jueves, 15 de enero de 2009

El lenguaje arquitectónico de los mayas




Dentro de la arquitectura precolombina, la producción de los mayas ocupa un lugar especial. Los mayas, que constituyen la civilización más importante de América Central, son autores de unos edificios que se distinguen de las construcciones de los demás pueblos del Nuevo Mundo.

Las construcciones erigidas en territorio maya poseen, en efecto, un sistema de cubierta de fábrica —la bóveda abocinada o falsa bóveda (imagen inferior)— realizada con argamasa mezclada con grava, lo cual forma un hormigón casi monolítico. Esta particularidad ha hecho que los monumentos de esta gran cultura no solamente hayan resistido mejor que otros a los ataques del tiempo, de los hombres y de la naturaleza, sino que puedan seguir ofreciendo en la actualidad unos espacios internos intactos. El historiador puede así comprender los objetivos y las preocupaciones de sus autores.

La arquitectura es una fuente imprescindible de información sobre los pueblos precolombinos. Nos permite imaginar cómo fue la vida de las tribus que vivieron en la gran selva de Petén y de la cuenca del Usumacinta. En otras palabras, es la que rige la escultura, la pintura, las inscripciones, los conceptos de urbanismo, las formas de expresión de la religión y del poder. A su alrededor se concentran las grandes empresas de todo un pueblo. Ella es el hilo conductor de unas investigaciones gracias a las cuales podemos acceder a la civilización maya, de otro modo inabordable.

Por lo tanto, conviene situar este arte en su peculiaridad, dentro de la mentalidad de los pueblos precolombinos, en particular de los mayas. No hay que perder de vista, en ningún momento, esta evidencia: tras un análisis superficial, podría parecer que existe una similitud entre la arquitectura maya y las grandes construcciones de Occidente o de Asia (Egipto, Mesopotamia, Grecia, Angkor, etc.). Pero no es así. Estas analogías no proceden en absoluto de un patrimonio que los amerindios tendrían en común con los pueblos del Viejo Mundo ya que, como hemos dicho antes, el bagaje cultural de los precolombinos se debe enteramente a las tribus que penetraron en América a través de Alaska antes del neolítico. Evidentemente, cuando llegaron allí, estas tribus no tenían, respecto al arte de construir, ninguna tradición técnica y estética importada de su «patria» original, donde la arquitectura haría su aparición mucho más tarde.

Anatomía de una bóveda maya



La fachada ruinosa de este edificio de Copán muestra la técnica de bóveda abocinada (o falsa bóveda) que caracteriza la arquitectura maya: los bloques, que sobresalían unos respecto a otros, empotrados en el aglomerado de piedras y mortero, permiten cubrir una sala estrecha de paredes cuidadosamente aparejadas.


Chozas y pirámides



Todas las construcciones mayas se basan en la choza ancestral, con paredes de caña y adobe, cubierta por una techumbre de hojas de palma colocadas sobre un armazón de madera. La vivienda vernácula —perfectamente adaptada al clima tropical— se compone, en cada familia, de una o dos chozas casi siempre paralelas. Cada cabaña tiene un único espacio interno, en el que la luz entra por una puerta cuadrada, abierta sobre uno de los lados largos de la construcción. Esta puerta a veces se complementa con otra en el lado opuesto para que circule mejor el aire.

La planta es rectangular u ovalada, en cuyo caso los lados cortos de la choza son redondos, lo cual hace que las dos extremidades de la cubierta tengan forma cónica. Esta choza tradicional —que aún hoy se puede observar en las aldeas de Yucatán— se remonta al hábitat milenario de la época precolombina. No ha cambiado nada desde los albores de la sociedad maya, hace tres mil años.

Pero el interés de esta construcción, hecha con materiales perecederos, reside en el hecho de que constituye para los mayas el arquetipo de toda obra arquitectónica. En este sentido, ha ejercido una influencia considerable sobre la arquitectura pétrea, tanto por sus formas externas (con cubierta a dos aguas) como por su espacio interno. El estudio de los edificios antiguos demuestra que las construcciones de fábrica en el fondo no son más que una transposición, una «reconstrucción en piedra» de la primitiva cabaña. Ésta es la que inspira el aspecto interno de los palacios o de los templos que rematan las pirámides. Es su estructura de cañas en celosía lo que se encuentra en la fachada de los edificios. Son esas ataduras hechas con cuerdas, o incluso con lianas, sobre almohadillados de paja, que rodeaban la cabaña, las que presiden el modelado de las cornisas y jalonan los grandes frisos ornamentales de los edificios. Es la puerta cuadrada con dinteles de madera la que se abre, inalterada, en la entrada de la «recámara» de los palacios y de los templos, etc.

Así como la familia maya construye, en terreno llano, un basamento de tierra para preservar su casa de las inundaciones, frecuentes durante la estación de las lluvias, del mismo modo las construcciones de piedra se elevan por encima de unas plataformas que son cada vez más altas. Éstas, por otro lado, van aumentando a medida que reciben ampliaciones. Esta hipertrofia de los basamentos, que hacen de terraplén, alcanza dimensiones colosales en la época clásica. Pero, sea cual fuere su importancia, siempre se basa en el pequeño montículo de tierra sobre el que se levantaba la choza.

Cuando las tribus primitivas —en el período arcaico o formativo, entre 2.000 y 1.000 antes de nuestra era— construyeron los primeros conjuntos religiosos, consagrados a sus divinidades cósmicas, concibieron la morada de sus dioses del mismo modo que la choza: paredes de caña y adobe, techumbre de hojas de palma. Pero estos primeros templos se distinguen de las viviendas por la altura de las plataformas sobre las que se levantan. Estas terrazas, hechas de materiales que se habían ido acumulando a lo largo de los siglos, constituyen la base de los templos. Ensanchándolas y elevándolas, los mayas edifican inmensos pedestales de forma piramidal que soportan la casa del dios.

La costumbre de añadir nuevas plataformas por encima de las antiguas, para colocar cada vez más arriba la cella del culto, tiene dos consecuencias: obliga a los constructores a hacer, en la fachada del edificio, una escalinata axial que une el suelo con el nivel del santuario; pero también consagra un principio fundamental de la arquitectura precolombina, es decir, la llamada ley de las superposiciones.

Este principio —según el cual hay que reedificar un lugar de culto siempre en el mismo emplazamiento, y erigir sobre una pirámide antigua una construcción nueva, más importante— es una constante. Eso explica, sin duda, las dimensiones que alcanzan las pirámides mayas, que pueden llegar a tener 70 m, como para dominar mejor la selva. La superposición constituye así un sistema de crecimiento arquitectónico propio de los precolombinos. Permite a los arqueólogos encontrar, debajo de una construcción en ruinas, otra más antigua, en ocasiones perfectamente conservada.

La vivienda vernácula



Desde hace milenios, la choza maya, de paredes de caña y adobe y techumbre de paja gruesa, constituye la vivienda tradicional de los pueblos de Yucatán. Una sola puerta, en el centro del lado más largo, permite acceder al interior.


Arq. palaciega



La arquitectura pétrea de los mayas está constituida por dos grandes categorías de edificios: por una parte, como acabamos de mencionar, las pirámides —a menudo formadas pos sucesivas superposiciones, y que son una especie de himno de piedra a los dioses, hacia los que el hombre levanta grandes escalinatas por la que suben los sacerdotes—, y por la otra las grandes construcciones, concebidas sobre un plano horizontal y de proporciones relativamente pequeñas, denominadas palacios.

Esta oposición entre torres y pastillas planas —¡para decirlo en lenguaje moderno!— refleja, como podremos contrastar, la oposición entre morada de las divinidades y hábitat de los humanos... aunque los que ocupaban los palacios una élite, ya que sólo aquellos que detentaban el poder (reyes, sacerdotes, guerreros, sabios, etc.) ocupaban los edificios de piedra, mientras que el pueblo seguía viviendo, en su gran mayoría, en las tradicionales chozas.

Por lo tanto, entre las torres y las pastillas planas ¿qué es lo que diferencia sus respectivos espacios internos? Para ser sinceros, hay que confesar que no hay nada que distinga la cella de una pirámide de la sala de un palacio. Tanto aquí como allí, encontramos la misma «reconstrucción en piedra» de la choza: los mismos tamaños reducidos que tienen las proporciones de una estancia, incluida la cubierta de piedra realizada en medio de una bóveda abocinada, imitando el espacio interno de la choza de caña. En una palabra, tanto en el templo como en el palacio, la arquitectura de hormigón reproduce las mismas formas.

La única diferencia está en la disposición de estas salas: en lo alto de la pirámide, la cella transversal puede ser única o doble, y tener detrás de la primera cámara una segunda idéntica, con la que se comunica a través de una puerta. En algunos casos, que ilustran los grandes templos de Tikal, puede existir incluso una tercera sala de culto, oscura y misteriosa. Los tres espacios oblongos, en este caso, están situados en fila.

En cambio, los palacios tienen un gran número de habitaciones adyacentes, sin comunicación lateral las unas con las otras. Estas antecámaras que se abren en la fachada, mediante puertas cuadradas, tienen detrás una segunda fila de habitaciones. Estas últimas son más oscuras, ya que sólo reciben luz a través de las primeras.

Esta fórmula conduce a los mayas a concebir unos edificios de varias decenas de metros de largo, con un elevado número de aposentos distribuidos según unos esquemas geométricos tan variados como originales. La imaginación de la que hacen gala los arquitectos se traduce en la infinita variedad de plantas de estos palacios. Los más grandes llegan a tener hasta 100 m de largo, y totalizan 20 o 30 habitaciones repartidas en 10 o 15 «apartamentos» independientes. El conjunto ofrece, a veces, una sala central más amplia, destinada a las reuniones públicas o impuestas por el ritual de corte (Casa del Gobernador, Uxmal).

Resurrección de Tikal



Rescatados de la selva tropical que los había invadido, los edificios de la gran capital maya de Guatemala han sido objeto de intensos trabajos de restauración. Aquí, el templo I de Tikal muestra su escalinata de gran pendiente, que conduce al santuario superior rematado por la crestería que culmina a más de 45 metros.

El juego de pelota



Además de las pirámides y los palacios, uno de los elementos arquitectónicos característicos de los centros urbanos de Mesoamérica es el juego de pelota, que solían practicar los pueblos precolombinos de todas las regiones comprendidas entre las selvas de Petén y los altiplanos mexicanos. Su presencia queda ya atestiguada entre los olmecas, en La Venta, hacia el 1000 antes de nuestra era. Lugar de enfrentamiento entre dos equipos, el juego obedece a unas reglas muy complejas. Se practica con un gran «balón» de caucho relleno, que pesa entre uno y tres kilos. Consiste en lanzar la pelota con el torso y la cintura sin la ayuda de brazos y piernas. El cuerpo de los jugadores está protegido por un cinturón —fuerte y ancho— hecho de tela, madera y relleno de algodón. La pelota tiene que alcanzar unos «blancos» representados por postes o argollas enclavadas en los muros laterales del recinto. El partido termina a veces con la ejecución del vencido, mediante un ritual ligado al calendario y a los ciclos astrales.

Desde el punto de vista arquitectónico, el campo para el juego de pelota se presenta como un espacio abierto, limitado lateralmente por dos terraplenes paralelos, más o menos inclinados, y por unos muros que rodean la zona de enfrentamiento. En los dos extremos, unos espacios más anchos destinados a los equipos conforman, junto con la parte central, una planta en forma de «H» aplastada.

El juego de pelota representa, dentro del urbanismo de las ciudades mayas, un elemento importante, que supera el aspecto meramente lúdico para adquirir un carácter religioso, inscribiéndose dentro del ritual de los sacrificios. Por este motivo la importancia de este espacio colectivo no debe ser infravalorada.

Existen, claro está, otros tipos de edificios mayas: observatorios, baños de vapor, aras para los sacrificios, etc., que completaban el escenario urbano. En las plazas, se erigen unas estelas que tienen la misma función que los altares al aire libre. Además, aunque no tenían carruajes —ignoraban el uso de la rueda— ni animales de carga, los mayas unieron sus ciudades por medio de grandes calzadas rectilíneas y elevadas: los sacbeob (plural de sacbé) o «carreteras blancas», que podían llegar a medir varias decenas de kilómetros de largo y parecen haber sido dedicadas tanto a manifestaciones religiosas como al despliegue del ceremonial. Estos caminos procesionales eran construidos y nivelados con la ayuda de pesados rodillos de piedra accionados por cuadrillas de obreros.

El juego



El juego de pelota situado en el centro de la ciudad de Copán (Honduras) muestra sus taludes laterales dominados por unas construcciones ceremoniales. Aquí se enfrentaban los equipos que jugaban con una pesada pelota de caucho. Al igual que los juegos olímpicos de Grecia, las justas mayas tenían un significado religioso.

Técnicas



Ni la madera ni la piedra faltan nunca en las zonas ocupadas por los mayas. La gran selva pluvial proporciona la caoba y el zapote, empleadas para fabricar los dinteles de las puertas y las esculturas que revisten el interior de los templos construidos en lo alto de las pirámides.

Respecto a la piedra, las estructuras cársticas de Yucatán ofrecen una hermosa caliza, blanca, rosa o gris, muy apropiada para el trabajo de tallado y escultura. En las regiones que tienen relieve montañoso y volcánico, se recurre a la traquita, al basalto o a la toba para levantar muros con un aparejo uniforme.

Pero antes de edificar las construcciones, hay que hacer sus basamentos. Hemos dicho ya que estos «zócalos» podían alcanzar un tamaño considerable. Hay plataformas que miden 150-200 m de largo, por 100-150 m de ancho y 8-10 m de alto, lo cual representa un volumen de 200.000-250.000 m3. Una masa tan grande de materiales se acerca al medio millón de toneladas. Estamos hablando del terraplén de un solo edificio construido en un país llano como Uxmal.

Sin embargo, los mayas fueron capaces de transportar volúmenes de material tan considerables como éste para construir terrazas y acrópolis, como ocurre en Copán. Para llevar a cabo estas gigantescas obras de terraplenado se necesitaron centenares, incluso miles, de obreros. Los materiales eran transportados a hombros, para lo cual se utilizaban cuadrillas de peones durante la estación seca, cuando no eran necesarias en la agricultura. Aunque los materiales se encontraban en el emplazamiento, las obras exigían una importante infraestructura, tanto para la alimentación como para la organización del trabajo.

Respecto a la mampostería propiamente dicha, el problema era más complejo: al principio, los canteros mayas hacían muros de piedra tallada y con verdaderas bóvedas abocinadas de piedra. Posteriormente, cuando empezó a imponerse el hormigón, las cubiertas se concibieron como estructuras «monolíticas» hechas vertiendo el hormigón sobre unos paramentos de bloques bien tallados que formaban un encofrado fijo. En efecto, la genialidad de los mayas consistió en concebir un sistema gracias al cual los bloques de revestimiento, cuidadosamente aparejados en seco, podían contener hormigón líquido mezclado con piedras: por tanto, no era necesario ningún encofrado de madera. Vertido en tongadas sucesivas, a medida que se levantaba el muro, se iba endureciendo, constituyendo una especie de estratos superpuestos.

Ahora bien, para fabricar el hormigón maya había que tener un mortero de calidad. En la región yucateca, donde abunda la caliza, esta técnica alcanzó su apogeo. El mortero de cal se conseguía colocando piedra machacada sobre un montón de madera seca a la que se hacía arder. La hoguera «cocía» la piedra. La cal viva que se obtenía era muy poca, en cambio la cantidad de madera utilizada era mucha. Por lo demás, este método de trabajo tan costoso —que ignoraba el horno— es el causante de la casi total desaparición de la selva yucateca primitiva, progresivamente reemplazada por un bosque espeso e inextricable.

Habría que mencionar también las técnicas de transporte de los monolitos destinados a la construcción de estelas esculpidas. Estos bloques pueden llegar a tener un tamaño impresionante y pesar varias decenas de toneladas: en Quirigua hay una estela que supera los 10,60 m de alto y pesa más de 65 toneladas. El desplazamiento se llevaba a cabo, como en el Egipto faraónico, con la ayuda de cuerdas y de rodillos o trineos, que cuadrillas de peones hacían deslizarse por un camino arcilloso.

Construcción de palacios



Esta sección de un edificio de estilo Puuc de Yucatán muestra la técnica adoptada para la construcción de las salas públicas o privadas —situadas generalmente una detrás de de otra— de los mayas. El relleno (la parte más oscura) está hecho a base de piedras aglomeradas mediante mortero de cal sobre un paramento trabado, cuyos mampuestos se hincan en la masa por sus caras posteriores en punta, de modo que la superficie exterior visible aparece lisa y cuidadosamente aparejada.

Ornamentación



La concepción de la arquitectura maya no permite separar las estructuras de su ornamentación. Resulta patente en lo que respecta a la técnica del hormigón, en la que el paramento —que está constituido generalmente por un ornamento en relieve— forma parte integrante de la construcción. Como veremos más adelante, esta solución permite, sobre todo en el estilo Puuc, estandarizar la producción de cientos de bloques parecidos que entran en la composición de motivos repetitivos: mascarones, celosías talladas, etc. Dicha fórmula conduce a una verdadera anticipación de la producción en serie, y constituye una de las características técnicas más originales dentro del arte maya.

Pero en la época arcaica, los elementos ornamentales, situados sobre las superficies inclinadas de las pirámides, están hechos con la ayuda de motivos de estuco en altorrelieve, como ocurre con los enormes mascarones de divinidades que cubren el zócalo de una serie de edificios que se remontan a la época preclásica. Vamos a citar, por ejemplo, una de las pirámides de Uaxactún (estructura H-Sub 3) en Petén, lo mismo que el primer templo de Cerros (estructura 5C-2) en Belice, o la Pirámide de las Máscaras en Kohunlich, Quintana Roo. Este arte del yeso esculpido, con su rica policromía, hoy parcialmente borrada, se aplica sobre una «osamenta» de albañilería: hay unos bloques salientes que forman una «armadura», que es la que sostiene los elementos en relieve, como la nariz o el tocado del dios.

En las construcciones de estilo Chenes (Yucatán, Campeche y Quintana Roo), toda la fachada representa una enorme máscara del monstruo cósmico. Aquí, la boca, provista de hileras de enormes dientes, constituye la puerta del santuario (edificio II en Chicanna, Campeche, o templo occidental de la Casa del Adivino, en Uxmal, etc.). Este ornamento transforma una pared en escultura, y borra la frontera entre arquitectura y decoración. La construcción se transforma en una terrible boca de serpiente, dispuesta a engullir al visitante. El efecto que produce este motivo simbólico, tratado con un vigoroso esquematismo geométrico, es sobrecogedor. Demuestra la maestría del arquitecto, que trabaja también como escultor.

Entre los elementos ornamentales de las construcciones no podemos dejar de mencionar la fascinante fachada de Cods Poop, o Palacio de las Máscaras, en Kabah, con sus decenas de efigies del dios Chac, que se superponen y se repiten hasta el infinito. Es propio del arte Puuc crear una ornamentación repetitiva, concebida como un verdadero puzzle de piedra de elementos muy estilizados.

Al este de un palacio de Kabah, los arqueólogos han encontrado recientemente hermosas estatuas de bulto redondo de personajes emblemáticos. Estas esculturas en un principio estuvieron al lado de una fachada orientada al Este, y allí se han vuelto a colocar. Se trata de una estatuaria de tamaño natural, que revela un notable sentido plástico. A pesar de una rigidez corporal que hace pensar en un robot, estas esculturas —unidas a la arquitectura, como en el frontón de los templos griegos— son indudablemente un descubrimiento de interés considerable.

Tampoco podemos omitir el papel de la pintura en el arte maya. El descubrimiento, en 1946, en Bonampak (Chiapas), de un palacio cuyas salas están cubiertas de pinturas que datan del 792, confirma un notable sentido pictórico que ya dejaban entrever las más hermosas cerámicas mayas. Demuestra también el importante papel que desempeñaba la policromía en la arquitectura. Estos frescos, que tienen una importancia capital, por desgracia están hoy amenazados por la humedad: son los únicos que han llegado hasta nosotros, y que salvaguardan el mensaje de este arte demasiado efímero. El valor de estas obras está en la importancia concedida a una representación absolutamente viva del ser humano, que reviste incluso un carácter de estereotipo y no ignora el movimiento: adopta unas posturas muy naturales.

La habilidad del artista se observa, en particular, en una escena en la que aparecen unos prisioneros destinados al sacrificio. Por medio de una ornamentación en «estratos», el pintor coloca libremente a los personajes en las posturas más diversas. En su forma representativa, el arte pictórico maya da prueba de un gran dominio de los recursos figurativos. Reproduce fielmente, hasta en el menor detalle, las ceremonias del soberano y de sus «nobles». Todas estas escenas están pintadas con brillante cromatismo, y el contraste que ofrecen con la apagada fachada de los edificios resulta aún más fuerte.

A propósito del color, hay que añadir que las fachadas de las construcciones mayas generalmente estaban revestidas por una lechada de cal y eran policromadas. Los testimonios de los primeros viajeros que visitaron Palenque, al igual que los escasos restos de pigmentos que subsisten en las fachadas de las pirámides y los palacios, confirman que las estructuras arquitectónicas estaban cubiertas por tonalidades fuertes (rojo anaranjado).

Palacio de las máscaras



En la fachada del Palacio de las Máscaras o "Codz Poop" de Kabah (Yucatán), el estilizado mascarón del dios de la lluvia se repite de manera coherente. Sus ojos globulosos, su larga nariz en forma de trompa y su rigurosa simetría frontal cubren todo el edificio.

Fuente: http://www.almendron.com/arte/arquitectura/mayas/may_02/mayas_02.htm

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