¿Hemos sido diseñados?
Desde los años 90, el pomposamente llamado “Diseño Inteligente” defiende que hay evidencias científicas que prueban la existencia de un Creador.
El primer fin de semana de septiembre de 2006 Benedicto XVI se reunía en el Centro Mariapoli, cerca de Castelgandolfo, con sus antiguos estudiantes de doctorado en teología: era el encuentro anual del Ratzinger Schülerkreis o círculo de alumnos de Ratzinger. El tema, Creación y Evolución. ¿Es la teoría de la evolución compatible con la fe católica? ¿Se puede demostrar científicamente que ha existido un acto deliberado de creación? En opinión del biólogo molecular Peter Schuster, invitado como experto a la Ratzinger Schülerkreis, la Iglesia aceptará algún tipo de evolución teísta, dirigida. Y añadió: “me pareció que había un acuerdo general según el cual la biología evolutiva es una ciencia innegable”.
Cuando en 1859 apareció el libro de Charles Darwin, éste sabía de la fuerte reacción en contra que habría por parte de las distintas iglesias. Es posible que su retraso de 15 años en poner por escrito sus descubrimientos fuera debido al efecto devastador que tendría en su esposa Emma, devota cristiana. En una carta que ella le escribió antes de casarse, le suplicaba que abandonase su manía de “no creerse nada hasta que esté demostrado”. Darwin escribió en el sobre: “Cuando esté muerto quiero que sepas cuántas veces la he besado y he llorado sobre ella”.
Los 1.250 ejemplares que compusieron la primera edición de El origen de la especies se agotaron el mismo día en que salió a la venta. Las críticas no se hicieron esperar. Entre los más vociferantes estaba el obispo anglicano de Oxford Samuel Wilberforce. En un artículo sin firmar publicado en la revista London Quarterly Review en julio de 1860, Wilberforce denunció el libro de Darwin como “absolutamente incompatible con la Palabra de Dios”. Hoy, casi 150 años después, las barricadas de la fe siguen levantadas.
¿Azar o necesidad? ¿casualidad o diseño?
El problema fundamental que tiene la teoría sintética de la evolución –paradigma central de la biología moderna– es que la supervivencia del mejor adaptado al entorno unido a que la aparición de nuevas especies llega por mutaciones azarosas –que permiten esa supervivencia– es una idea incompatible con una visión teleológica del universo, y esto es mucho más de lo que algunos están dispuestos a consentir. Entre los herederos de Wilberforce se encuentra el cardenal de Viena Christoph Schönborn, para quien la evolución es incompatible con la fe católica. “Cualquier sistema de pensamiento que niegue o prescinda de la evidencia aplastante del diseño en la biología es ideología, no ciencia”, afirmó en un artículo publicado el 7 de julio de 2005 en The New York Times.
En 2004 la Comisión Teológica Internacional, el principal grupo asesor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hizo público el documento titulado Comunión y Administración, una reflexión teológica sobre la doctrina imago Dei, el ser humano creado a imagen de Dios. En el parágrafo 69 se refiere al hecho evolutivo y, apoyándose en la Suma Teológica de Santo Tomás –guía fundamental, junto con las obras de San Agustín, para entender la doctrina católica–, dice que la acción causal de Dios se puede expresar tanto como necesidad –diseño– como contingencia –algo que puede o no suceder–. Sin embargo, admite que un “creciente grupo de científicos” apunta a la existencia de un diseño en la naturaleza, que la idea central de la teoría evolutiva es incorrecta y que existe una complejidad específica inherente a los sistemas biológicos que no puede ser explicada por selección natural y mutación aleatoria.
La maquinaria política de los creacionistas
En la oficina 808 de la Torre Melbourne, en el centro de Seatle, sede del Discovery Institute, seguramente descorcharon botellas de champán: los asesores de quienes dictan la dogmática de la Iglesia Católica hacían caso a lo que ellos llevan predicando durante años. Además, utilizaban como argumento el expuesto en el libro La caja negra de Darwin de Michael J. Behe, bioquímico de la Lehigh University –curiosamente enclavada en la ciudad de Belén, Pensilvania– y uno de los más prominentes miembros de su brazo armado contra la evolución, el Center for Science and Culture.
El creacionismo, que campó a sus anchas por las escuelas norteamericanas hasta que en los años 80 fue defenestrado por el Tribunal Supremo, ahora se disfraza con una imagen más aséptica y menos cristiana bajo el nombre de Diseño Inteligente (DI). La Biblia ha dejado de ser fuente de autoridad, pero no de inspiración. Los estrategas del Discovery Institute descubrieron que en lugar de enfrentarse a la ciencia desde la religión era mejor dinamitar sus fundamentos desde dentro de la propia ciencia.
La ley norteamericana contra la evolución
Todo comenzó con el juicio Scopes, más conocido como el juicio del mono. El 10 de julio de 1925 se juzgó al entrenador del equipo de fútbol americano del Rhea County High School, John T. Scopes, por violar el Acta Butler del estado de Tennesee; ésta, vigente hasta 1967, prohibía explicar en las escuelas “cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del hombre como enseña la Biblia”. Scopes, que solía sustituir a los profesores ausentes, se ocupaba entonces de las clases de ciencias. George Rappleyea, empresario minero, convenció a unos cuantos hombres de negocios de que un juicio sobre estas bases sería una excelente publicidad para la ciudad de Dayton, habida cuenta que la Unión Americana de Libertades Civiles se ofrecía a pagar las costas de un juicio que tuviera de fondo el Acta Butler. Rappleyea convenció a su amigo Scopes para que la en señara usando el libro de biología que el gobierno recomendaba, Civic Biology de G. W. Hunter, que es, además, una esforzada defensa de la eugenesia. La estrategia de llamar la atención mediática funcionó. Lo irónico es que, según las memorias de Scopes, nunca enseñó la lección de evolución; no se lo preguntaron porque no fue llamado a declarar. Tras 8 días de juicio el jurado decidió en 9 minutos: Scopes fue declarado culpable y el juez estableció una multa de 100 dólares, que Bryan se ofreció a pagar. El juicio del mono puso ante la opinión pública a los fundamentalistas cristianos que defienden la historicidad y enliteralidad de la Biblia: Dios creó el mundo en 6 días y, según las cuentas que el arzobispo anglicano y primado de Irlanda James Ussher hizo en su libro Anales del Antiguo Testamento (1650), la Tierra fue creada en el anochecer previo al 23 de octubre de 4000 a. de C. Conocidos como Creacionistas de la Tierra Joven, hoy se agrupan en torno al Institute for Creation Research fundado en 1970 por el ingeniero Henry M. Morris, el creacionista más influyente de la segunda mitad del siglo XX. Pretenden expulsar la evolución del sistema educativo, o al menos que se enseñe el creacionismo como una visión científica alternativa.
La primera derrota del fundamentalismo religioso
El punto álgido de la batalla tuvo lugar cuando en el estado de Louisiana consiguieron que se aprobara una ley donde obligaba a enseñar en las escuelas el creacionismo si se hacía lo propio con la evolución. En 1987 el Tribunal Supremo de los EE UU dictó sentencia afirmando que la ley de Louisiana era inconstitucional pues contradecía el principio de separación de estado y religión recogido en la Primera Enmienda. En consecuencia, en 1989 aparecía el libro para la educación secundaria Of Pandas and People, editado por la Foundation for Thought and Ethics, con base en Texas, nacida con el propósito de “impulsar y publicar libros de texto presentando una perspectiva cristiana”. Su objetivo no es enseñar biología, sino defenestrar el evolucionismo por ser culpable de socavar los valores morales y las creencias religiosas de los jóvenes. Por cierto, resulta curioso que bastantes Creacionistas de la Tierra Joven militen en el “aconfesional” Discovery Institute.
La lección aprendida del juicio es que, para tener éxito, no debían incluir ninguna referencia a Dios en las páginas del libro. Dicho y hecho. Partiendo por el título del primer borrador, Creation Biology (1983), eliminaron las palabras creacionismo y creacionista, que aparecían más 250 veces, sustituyéndolas por el nuevo término que definiría la carísima y agresiva campaña posterior dirigida a los consejos escolares de EE UU: Diseño Inteligente (DI).
En 1991 se publicaba Darwin on Trial, del abogado y cristiano evangélico Philip E. Johnson, donde se acusa a la teoría de la evolución de pseudociencia, pues ni está basada en la evidencia y ni tan siquiera es una hipótesis científica, sino una postura filosófica producto del materialismo ateo rampante. En el libro queda claro el objetivo último del Movimiento por el Diseño Inteligente; no es eliminar la evolución del paradigma científico actual sino algo de mucho más calado, un disparo a la línea de flotación de la ciencia moderna: la redefinición de lo que es la propia ciencia.
Política y religión acosan a la biología en las escuelas
Tal como se practica hoy, es metodológicamente naturalista: busca explicaciones naturales al mundo natural. Johnson aboga por introducir un Diseñador Inteligente como causa válida para explicar los fenómenos naturales. Antes de la aparición del libro, Johnson se reunió con el filósofo Stephen C. Meyer, actual vicepresidente del Discovery Institute, para delinear una política de actuación cuyo principal objetivo fuera sustituir la “ciencia materialista” por la “ciencia teísta”, y convertir el DI en “el punto de vista dominante en la ciencia”. Con esta terminología se abrió un paraguas bajo el cual todos aquellos teístas que tuvieran algún tipo de creencia creacionista podían cobijarse. En la reunión de 1999 Reclamando América para Cristo, Johnson dio una conferencia titulada Cómo ganar el debate sobre la evolución: “El DI es un movimiento ecuménico… nos permite tener un punto de apoyo en las revistas científicas y otra en las revistas de diferentes confesiones religiosas… la teoría darwiniana de la evolución contradice no sólo el Génesis, sino toda la Biblia de principio a fin”.
En 1993 el Movimiento por el Diseño Inteligente comenzó su andadura gracias a una beca del multimillonario Howard Ahmanson, Jr y 450.000 dólares de la fundación de la familia MacLellan, ambos cristianos fundamentalistas. Teniendo a Johnson como su padre fundador y principal ideólogo, el Discovery Institute esbozó lo que bautizó como la Estrategia Cuña, donde plantea una guerra cultural contra la concepción de la ciencia moderna y cuya punta de lanza es el Diseño Inteligente, difundiendo a los cuatro vientos la idea falaz de que la evolución es una teoría en crisis. El principal campo de batalla, los consejos escolares de EE UU. Es una operación política en toda regla: el brazo legal del Discovery Institute, el Thomas More Law Center, proporciona apoyo y asesoramiento a todos aquellos consejos o asociaciones que quieran introducir el DI en el currículum educativo; las universidades asociadas a las iglesias evangélicas ofrecen cursos con su asesoramiento y el programa dirigido a estudiantes universitarios, IDEA, ha conseguido “colocar” conferencias en universidades del prestigio de Yale.
Una operación controlada por las agencias publicitarias
Gracias a una estudiada campaña, diseñada por potentes empresas publicitarias norteamericanas, han llamado la atención de los medios de comunicación. Las entrevistas a los miembros más prominentes del Instituto son controladas por los asesores de prensa. Así, cuando un periodista de la cadena ABC preguntó a Stephen Meyer si entre sus principales patrocinadores estaban los cristianos evangélicos, el relaciones públicas le detuvo y comentó: “No creo que queramos ir por ese camino”. Esta exitosa y bien diseñada operación publicitaria está dirigida a enmascarar con bioquímica el libro del Génesis, difundiendo la falacia de que la comunidad científica está dividida respecto a la validez de la teoría evolutiva. El asalto a los principales medios de comunicación, los movimientos entre los grupos de presión política neoconservadores –caracterizados por su defensa del libre comercio y una agresiva visión de la política exterior definida por la frase “exportar la democracia americana”– y el apoyo de las iglesias cristianas, ha dado sus frutos y la cuña ha entrado de lleno.
EL DISEÑO INTELIGENTE EN ESPAÑA
A mediados de la década de los 90, y promovido por una organización estudiantil católica, se organizó en la Universidad Complutense un debate sobre creacionismo y evolución. Por su parte, las emisoras de radio evangélicas suelen dedicar regularmente programas a señalar las “inconsistencias” de la evolución.
A principios de este año los periódicos La Razón y el Diario Vasco publicaron sendos artículos a favor del Diseño Inteligente, y el semanario Alfa y Omega, que el Arzobispado de Madrid distribuye en el ABC, le dedicó un dossier laudatorio. Apoyado por escritores conservadores como César Vidal, no resulta extraño descubrir que la Universidad de Navarra, propiedad del Opus Dei, tenga en su Seminario Ciencia, Razón y Fe uno de sus principales valedores. Según el paleontólogo de la Universidad de Zaragoza Eustoqui Molina, en España existen dos tipos de creacionistas: los que profesan un creacionismo conciliador, que pretende integrar los datos científicos con la narración bíblica y aceptan la evolución de una forma restringida, y los que creen en un creacionismo literal consecuencia del proselitismo de los fundamentalistas protestantes.
La táctica de politizar la ciencia para anularla
Libros de creadores de opinión política neoconservadores como Tom Bethell –Guía políticamente incorrecta a la ciencia– y Ann Coulter –Godless: the church of liberalism– han dedicado muchas páginas a difundir la idea de que la evolución no es ciencia real, sino una de las piezas claves del sistema de creencias de la izquierda. Al politizar de este modo las teorías científicas consiguen quitarles fuerza, pues saben que en la sociedad los científicos son el grupo de profesionales que goza de mayor credibilidad. El Discovery Institute está empeñado en desligar el Diseño Inteligente del Creacionismo. Niega cualquier asociación con el Dios cristiano, pero sus miembros son fundamentalistas cristianos. Ante la pregunta de quién fue el diseñador, se encogen de hombros y dicen que científicamente no pueden decir nada; vale tanto un dios como los extraterrestres. Pero no es así. Saben que aludir a éstos conlleva una dificultad inherente, pues ¿cómo surgieron los extraterrestres?
¿Fuimos fabricados en cadena por alienígenas?
Resolver la tremenda papeleta de quién diseñó al diseñador implica tirar de la teología en un intento de vestir con ropaje científico la Suma Teológica de Tomás de Aquino; en particular su primera y segunda vías para demostrar la existencia de Dios: la necesidad de una primera causa y un primer motor. El único argumento que esgrimen en favor de la existencia de un diseñador inteligente es el de la improbabilidad. Es un razonamiento antiguo –ya la usó Cicerón– y la versión moderna corresponde al apologético cristiano del siglo XVIII William Paley en el libro Natural Theology y su analogía del relojero: si encontramos un reloj de bolsillo en un brezal pensaremos que se le ha caído a alguien y no que ha aparecido ahí por el concurso de las fuerzas naturales. Los esfuerzos de científicos como el bioquímico Michael Behe o el matemático y teólogo William Dembski, director del Center for Science and Theology que se encuentra en el seminario que la Convención de los Baptistas del Sur tiene en Louisville (Kentucky), se reducen a darle una pátina de ciencia al argumento de Paley. Es la Teoría del Dedo de Dios: como no lo pueden explicar por efecto de la evolución, entonces se necesita un creador. Así confunden lo inexplicado con lo inexplicable. El 18 de octubre de 2004 el consejo escolar del área de Dover, Pensilvania, decidió incluir el DI y el libro Of Pandas and People en el currículum de biología. Con el apoyo de los profesores de ciencias, 11 padres acudieron a los tribunales para anular esta decisión. La ciudad de Harrisburg, famosa en 1979 por el más importante accidente nuclear del mundo occidental, volvió a las portadas de los periódicos en un nuevo juicio del mono. El ambiente era copia de lo ocurrido en Dayton 80 años antes: la hija de una de las demandantes le dijo al volver de clase: “Mamá, la evolución es una mentira. ¿Qué clase de cristiana eres?”. Durante seis semanas el juez de distrito John E. Jones III –republicano, cristiano practicante y nombrado directamente por George W. Bush– escuchó los alegatos y testigos de los demandantes y de la defensa, que corrió a cargo del Thomas More Law Center, fundado por los católicos Tom Monaghan y Richard Thompson, “la espada y el escudo para la gente de fe”. El argumento de los demandantes era que el DI es creacionismo disfrazado. Para la defensa, es una ciencia en su infancia tras la que no hay ninguna agenda religiosa; algo llamativo teniendo en cuenta que en el Documento Cuña, la base ideológica del Discovery Institute, declara que hay que reemplazar la ciencia actual por otra “consonante con convicciones cristianas y teístas”.
El diseño inteligente muestra su verdadero rostro
El momento clave del juicio fue la declaración del buque insignia del DI, Michael Behe. Tras afirmar que hay una abrumadora evidencia de diseño en la naturaleza, puso como ejemplo el sistema inmune, “cuyo origen los científicos han sido incapaces de explicar”. Entonces se levantó el abogado de los demandantes, Eric Rothschild, y puso ante Behe 58 artículos publicados en revistas del prestigio de Science, Nature, Proceedings of NAS… sobre la evolución del sistema inmune al tiempo que preguntaba: “¿Cree que estos artículos no son lo suficientemente buenos?” Behe se defendió: “Ninguno explica el problema de manera rigurosa”. Y añadió: “Aunque no los he leído todos”. Lo más llamativo de los tres días de declaración de Behe es que tuvo que admitir que, si se aplicaba su definición de ciencia para englobar el DI, la astrología también lo sería. Steven Gey, experto en asuntos iglesia-estado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Florida, comentó: “Al final del día la defensa perdió claramente el caso porque al negar las definiciones habituales de ciencia, todo el mundo supo qué estaba pasando”. Tras 40 días y 40 noches de juicio –como hizo notar uno de los abogados y a lo que el juez contestó, “es casualidad, no diseño”–, el caso quedó visto para sentencia. Se hizo pública el 20 de diciembre en un documento de 139 páginas: el juez Jones determinó que había quedado demostrado que el DI es creacionismo disfrazado, es religión que se quiere hacer pasar por ciencia.
La guerra cultural sigue y ahora busca apoyos en la Iglesia Católica, cuya postura oscila entre la del feroz antievolucionista Schöbron y lo que Schuster creyó ver en la reunión de Castelgandolfo: una evolución biológica válida, pero puesta en marcha por Dios.
Un guiño a la Falacia Cosmogónica
Esto choca a sus defensores. Hace un tiempo Stephen Meyer llamó al filósofo Michael W. Tkacz, director del Instituto de Filosofía Cristiana y Ciencias Naturales de la jesuita Universidad Gonzaga, Washington, para preguntarle por qué los seguidores de Tomás de Aquino no habían estado presentes en una congreso internacional sobre DI. “Después de todo estamos en el mismo bando, ¿o no?”. Meyer, que se declara tomista, estaba sorprendido por su franca animosidad contra DI. “La Teoría del Diseño Inteligente –explica Tkacz– está basada en la Falacia Cosmogónica. Esta insistencia en que la Creación debe significar que Dios ha producido periódicamente nuevas y distintas formas de vida es confundir el acto de creación con la manera o modo de desarrollarse los seres naturales en el universo” .
Según el analista de asuntos vaticanos John L. Allen, el debate sobre la evolución es la punta del iceberg de algo más profundo. “Lo que está acechando es el triunfo postrenacentista de la ciencia laica sobre la filosofía y la teología como el marco de referencia para construir la realidad”. El propio Benedicto XVI le ha dado la razón en la homilía de Ratisbona de septiembre pasado: “Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se ha dedicado a buscar una explicación al mundo en la que Dios sería innecesario”.
La lucha por recuperar la preponderancia cultural
El Discovery Institute protestante y el Centre d’Etude et de Prospectives sur la Science católico europeo pretenden recuperar esa hegemonía perdida con una actitud totalmente diferente a la del Dalai Lama, que en su último libro, The Universe in a Single Atom, dice: “Entender la naturaleza de la realidad se consigue mediante la investigación crítica: si el análisis científico demuestra de manera concluyente que ciertas afirmaciones del Budismo son falsas, debemos aceptar los hallazgos de la ciencia y abandonar esas afirmaciones”.
PARA SABER MÁS
El creacionismo ¡vaya timo! Ernesto Carmena. Ediciones Laetoli, Pamplona, 2006.
Trilobites, testigos de la evolución. Richard Fortey. Editorial Laetoli. Pamplona, 2006.
En Internet
paleofreak.blogalia.com. Weblog en castellano con comentarios sobre evolución.
www.talkorigins.org. Colección de artículos y ensayos en inglés sobre evolución y creacionismo.
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