es la idea de la desmitologización: el mensaje del Nuevo Testamento está envuelto en un lenguaje mítico, de acuerdo con la mentalidad que tenían sus destinatorios, los cristianos, en aquella época. Para descubrir su verdadero significado es preciso desmitificarlo, traducirlo a nuestras categorías existenciales.
Kark Barth (1886-1968): Teólogo calvinista suizo. La base de su espléndido edificio doctrinal es la afirmación de la trascendencia de la palabra de Dios. Es esta palabra la que crea la fe. "Todo lo humano es espacio vacío... Sólo queda la pura fe." En las primeras etapas de su exposición teológica, Barth aplicaba a la religión lo que Pablo dice de la ley y las obras. La religión, entendida como intento de apoderarse de Dios, es el pecado fundamental. En su segunda etapa matizó este punto de vista. Cristo ha salvado toda la realidad del hombre pecador, incluida la religión. Por eso es verdadera la religión cristiana.
Paul Tillich (1886-1965): Teólogo protestante alemán. Su credo religioso insistía en la trascendencia, pero mostraba al mismo tiempo un gran respeto por las conquistas culturales humanas, y por ello se definía a sí mismo como teólogo de frontera. Dedicó al estudio de las interrelaciones entre la cultura y la teología una de las obras más significativas sobre este tema (Teología de la cultura y otros ensayos). En ella afirma que la religión no es un ámbito más de la realidad humana, sino una dimensión esencial de la misma. Pero esta dimensión trascendental sólo se hace palpable al hombre cuando adquiere formas concretas en símbolos en los que se expresan las vivencias y se manifiesta la irrupción de lo sacro en la historia. El símbolo básico del cristianismo es Jesús en cuanto Cristo.
Oscar Cullmann (1902-): Historiador, exegeta y teólogo luterano francés. Es uno de los más destacados exponentes de la teología de la historia: la historia es una historia de salvación, de una salvación que se desliza en el tiempo y tiene su centro en Cristo. Cullmann ha analizado las relaciones socioculturales del cristianismo primitivo con el helenismo (en el que se configuró conceptualmente, pero con el que está siempre en pugna), el judaísmo y el gnosticismo. Sus teorías implican un claro acercamiento a las posiciones católicas, pero no una aceptación y mucho menos una identificación con ellas.
Dietrich Bonhoeffer (1906-1945): Teólogo luterano alemán. En las cartas que escribió en la cárcel, donde fue recluido por su oposición al nazismo y de donde sólo salió para ser ejecutado, lleva adelante, de una manera radical, las ideas de su maestro, Karl Barth, y de Bultmann. Siguiendo la línea de pensamiento del primero, se pregunta si no habría que hablar de la religión en los mismos términos con que Pablo se refiere a la circuncisión: como rito del pasado definitivamente superado. La humanidad se encaminaría, por tanto, a una era "no religiosa". En sintonía con Bultmann, declara que no sólo es mítico el lenguaje del evangelio, sino también sus conceptos. Por tanto, la tarea del exegeta y del teólogo consistiría en interpretar este mensaje (y a Dios mismo) con categorías ajenas a la religión.
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