viernes, 30 de enero de 2009

El napalm y los murciélagos

Las armas biológicas se han usado a lo largo de toda la historia. Desde el envenamiento de pozos mediante cadáveres a la investigación en virus y bacterias de diseño. Sin embargo, tendemos a olvidar lo más simple. Un perro con el entrenamiento adecuado puede considerarse un arma defensiva. Y, como siempre sucede en tiempos de guerra, también hubo quien trabajo a convertirlo en un arma de ataque. Uno de los intentos más extraños de bombardeo de ciudades utilizo murciélagos. Fue el proyecto X-Ray.

Los perros fueron utilizados como armas de ataque en un episodio bastante conocido de la segunda guerra mundial. Se acostumbro a algunos de estos animales a recibir alimentos bajo los tanques. Una vez que se iniciase la batalla, la idea era armarlos con mochilas explosivas que detonasen al encontrarse bajo uno de ellos. Fue un éxito parcial ya que era difícil que distinguiesen entre tanques propios y enemigos. Pero hay otra historia similar, menos conocida y más interesante que también tuvo lugar en dicha guerra.

Lytle S. Adams fue un dentista norteamericano con muy buenas relaciones con Eleanor Roosevelt. Lo bastante buenas para llevar su extraña idea hasta la mesa de su marido, el presidente Franklin D. Roosevelt apenas un mes después del ataque a Pearl Harbor. Quería utilizar los millones de murciélagos cola de ratón que habitaban el estado de Nuevo México para arrasar las ciudades japonesas que estaban llenas de casas de madera y bambú.

Si quieres utilizar un animal como arma hay varios requisitos que te interesan. Para empezar que sean muchos y fáciles de obtener. También deben ser fáciles de entrenar y manipular. Y es conveniente que no puedan volverse en contra tuya como sucedió con los perros. Los murciélagos cumplían muchos de estos requisitos. Además de abundantes, su instinto les hacia buscar huecos en los tejados de casas y otras construcciones donde esconderse de la luz solar. Por último, la combinación de frío y oscuridad podía mantenerlos en hibernación así que eran fáciles de manipular y transportar. El único inconveniente es que pesaban entre 10 y 15 gramos por lo que no podrían llevar mucho peso. Para ellos se diseño una minúscula bomba incendiaria de napalm.

Bombarderos adaptados trasladarían a los murciélagos sobre el blanco. En vuelo, los murciélagos entrarían en hibernación por el frío a gran altura y se mantendría así hasta llegar, justo al amanecer, a su objetivo. Allí el avión utilizaría un paracaídas para lanzar una especie de jaula que se abriría mientras caía poco a poco. Se esperaba que los murciélagos despertaran y echasen a volar antes de llegar al suelo. Al salir, romperían un fino hilo que pondría en marcha la bomba. 30 minutos después el napalm comenzaría a arder.

En 1943 el proyecto estaba lo bastante maduro para realizar un ensayo sobre una pequeña ciudad construida con los mismos materiales y características que una ciudad japonesa. El ensayo funcionó relativamente bien pero algunos murciélagos buscaron otros blancos cercanos e incendiaron la, recién construida y aun vacía, base militar de Carlsbad. Esto provoco diversos cambios y modificaciones en el proyecto que lo retrasaron hasta ocasionar su abandono a mediados de 1944. La única destrucción militar que se puede atribuir a los murciélagos resulto ser “fuego amigo”.

Tal vez fue lo mejor. O tal vez no. Provocar cientos o miles de pequeños incendios habría ocasionado enormes daños y numerosísimas victimas humanas como demostraron los terroríficos bombarderos incendiarios sobre Tokio, Nagoya, Osaka y Kobe. Sin embargo, no creo la cancelación se debiese a la compasión porque había quien trabajaba en alternativas mucho, mucho peores para el mismo objetivo. Algunos meses después, el fuego de las primeras explosiones nucleares arrasó Hiroshima y Nagasaki.

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